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I FESTIVAL COMPLUTENSE DE JAZZ, “COMPLUJAZZ”

  • Lugar: Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria, Madrid
  • Hora: 22 horas

 


STEVE COLEMAN AND THE MYSTIC RHYTHM SOCIETY

  • Fecha: 15 de Julio de 2004.
  • Componentes:
    Steve Coleman: saxo alto
    Jonathan Finlayson: trompeta
    Tim Albright: trombón
    Jen Shyu: voz
    Nelson Veras: guitarra
    Yunior Terry: bajo eléctrico
    Dafnis Prieto: batería
    Nei Sacramento: percusión
    Felipe Alexsandro: percusión
    Luciano Silva: percusión
  • Comentario: Fue este un concierto largo –más de dos horas- pero que además se hizo largo. Como acostumbra, Steve Coleman presentó su atractiva mezcla de bebop y ritmos urbanos (funk, rhythm & blues...), esta vez con un importante aderezo afrocubano aportado por el bajista y los cuatro percusionistas, todos ellos procedentes de la isla caribeña. También como acostumbra, las composiciones desfilaron engarzadas, a modo de suite, marcadas con mano de hierro por el propio líder a base de gestos o anuncios realizados con su saxo.

    En esta ocasión, la situación de los músicos sobre el escenario definió dos territorios claramente marcados, con una “zona desmilitarizada” intermedia. A mi izquierda, los cuatro vientos –saxo, trompeta, trombón y voz, utilizada como un instrumento de viento más-, con Coleman como general de los ejércitos. A mi derecha, Dafnis Prieto comandando la tropa de percusión cubana y, en el centro, bajo y guitarra en el papel de mediadores entre las dos facciones. Pero que no se entienda que se trataba de una guerra entre dos bandos enemistados: era más bien una competición amistosa con el añadido de un sano pique.

    La música de Coleman tiene mucho de trance, de repetición, de ritmos y melodías superpuestos, de la que van surgiendo improvisaciones que se desarrollan, se desvanecen y dan paso a otras nuevas.

    De modo que en el concierto se sucedieron los temas, frenéticas melodías bebop que estallaban en un caos organizado para dar paso a un riff funky, todo ello descansando sobre el manto rítmico del cuarteto afrocubano con su tacatá hipnótico. Recordaba las sesiones de grabación (no la música) del Miles Davis de finales de los 60 y comienzos de los 70 (“Bitches Brew”, “Jack Johnson”), donde las bobinas grababan sin parar y los músicos entraban y salían del estudio, Herbie Hancock, que no estaba previsto que participase, llegaba para traer unos pastelitos y terminaba sentándose al teclado Farfisa, que tocaba por primera vez* y se sucedían los riffs, los cambios de ritmo, los solos... Y una vez terminada la sesión llegaba Teo Macero con su tijera y cortaba por aquí, pegaba por allá y conseguía montar a partir de los retazos un conjunto fascinante.

    Pues bien, en el concierto de Steve Coleman faltó un Teo Macero que quitase los elementos sobrantes y se quedara con la sustancia. Y así tal vez, en vez de dos largas horas de un concierto largo, nos hubiésemos quedado con –pongamos- una hora y cuarto de muy buena música.

    Porque momentos buenos los hubo, y bastantes, sobre todo a nivel colectivo, con pasajes complicadísimos que demostraron el buen entendimiento entre los miembros del grupo.

    En cuanto a los solos, Steve Coleman y Jen Shyu tuvieron el mayor protagonismo, con amplias intervenciones y, al igual que el concierto, con buenos momentos y otros... no tanto. Y lo que podía estar bien al principio, como los solos bebop de Coleman -una especie de Charlie Parker con sonido ácido- o las improvisaciones vocales de Shyu, terminaron en un déjà vu (y en el caso de la cantante, al final resultó hasta un poco cargante). Finlayson dijo bonitas cosas a la trompeta, sobre todo en el registro agudo, pero en el grave resultó mucho menos convincente. El jefe, apenas dio cancha a Albright, una pena, porque en sus escasos y breves solos demostró un discurso interesante. Nelson Veras, un joven guitarrista brasileño que algunos presentan como un nuevo prodigio, estuvo completamente perdido, fuera de sitio y aportó muy poco. Terry llevó con su bajo la manija para marcar los acordes y ser el eje rítmico y melódico, un papel fundamental que realizó de forma más que aceptable. Dafnis Prieto es un fantástico batería y lo demostró una vez más, sobre todo como acompañante, siempre atento, original e inventivo, porque en los solos, aunque de factura impecable, fue demasiado previsible. Los tres percusionistas tuvieron una función subalterna, salvo cuando el patrón dejó que armaran el taco los tres solos en el que fue uno de los momentos álgidos de la noche.

