Comentario: Ver en directo
a una leyenda siempre reporta buenas sensaciones. Si, además,
la calidad del espectáculo está a la altura de
su legado musical, el sentimiento que atrapa al aficionado es
sencillamente impagable. El pasado jueves ambos acontecimientos
se dieron cita en el Teatro Jacinto Benavente de Galapagar.
Embutido en un espectacular traje azul turquesa, Ornette Coleman
comenzó recibiendo aplausos de respeto y emoción,
y acabó arrancando más aplausos como justo premio
a una velada inolvidable.
Ornette está mayor. Es mayor. Le cuesta moverse, tarda
en cambiar de instrumento, no puede prolongar sus solos excesivamente,
pero cada nota que sale de su saxo alto destila sabiduría
y estilo, lo cual, unido a su carisma y a la importancia
histórica del concepto musical que abandera, provoca
el deleite en el oyente. El saxofonista, portaestandarte por excelencia
del free jazz, estuvo fielmente secundado por su
hijo Denardo, esta noche relegado a un discretísimo
segundo plano (apenas se le escuchaba, deliberadamente bajo
en la mezcla final, y apenas se le veía, parapetado
tras dos planchas de metacrilato) y por dos bajistas que alternaban
funciones y provocaban una curiosa sonoridad. Tony Falanga
demostró una técnica exquisita (especialmente
reseñable en sus pasajes con arco) basada en su bagaje
clásico, y una enorme capacidad de adaptación
al discurso improvisatorio del líder, demostrando su
sobrado conocimiento del contexto jazzístico. Al Macdowell
a veces utilizaba su bajo eléctrico sin clavijero para
arpegiar, otras para hacer acordes, en otras ocasiones servía
de contrapunto melódico, y alguna vez incluso desempeñaba
la función del bajo, generalmente para dar soporte
a las atrevidas exploraciones de Falanga en el registro agudo
de su contrabajo (allá donde no llega el mástil), consistentes en simples chirridos, lamentos guturales
que buscan la expresividad sin límite. Cuando ambos
interpretaban en pizzicato se fundían cual acelerado
diálogo entre abejas, repartiéndose equitativamente
la labor de charlar con Ornette.
Entregados a la libre improvisación, englobados en
un concepto al que la tradicional visión estructural
de la forma no se ajusta con facilidad, los cuatro miembros
del grupo no sólo fueron capaces de ofrecer un discurso
completamente coherente, sino que llegaron a confluir en puntos
concretos, límites de intensidad y obligados rítmicos
de imposible localización temporal para el común
de los mortales. Tanto atrevimiento entraña riesgos,
y hubo momentos no muy finos hacia la mitad del concierto
(especialmente en "Turnaround", donde Falanga y
Macdowell no advirtieron las intenciones del maestro Coleman).
El final de concierto, no obstante, trajo momentos memorables,
especialmente en la recreación de "Lonely Woman"
donde la solemnidad y la curiosa idea de belleza que se evocaba
fueron capaces de emocionar al menos pintado. "Song X"
puso la guinda a un pastel aún no completado, pues
los incesantes aplausos del respetable obligaron al visiblemente
cansado Ornette a conceder un bis en el que poder disfrutar
de su intransferible sonido de saxo alto, de su fraseo inconfundible,
de sus progresos con la trompeta y de ese aura de energía
que sólo él es capaz de transmitir.
Texto © 2006
Fotos © 2006 Felipe García