Comentario: Nos sorprendió
a todos en el pasado Festival de Jazz de Madrid, y esta semana
en el Café Central está confirmando las sospechas:
Javier Vercher es un músico de futuro, un valor a tener
muy en cuenta y al que seguir la pista. Con su grupo ampliado
a quinteto gracias al percusionista Arturo Stable, y con la
presencia en algunos temas de otro percusionista, el flamenco
Nacho Arimany, Vercher siguió haciendo gala de esa constante
búsqueda de expresión, seña de identidad
de su forma de entender el jazz.
El repertorio, variado y a la vez consistente, servía
de vehículo para las improvisaciones afiladas del saxofonista,
agudos insolentes con los que arrastraba a sus compañeros,
exploraciones en las que era él el que se dejaba arrastrar
por sus sidemen y una complicidad extraordinaria
con Lionel Loueke. El guitarrista africano arrancó
bellísimos sonidos de su Godin con cuerdas de nylon,
afrontando el acompañamiento de forma reposada y carismática,
con reminiscencias de Bill Frisell en algunos momentos pero
siempre personal y muy, muy paciente. Lionel era capaz de
improvisar durante minutos sobre un simple motivo, creando
lentamente el entorno adecuado para que las dinámicas
de sus solos crecieran. Vercher, en cambio, imprimía
ritmos más acelerados a sus improvisaciones, siempre
recordando al Coltrane de mediados de los sesenta, inquieto
y sin parar de probar, tomando riesgos y asumiendo consecuencias.
Encomiable en un músico tan joven.
El batería Brannen Temple, algo comedido esta noche,
y el contrabajista Edward Pérez, secundaban automáticamente
las ideas de Javier y Lionel, fomentando la creación
de pequeñas asociaciones musicales dentro del quinteto,
en las que todos intentaban dar lo mejor de sí mismos.
Y el contraste se convertía en otro elemento poderoso
en este grupo. Evoluciones de dinámica tranquilas y
reposadas convivían con sorprendentes cambios que captaban
la atención del público con fiereza, los distintos
timbres de la guitarra de Lionel Loueke (sonido sintetizado,
de cítara o simple y llanamente acústico) conformaban
distintos paisajes sobre los que improvisar de forma variada,
y el aporte del líder en instrumentos de percusión
añadía tensión al discurso jazzístico,
especialmente en el segundo pase en que el grupo se encontraba
bastante entonado.
Javier Vercher es una apuesta obligada para todos aquellos
que critican la habitual tendencia a menospreciar a los músicos
nacionales, un jazzman joven con las ideas muy claras
que ha sabido elegir como compañero de viaje a un guitarrista
original y enormemente expresivo como Lionel Loueke y que,
a buen seguro, dará mucho que hablar. Intención,
desde luego, no le falta.