    Una pena, por lo tanto, que lo que pudo ser un muy buen concierto se echase en parte a perder por un exceso de minutaje, por momentos en los que el público miraba el reloj o estaba a la expectativa de ver si ocurría algo, pero no ocurría...

    Diego Sánchez Cascado

    * Anécdota contada en las notas de la caja “The Complete Jack Johnson Sessions” (Columbia).



DON BYRON QUARTET

  • Fecha: 16 de Julio de 2004.
  • Componentes:
    Don Byron: clarinete y saxo tenor
    Hugh Marsh: violín
    Kermit Driscoll: bajo eléctrico
    Pheeroan AkLaff: batería
  • Comentario: Y hablando de expectativas... Servidor fue a este concierto sin esperar gran cosa, dado el escaso interés que han despertado en él los últimos proyectos de Don Byron. Una pena, porque Byron es uno de los mejores clarinetistas de la última década y se marcó un fantástico disco de debut, “Tuskegee Experiments” (1991, Elektra Nonesuch), al que siguieron un par de obras notables, además de muy interesantes colaboraciones (con Bill Frisell, por ejemplo). Pero desde hace unos años, ha caído en un eclecticismo de escaso interés.

    Pero volvamos al concierto de la Complutense. Si las expectativas musicales eran pocas, tampoco ayudaba el hecho de que una tormenta provocase un retraso de media hora –era al aire libre, con el escenario cubierto por una techumbre muy poco eficaz- y se mantuviese amenazadora encima de nuestras cabezas.

    Pero cosas que pasan en la viña del jazz: la lucha contra los elementos –húmedos y muy numerosos- hizo que, ya en el segundo tema, la mitad del respetable se marchase y la otra mitad se refugiase en torno al escenario, ante las sonrisas de los músicos. Y se creó una comunión de buen entendimiento, con el público jaleando a los músicos por seguir tocando a la vez que esquivaban las goteras y los artistas agradeciendo a la concurrencia por seguir ahí “como un/a solo/a hombre/mujer”. Y Byron estuvo dicharachero, contó divertidas anécdotas en la presentación de los temas y, sobre todo, propuso con su cuarteto una música que recordó a la de sus primeros discos, compleja, abierta, estimulante y nada condescendiente.

    Y demostró lo buen clarinetista que es –además de más que aceptable saxo tenor-, con un estilo que abarca toda la historia del jazz con pinceladas procedentes de sus estudios clásicos. Además, se reveló como un líder inteligente, que sabía como dirigir a sus músicos para transformar in situ las composiciones. Hugh Marsh empezó tímido –o frío, dado el clima-, pero luego realizó solos magníficos, con una utilización sabia de los efectos de sonido (a través de un pedal). Por su parte, Kermit Driscoll supo proponer con su bajo patrones que estimularon la creatividad de sus compañeros, dominando muy bien el juego de tensión-relajación. Lo mismo se puede decir de Pheeroan AkLaff, gran percusionista capaz de encarnar el sólo a toda una batucada (como ocurrió en “Frevo”, composición de Jobim que interpretó el grupo).

    Finalmente, la lluvia pudo con la música y el concierto sólo duró una hora que se hizo escasa pero que dejó muy buen sabor de boca. Muchas veces, “menos es más”.


