Comentario: Magia. Embutida
en una amplia falda multicolor, Maria Joao absorbió toda
la atención del microcosmos que era el mostoleño
Teatro del Bosque. Su portentosa voz unida a su capacidad de
transmitir sentimientos, su coreografía, tan perfecta
como espontánea, atraía las miradas y los oídos
por igual. Magia. Mario Laginha no andaba muy lejos en lo que
a sensibilidad se refiere, desgranando improvisaciones intensas,
embaucadoras, secuencias de notas inteligentemente escogidas,
juegos con arpegios, juegos con las texturas, juegos con los
colores. Tras él, la Joao movía su cuerpo rítmicamente
al son de los deliciosos sonidos que proferían las 88
teclas del piano. No se sabe si Maria bailaba al ritmo de la
música o si era la música la que se acoplaba a
los cánones que la portuguesa marcaba. Magia. Dominando
a la perfección la altura de su voz, espectacular en
el registro más grave y en el más agudo, la cantante
parecía poseída por el espíritu de una
eterna niña, coletas incluidas. El lirismo llevado a
su extremo más alto, el sentimiento a su nivel más
profundo. Los movimientos amplios y suaves de sus brazos subrayaban
la música y la letra (portugués, inglés,
francés, daba igual, todo era poesía en los labios
de Maria), palabras que parecían aves surcando cielos
imaginarios, espacios de ilusión y fantasía, en
un recorrido guiado por el gran estilo de Laginha. Magia. Yuri
Daniel, solvente al contrabajo, espectacular al eléctrico.
Alexandre Frazao, preciso e imaginativo, de los ritmos más
endiablados a la sutileza de la percusión atmosférica.
Largos solos de piano en trío, dúos entre Mario
y Maria, interpretaciones sin acompañamiento de ambos
líderes. Magia. La cantante-actriz-transmisora de pasión
se hizo un hueco indeleble en el corazón de los asistentes,
apropiándose del escenario, de las butacas y hasta del
aire. Más que recomendable, imprescindible. Mario Laginha.
Maria Joao. Magia.
Arturo Mora Rioja