Comentario: Leyenda. A
tal categoría llegó Paco de Lucía hace
ya bastante tiempo. Y lo mejor de todo es que no sólo
ha conseguido mantenerse en tan loable escalón, sino
que el de Algeciras sigue haciendo crecer dicha leyenda. Hasta
el punto de llenar el nuevo Palacio de Congresos dos días
consecutivos con precios no precisamente populares (45 a 60
euros) y entusiasmar a los asistentes, que aplaudieron a rabiar
durante minutos y minutos en busca del merecido bis.
Aplausos que ya hubo desde el principio. La sola presencia
del genio sobre el escenario provoca un reconocimiento que
ya quisiera cualquiera para sí mismo después
de sus propios conciertos. Camisa blanca, chaleco negro, cejilla
al dos. Interpretación sin acompañamiento, introducción
al abierto universo flamenco del guitarrista, olés
desde la grada. El primero de los dos pases que formaron la
actuación fue más intimista, más guitarrero,
más flamenco. Cejilla al bolsillo, 3ª y 4ª
cuerdas reafinadas. Al De Lucía se suma percusión
y cante, ritmos más rápidos y espeluznantes
picados de técnica inalcanzable, pero más notables
por su resultado, por la música que desprenden, por
esa carne de gallina que nos pone, que por la propia técnica.
Se van los cantaores, tiempo para la bulería, más
guitarra sola y el fin de pase con La Barrosa. Pequeña
introducción del grupo, con los instrumentistas dando
palmas a compás. En la parte final del tema, cada uno
a lo suyo: segunda guitarra, bajo eléctrico y teclado
hacen su primera aparición, augurando lo que vendría
posteriormente. Un primer pase intenso y sentido, profundo
y muy muy flamenco. Muchos ya hubieran quedado contentos sólo
con esa hora de música, pero lo mejor estaba por llegar.
Largo descanso y vuelta al escenario. La segunda parte del
concierto iba a estar dedicada al grupo, a los ocho músicos,
dispuestos en semiluna con el maestro al centro, como siempre
ha sido habitual. Nueva banda, joven camada de intérpretes
en lugar de los hermanos Sánchez, Pardo, Benavent,
Dantas y demás. Ya desde el principio el octeto quiso
dejar claras sus intenciones. Comenzaron con Palenque, intercambiando
solos cortos. Alain Pérez, el cubano, dejó claro
que ha entendido el vocabulario del flamenco a la perfección.
No sólo demostró una perfecta integración,
sino una soltura a veces cercana a la insolencia. Magistral.
Algo más nervioso se vio al monstruo de la harmónica
de jazz Antonio Serrano. No obstante fue de menos a más,
llegando a darnos alguno de los mejores momentos de la noche.
El Niño Josele fue ejemplo de discreción, la
que exigía su labor de segundo guitarra. Fue el escudero
ideal del maestro, firmando una actuación técnicamente
perfecta. Un intervalo en Palenque sirvió para dar
paso a Me Regalé y a los cantaores. Los tres gitanos
fueron el contrapunto perfecto a la sofisticación instrumental
del resto del grupo. Montse Cortés, con su bonita y
potente voz, fue la más lírica. La Tana dejó
muestras de cante genuino con su tono más rasgado,
más roto. Y Duquende, el término medio, raíz
y modernidad todo en uno. Otra mirada atrás con Playa
del Carmen, y Antonio Serrano en su nueva faceta de teclista.
Larga interpretación con momentos de gloria para todos
los músicos, preludio de Cositas Buenas, los tangos
que dan título al último trabajo discográfico
del gaditano, donde los tres cantaores estuvieron soberbios.
Se acercaba el ocaso del concierto, y los momentos álgidos
del mismo. Por supuesto el final vino con Zyryab, y solos
de todos los músicos. Paco estaba muy caliente y dio
una auténtica lección de lo que se puede hacer
con una guitarra flamenca. Más es imposible. Antonio
Serrano también iba calentándose y nos dejó
una improvisación de harmónica que comenzó
con un desarrollo motívico partiendo de la melodía,
preciosa y difícil interpretación que nos recordaba
al mejor Serrano en contexto jazzístico. Y la obra
de arte de Alain Pérez. Su solo de bajo eléctrico,
original e imaginativo, fue para enmarcarlo, iniciándolo
con notas largas, siendo melódico, utilizando acordes,
dándole un sentido global. El cubano arrancó
un aplauso no programado, muy sincero, de un público
favorablemente sorprendido. Turno para el Niño Josele,
que se quitó la espina de acompañante y dejó
un fraseo muy flamenco, seguido de un pique, habitual al final
de este tema, entre primera y segunda guitarra. Antes de acabar,
bonito solo de piano de Antonio Serrano, casi obligado por
el líder del grupo, e interpretaciones vocales por
parte de los cantaores.
Tras varios minutos solicitando el bis, los músicos
volvieron al escenario a ritmo de rumba. El Piraña,
que estuvo impresionante durante toda la noche, acaparó
protagonismo y aplausos, Alain Pérez volvió
a dejar atónita a la audiencia, y Antonio Serrano dio
paso al momento nostálgico de la velada: Entre Dos
Aguas. La guitarra de Paco interpretaba con sabiduría
y frescura a la vez su clásico de los setenta, el público
bramaba y las improvisaciones volvían a sucederse.
Otro de los momentos álgidos ocurrió en el solo
de armónica de Serrano, quien invitó al maestro
a un diálogo entre ambos instrumentos. El algecireño
aceptó encantado y el resultado fue un bonito intercambio
de frases, muy jazzístico.
Se acabó. Preciosa estampa la de los ocho músicos
saludando en conjunto y todo el auditorio en pie, aplaudiendo
con el fervor de quien sabe estar presenciando la magistral
actuación de una leyenda viva, consciente de que siempre
podrá contar que estuvo allí y vio en directo
a Paco de Lucía.
Arturo Mora Rioja