    Diego Sánchez Cascado

GERI ALLEN GROUP TIMELINE

  • Fecha: 17 de Julio de 2004.
  • Componentes:
    Geri Allen: piano, sintetizadores, Fender Rhodes
    Dave McMurray: saxos alto y soprano, flauta, samples
    Antoine Roney: saxos tenor y soprano, clarinete bajo
    Darryl Hall: contrabajo
    Mark E. Johnson: batería
  • Comentario: Iniciativas como esta de la Universidad Complutense de Madrid son de agradecer. No sólo inventan un nuevo festival de jazz, sino que lo llenan de propuestas alejadas de todo convencionalismo. El recinto, además, un acierto total. Al aire libre, sin abigarramientos, rodeados de árboles en el corazón de la Ciudad Universitaria. La discreta promoción del festival, en cambio, así como las fechas escogidas (segunda quincena de Julio en que buena parte de los habitantes de la Villa y Corte se encuentra de vacaciones), provocaron una escasa asistencia al concierto de la pianista Geri Allen y su grupo Timeline.

    La Allen se ha movido siempre en terrenos fronterizos. Los riesgos tomados al piano han sido siempre contraste de sus composiciones y arreglos, dejándonos un legado bastante heterodoxo, desde los intrincados discos con Charlie Haden y Paul Motian al convencionalismo casi fusionero de su The Gathering (1998). Anoche la heterodoxia se convirtió directamente en caos. Y del incontrolado. El mencionado riesgo proporcionó momentos excelentes, cuando la interacción entre músicos fluía suelta y libre, pero la mayor parte del tiempo no fue así. Geri Allen se excedió en los arreglos, cambiando de groove y a veces de tempo prácticamente en cada solo, hasta el punto de que buena parte del público no interpretó como tal alguna de las improvisaciones que ofrecieron los integrantes de Timeline. La rigidez de la partitura, que pareció ejercer un enorme peso sobre los músicos, contrastaba con la ligereza con que Geri cambiaba el guión establecido para decidir sobre la marcha el orden de los solos, el groove a utilizar, los compases que debía durar el solo de batería... El bajista Darryl Hall lo pasó realmente mal, encorsetado por los papeles de su atril y continuamente sorprendido por las indicaciones de la líder del grupo, hasta el punto de llegar a “pisar” parte de los solos de batería.

    Allen estuvo fenomenal las pocas veces que sencillamente se dedicó a improvisar al piano, pero la mayor parte del tiempo intentó crear ambiente con los horrorosos timbres de sus teclados, cercanos a los sonidos de las bandas sonoras de película de ciencia ficción de los años setenta. Por si fuera poco, mediado el concierto hizo sonar una melodía con el personal e intransferible sonido de teclado casi exacto de Lyle Mays, marca de la casa del teclista de Wisconsin utilizada, en esta ocasión, fuera de contexto.

    Los arreglos seguían apareciendo una y otra vez, cortando el ritmo de los solos, que anoche se tornaron bastante cortos, y demostrando una falta de criterio aún mayor si tenemos en cuenta la elección de los temas. Rápidamente se pasaba del ritmo funky al abrasileñado, de los rubatos líricos al avant-garde. Hubo que esperar al bis para escuchar un tema más o menos comprensible, y también tuvimos el momento comercial, encarnado en la rendición marchosa al soulero Sitting in the Dock of the Bay, con espectacular solo al alto del héroe de la noche, Dave McMurray. El saxofonista demostró un enorme sonido y una capacidad improvisatoria sin límites. Fue capaz de moverse desde el sonido coltraniano al soprano a una tímbrica cercana a David Sanborn al alto, pasando por una interpretación llena de lirismo y calidad a la flauta travesera. El otro saxofonista, Antoine Roney, estuvo serio y comedido, y aportó alguno de los momentos de máyor calidad tanto al tenor como al soprano o al clarinete bajo, si bien estuvo siempre a la sombra de McMurray. Mark Johnson pareció ser un batería bastante solvente, pero la sección rítmica ya tuvo demasiado con seguir las ideas aleatorias de la pianista sin perderse. La apariencia, así como la opinión generalizada, era que no habían ensayado demasiado.

    Algo más de hora y media de concierto que confirmó la idea que algunos ya adivinábamos sobre la Allen: es una de las más grandes intérpretes de jazz cuando músicos de mayor entidad saben cómo llevarla, pero se muestra totalmente caótica y desordenada si se trata de liderar su propio grupo. Un anuncio: la aparición después del verano de un disco a trío con Dave Holland y Jack DeJohnette.

    Arturo Mora Rioja