Comentario: Esta vez con
“sólo” 11 minutos de retraso y con bastante
más humildad de la demostrada por James Carter el día
anterior (ordenando retirar la proyección de su propia
imagen al fondo del escenario) se presentó el trío
del pianista francés Jean-Michel Pilc, ofreciendo una
propuesta de sonido clásico y enorme dificultad técnica,
encuadrable junto a otros grandes tríos europeos (las
comparaciones con Esbjörn Svensson y Bojan Zulfikarpasic
son inevitables, si bien afortunadamente el trío de Pilc
atesora un sonido peculiarmente propio).
El parisino arrancó el concierto pellizcando las cuerdas
de su piano como introducción a un divertido popurrí
de temas de Thelonious Monk precedido por una composición
propia y una versión del Footprints de Wayne Shorter
sobre complicada métrica, siendo esta una de las señas
de identidad de este grupo. Los desplazamientos rítmicos
y las variaciones entre tiempos binarios y ternarios fueron
una constante durante todo el concierto, aportando intriga
e intensidad a la música. En muchos momentos era difícil
reconocer una referencia rítmica clara, si bien los
tres músicos dominaban a la perfección tiempo
y espacio. Las continuas citas del pianista daban la sensación
de asistir a interpretaciones de temas dentro de otros temas.
Al medley monkiano le sucedió Spring Suite, arreglo
para trío de jazz de una banda sonora compuesta por
el mismo Jean-Michel Pilc. La suite se tornó oscura
y evocadora, ofreciendo alguno de los momentos de mayor calidad
musical de la noche, con unísonos perfectos y silencios
milimétricos; una coreografía musical cuidada
hasta en el más insignificante detalle. Es en este
punto donde debemos referirnos a la excelente sección
rítmica del trío. El contrabajista Thomas Brammerie
ofreció una técnica excelente, capacidad de
interpretar rápidos pasajes, adaptabilidad al complejo
contexto rítmico y una afinación impecable.
Pierre Dayraud, por su parte, dejó una huella especial
en los oyentes, tornándose como batería delicado,
nada ruidoso y pendiente siempre de las evoluciones de sus
compañeros en busca de interacción. Pocos baterías
escuchan como lo hace Dayraud, y la forma en que alternaba
mazas, baquetas, escobillas y sus propias manos aportaban
serenidad y buen gusto al acompañamiento.
Los aspectos comentados siguieron desarrollándose
a lo largo de todo el espectáculo. Los desplazamientos
rítmicos daban la sensación de que el grupo
se encontraba siempre “en el aire”, si bien el
control de la situación por parte de los intérpretes
era total. Pilc se enzarzó en más de una concesión
a la galería, alternando sutiles pasajes en agudos
con incendiarios solos en los que desplegó una técnica
salvaje. Merece especial reconocimiento la versión
del parkeriano Scrapple From the Apple, donde la pasión
musical llegó a su punto más alto. Paradójicamente
el grueso del concierto puede ser calificado de algo plano,
resultando la sorpresa inicial en cierta monotonía
en esta última fase del show. El Moonlight with Emma
(dedicado a su mujer) volvió a mostrar más de
lo mismo, y el corto bis final fue el buen colofón
a poco más de hora y media de música inteligente
y bien construida, si bien algo fría en ciertos momentos.