Comentario: Los homenajes,
especialmente si se dedican a músicos recientemente
desaparecidos, suelen ser una excusa ideal para ofrecer repertorios
carentes de riesgo, la revisión por la revisión
en busca del aplauso fácil. Pero siempre hay excepciones
que rompen la regla, y en este caso ésta fue literalmente
triturada.
El no muy lejano fallecimiento del aún joven Tony Williams,
maestro de la batería moderna, no fue sino un impulso
extra para tres de los mayores talentos en activo hoy en día.
Scofield, Goldings y DeJohnette se presentaron en esa formación
de trío de órgano, idéntica a la del
Lifetime de Tony Williams que contaba con Larry Young al órgano
y John McLaughlin a la guitarra eléctrica. Pero lejos
de centrarse exclusivamente en el repertorio de Lifetime,
el trío recorrió temas con especial influencia
en la vida del batería, así como alguna que
otra composición propia.
Sobre los músicos poco queda ya por decir. Básicamente
se puede asegurar con poco margen de error que este fue el
Concierto con mayúsculas del festival. DeJohnette demostró
hasta dónde se puede llegar hoy en día con una
batería. Más es inimaginable. Su amalgama de
timbres, estilos y ritmos, alternando entre el swing más
decidido y los ritmos más rockeros, esa clase que le
permite tocar como si su batería fuera un instrumento
melódico, la originalidad de sus polirrimias, todo
ello nos hizo sentir que estábamos ante un músico
irrepetible. DeJohnette se presentó con una colección
de platos invertidos, cada uno de ellos sobre otro plato.
Así, ride y crashes estaban coronados por pequeños
chinos de distintos tamaños y sonoridades. Cada centímetro
cuadrado en que impactaba la punta de las baquetas del batería
estaba perfectamente escogido, lejos de cualquier arbitrariedad.
John Scofield, al que hemos visto por aquí muchas veces
en los últimos años, improvisó con su
maestría y descaro habituales, tiró de wah-wah
cuando hizo falta e interactuó constantemente con sus
compañeros, mientras Larry Goldings estuvo impecable
en su labor, creando líneas de bajo, soportando armónicamente
los temas, improvisando poco pero bien. Discreto y comedido.
La música a veces evocaba un claro sonido setentero,
en otras ocasiones sonaba bastante marciana. Estos tres monstruos
demostraron cómo revisionar sin ser revisionista, adaptando
el concepto original a sus voces, sus expresiones, sus inquietudes.
Los solos más claros, melódicos e incluso románticos
de Larry Goldings complementaban a la perfección los
más sueltos y atrevidos de un Scofield que probó
infinidad de distintos sonidos en su guitarra. DeJohnette,
al improvisar, interaccionaba consigo mismo como si estuviera
hablando con otro músico. El grupo aprovechó
incluso algunos momentos para sumirse en un paisaje free donde
la libertad iba más allá de la armonía.
Sin forma ni estructura reconocible los tres músicos,
totalmente concentrados, se escuchaban y replicaban en apenas
milésimas de segundo, sacando una música inteligible,
con sentido, de donde la mayoría no podría haber
obtenido premio alguno.
A pesar de que tanto riesgo ocasionara algún que otro
pequeño error, el ejercicio de profesionalidad e inspiración
que ofrecieron los tres músicos fue digno de mención.
Los temas de Joe Henderson, Tony Williams, Larry Young, John
McLaughlin, John Coltrane y los propios Goldings, Scofield
y DeJohnette fueron moldeados como muñecos de plastilina
en manos de tres auténticos maestros, demostrando que
en ciertas ocasiones los nombres también van unidos
a hombres. Esperemos que no se trate de un caso aislado.
Arturo Mora Rioja