Comentario: Comenzaba la
semana de los platos fuertes en Almuñécar con
el concierto del lunes de Kenny Garrett y su joven cuarteto.
El comienzo del concierto fue realmente espectacular: un Garrett
totalmente entregado imprimiendo una fuerza a su saxo que llevó
de corrida a su acompañamiento, especialmente al batería,
que golpeaba con una fuerza y ganas tales que le costaron el
partir una baqueta en el primer corte. Una estupenda sesión
de hard bop (acentuando el “hard”) que Garrett vivió
balanceándose hacia delante y hacia atrás como
entrando en un violento trance, al tiempo que la velocidad del
tema iba desembocando en violentos gritos de puro free que terminaban,
como hemos dicho, en rotura de baquetas y algún que otro
accidente más, salvable por la entrega con la que comenzó
el cuarteto (a Kristoffer Funn se le desenchufó el contrabajo
pasado tan sólo un cuarto de hora de concierto…
La verdad, poco importaba, un servidor no pudo dejar de saltar
y mover las piernas en el reducido espacio que permiten las
ristras de sillas de plástico gris…). He de decir
que no esperaba ni mucho menos ese comienzo, nadie se lo esperaba,
y tal fue la sorpresa que al acabar el corte la gente ya se
levantaba gritando como posesos por una interpretación
realmente sincera: a los músicos se les notaba que lo
estaban pasando en grande, no importaban las minucias técnicas.
El público se levantaba como poseído por la violenta
belleza de aquella música que se estructuraba en torno
a una base rítmica muy propia del sonido del cuarteto
de Coltrane, con un piano con la mano izquierda suelta y abierta
muy a lo McCoy, y un batería que, sin querer ser Elvin
Jones, confiaba su violenta forma de tocar a los ritmos libres
que se estructuraban a base de capas de sonido superpuestas
de manera veloz, potente y algo brusca. Sin embargo, el bajo
no sonaba ni a Garrison, ni a Chambers…
El segundo corte partió de una composición
de Charlie Parker que, por ser conocidísima, y por
razones enmarcables en la ortodoxia más pura de la
Ley de Murphy, no recuerdo su nombre ni dispongo de los datos
en el momento de redactar esta reseña. Digamos que
se trata del típico “lo tengo en la punta de
la lengua…”, el caso es que el tema evolucionó
hacia unos parámetros muy similares a los del primer
tema, esto es: una pieza de hard bop cargado de improvisaciones
in crescendo, repletas de recursos, hacedoras del genio creativo
de un Garrett que nos demostraba lo gran músico que
es. Su forma de enlazar unos fraseos con otros y su capacidad
para hacer que una multitud de melodías se hicieran
una sola, hicieron vibrar al personal allí presente.
Además, el músico transmitía de manera
sincera que se lo estaba pasando en grande, y, claro está,
el contagio de esa sensación al resto del grupo y al
público era coser y cantar. En total, entre los dos
primeros temas, más de cincuenta minutos de jazz en
estado puro, con todas sus virtudes y todos los defectos que
un directo sin premeditación (en algunos pasajes aquello
era casi free) y con mucha alevosía, nos podían
deparar.
Sin embargo, en el tercer tema del concierto, el cuarteto
nos mostró su cara más Smooth: resulta increíble
cómo puede llegar a bajar el nivel de un concierto
en cuestión de minutos… Es comprensible que no
se pueda mantener tan elevado nivel de calidad, o de frenesí
creativo, pero lo que resulta sorprendente es la facilidad
para saltar de registro, y más aún el conformismo
de un público que, de repente, se puso a bailar como
si aquello que estaba escuchando fuese tanto o mejor que el
aluvión de música que habían presenciado
en el primer set de la actuación…Y además,
acentuado por otro conjunto de errores de sonido, como el
hecho de que Garrett pretendiera introducir un wah-wah en
su saxo, y no sonara como debiera, y hubiera de retomar de
nuevo el sonido puro sin pedal. No serían éstos
los últimos errores del músico de Detroit.
Una vez acabado este tema, Brunner y Funn dejaron solos en
escena a Garrett (que tomó para la ocasión el
saxo soprano) y a McKinney ante su piano, y tras realizar
un primer dueto meloso y suave, muy previsible en su forma,
realizaron un segundo tema a dúo en el cual Garrett
se quedó solo ante el silencio absoluto de la audiencia,
e improvisando sobre un patrón muy simple y haciendo
continuas idas y venidas, aportando pinceladas preciosistas
de toque oriental (a modo de taragato), logró crear
una atmósfera realmente hermosa bajo el Castillo de
San Miguel. Muy bello instante, todo sea dicho.
Después de este breve periplo de corte intimista,
el cuarteto volvió a escena para interpretar una pieza
de McKinney. Ésta partía con una estructura
marcada por un ritmo base en el que se comenzaron a acumular
notas de manera que la melodía se mantenía constante
pero se iba enriqueciendo o suavizando según interesara
al solista de turno. Aquí volvimos a apreciar errores
de Garrett, cuando se dispuso a introducir el sonido del órgano
Korg que tenía ante sí y que, tal y como sucedió
con el wah-wah, no atinó a introducir y quedó
como un borrón en el conjunto. Fue entonces cuando
el piano, no sabemos si para tapar el infortunio de su líder,
o para reivindicar su protagonismo en una pieza compuesta
por el propio McKinney, comenzó a “aporrear”
el piano, para deleite del público asistente, un gran
sector del cual ya había ocupado los laterales del
parque para poder bailar. Garrett, viendo lo caliente que
estaba el personal pese a la extraña cantidad de errores
que hubo de cometer, seguramente decidió compensar
con una entrega menos musical, pero más cargada de
espectáculo, y comenzó a pedir el acompañamiento
de las palmas, a cantar extraños tarareos que la masa
(ya levantada de sus asientos) repetía encantada, presentando
a la formación una y otra vez, y despidiéndose
ante los exagerados aplausos de un público totalmente
entregado.
Era lógico suponer que el cuarteto tardaría
bien poco en aparecer para completar el aclamado bis, pero
lo que era del todo impredecible fue que éste se alargara
durante más de una hora, en los que Garrett se dedicó
a rapear y a bromear con la gente que bailaba y disfrutaba
de lo lindo, mientras que McKinney había dejado el
piano de lado y tocaba melodías de marcados acentos
groove con el órgano. Bajo un continuo “tic tac,
no stop”, Kenny Garrett y los suyos se lo pasaron en
grande haciendo disfrutar a todo el mundo, incluido un servidor,
que tenía ganas de todo menos de hacerse cien kilómetros
de coche para acostarse cinco horas antes de irse a trabajar.
Por cierto, en el bis, Brunner se cargó su segunda
baqueta…
Texto y fotografías por Diego Ortega
Alonso.