Comentario: Si la semana
pasada comentábamos con alegría el devenir de la 1ª
edición del Festival de Jazz de Móstoles, en esta ocasión
hemos de celebrar la continuidad de un proyecto que comenzó
el pasado año y que ya celebra su segunda edición:
Complujazz 2005.
Para abrir el primero de los tres días de festival el
cuarteto del pianista cubano Omar Sosa nos ofreció un
espectáculo atrevido, donde lo latino y el fondo espiritual
se fundió con el funky y el uso de enseres tecnológicos,
todo ello sobre un contexto de improvisación en su más
amplia acepción. Tras una larga introducción percusivo-vocal
a cargo del bajista mozambiqueño Childo Tomas, embutido en un
largo vestido rojo y negro, y con instrumentos de percusión
atados a su tobillo izquierdo, los demás miembros de la banda
se fueron incorporando: Miguel "Angá" Díaz se
unía al ritmo de su compañero mezclando tumbadoras, cajón
flamenco (con devaneo por bulerías incluido) y batería, Luis
Depestre profería notas picadas en su saxo soprano y Omar
Sosa, de blanco inmaculado, empezó a arrancar las primeras
notas de su piano, sumiendo el concepto general en una especie
de free jazz afro-cubano donde el desparpajo reinaba por
encima de arreglos y preconcepciones. Esta fue una constante
durante todo el show. La extensa introducción nos condujo
hacia lo que iba a ser otra constante: temas rápidos sobre
líneas de bajo funky donde los solos se entremezclaban,
limitándose en muchos casos a pequeñas frases o simples
motivos, utilizando para ello cualquier técnica instrumental,
por poco ortodoxa que fuera. Así, Tomas golpeaba el mástil
de su bajo eléctrico, utilizaba armónicos naturales y
artificiales, arrastraba sus dedos a lo largo de las cuerdas o
incluso aflojaba alguna de las clavijas; Angá mezclaba
acompañamientos puramente jazzísticos con ritmos rockeros
donde la caja jugaba un papel determinante, atmosféricos
acompañamientos con los platos o patrones más cercanos a la
tradición cubana, ejecutados con sus tumbadoras; Sosa, por su
parte, apenas hacía uso de acordes, centrándose en frases
tan rápidas como cortas, y aprovechando los efectos sonoros
que había al otro lado de su Steinway. En ciertos momentos la
visión general era la de una improvisación colectiva cuyo
objetivo no quedaba muy claro, y donde el efectismo jugó un
papel destacado. Sólo Luis Depestre demostró una mayor
discreción, atacando sus solos de forma más estándar, y
buscando con acierto fusionar los acentos de su fraseo con el
fondo percusivo.
Sobre el escenario los músicos disfrutaban de lo lindo,
tocando y dejando de tocar cuando querían, levantándose de
sus asientos y haciendo todo tipo de muecas y aspavientos.
Depestre alternó saxo soprano con alto mientras controlaba
los samplers que se introdujeron en algunos temas, y cuyo
disparador tenía escondido tras su monitor. Las divertidas
presentaciones a cargo de Omar dieron paso a un curioso
diálogo entre las tumbadoras de Angá y su piano utilizado
como instrumento casi percusivo, introduciendo objetos bajo la
tapa y tocando las cuerdas de dicho piano con escobillas. Más
temas de ritmo rápido donde Childo Tomas introdujo efectos en
el sonido de su bajo, una introducción a-lá Pastorius para
una balada donde Depestre se lució y el final con bis
incluido bajo los rayos que alumbraban el encapotado cielo
madrileño. De evolución desigual, este fue un concierto cuyo
resultado musical quedó algo cóncavo, fortalecido por la
pasión que los cuatro intérpretes demostraron sobre el
escenario pero acusando una cierta falta de claridad,
especialmente en lo que a la cuestión armónica se refiere.
No obstante la respuesta del público presente fue
satisfatoria y, como colofón, según acabó la música se
puso a llover.
© 2005 Arturo Mora Rioja