Comentario (Arturo Mora):
¿Quién dijo que el free jazz carece de estructura?
¿quién dijo que los europeos son malos improvisadores?
Más aún, ¿quién dijo que la libre
improvisación no tenía sentido en el siglo XXI?
Quien quiera que fuera, seguro que no había escuchado
con atención a los Atomic. El quinteto noruego llenó
el San Juan Evangelista (el popular Johnny), arrancó
emocionados aplausos de un público entregado y demostró
que, si existen, los límites de la imaginación
aún nos quedan muy, muy lejos.
Y es que Atomic es un grupo sorprendente, un proyecto muy
consolidado donde no hay espacio para el aburrimiento, y donde
los contrastes juegan el papel más importante, hasta
el punto de convertirse en bellas paradojas musicales. Así,
las lentas improvisaciones del trompetista Magnus Broo, basadas
en frases largas, discurren sobre frenético acompañamiento
percusivo. El walking bass cromático de Ingebrigt
Haker Flaten es combinado con un agresivo pizzicato donde
el espectador sufre por la integridad de las cuerdas del contrabajo,
y su interpretación clásica camina entre la
suave perfección y la fiereza más animal, destrozando
literalmente las cerdas de su arco alemán. Temas como
"Geometrical Restlessness" sacaban partido al increíble
arsenal del grupo, en el que emergía con especial relevancia
el batería Paal Nilssen-Love, el Gran Hermano que todo
lo controla en Atomic, capaz de reaccionar instantáneamente
a las ideas de sus compañeros, con el desparpajo suficiente
como para huir de ellos, dando el soporte rítmico opuesto
al que cabría esperar, pero siempre sin caer en la
pirotecnia vacía de contenido.
La naturalidad con que los escandinavos afrontaban difíciles
cambios de contexto tenía mucho que ver con la dirección
musical del grupo, por momentos ejercida por el fino pianista
Havard Wiik, pero generalmente centrada en Fredrik Ljungkvist,
jazzman de interesante discurso que conseguía, cuando
cambiaba el metal de su saxo tenor por la madera de su clarinete,
una divertida sonoridad en conjunción con la trompeta,
casi cercana a algunos trabajos de música clásica
contemporánea. Wiik, por su parte, aportaba variados
colores, aprovechando ambiguos acompañamientos de contrabajo
basados en simples riffs para dar rienda suelta a
sus ideas solistas.
El obsesivo "Boom Boom" quiso poner el punto final,
pero no contó con el consentimiento del respetable,
que obligó al quinteto a regalar un par de bises. Curiosa,
cuando menos, la excelente entrada del San Juan para un concierto
de jazz europeo y centrado en la libre improvisación.
Esperemos que no sea una experiencia aislada, sino el síntoma
de un estado de buena salud por parte de la escena. Por los
músicos, desde luego, no quedó, el espectáculo
ofrecido fue ciertamente... ¡Atómico!