Comentario: Los programadores
de festivales de verano deberían informarse con más
cuidado acerca de los eventos que presentan. No vamos a referirnos
en este caso al manido tema de si lo que se programa es o no
jazz, sino al de los conciertos dobles. A la hora de hacer compartir
cartel a dos artistas es importante que no sean excesivamente
similares en estilo, para no dar sensación de competición,
pero también es importante que sus caminos no sean demasiado
dispares, ya que la diversificación del público
no suele ser una buena aliada del éxito artístico.
Un buen ejemplo lo tenemos en esta cuarta edición de
Viajazz, donde la voz melosa de Randy Crawford sobre la sección
rítmica del Crusader Joe Sample nos llevaba por terrenos
cercanos al soul, el rhythm&blues, el funk y la fusión,
mientras la propuesta libre, abstracta y modernista del legendario
Wayne Shorter tomaba derroteros tan intensos e interesantes
como duros para el público de sus teloneros. Teloneros
que comenzaron a trío, con un Joe Sample que derrochaba
clase y experiencia, presentando un proyecto en parte cool,
en parte cercano a la fusión de los 80, si bien el formato
acústico implicaba un aire más jazzero, algo a
medio camino entre los tríos de Ramsey Lewis y Bob James,
pero siempre con la voz personal del piano de un Sample bien
secundado por el batería Mark McLean. No se puede decir
lo mismo de su hijo Nicklas Sample, quien combinó un
impecable look californiano (gafas de sol incluidas) con continuos
problemas de afinación. La aparición de una exultante
Randy Crawford, embutida en un vestido espectacular por lo variado
de su colorido, entrañó un cambio de discurso
hacia un jazz vocal cercano al pop, sucesión de canciones
melosas y romanticonas donde la diva demostró unas impecables
cualidades vocales, impostando su voz tímbricamente suave
pero acústicamente potente a bastante distancia de su
micrófono. La Crawford hizo las delicias del público,
si bien dos garrafales errores de coordinación del grupo
en la última interpretación (el clásico
"Street Life") y en el bis (el aun más clásico
"Imagine" de John Lennon), donde se puso de manifiesto
la falta de ensayo, no pasaron desapercibidos incluso para los
más neófitos.
Algo más tarde, con la fresca brisa de la sierra madrileña haciendo de las suyas, apareció sobre las tablas el paradigma de la imaginación, un grupo expresivo e intuitivo como pocos, cuatro mentes privilegiadas, cuatro caballeros en busca del Santo Grial del jazz, dotando a éste de carácter y sentido en los tiempos que corren. Si la selección holandesa de 1974 practicaba el "fútbol total", se puede decir que este brillante cuarteto, Shorter-Pérez-Patitucci-Blade, interpreta "jazz total", algo difícilmente encuadrable en las etiquetas actuales, cercano al concepto de la libre improvisación pero alejado del free jazz y el feísmo, con momentos de rocosa estabilidad rítmica y armónica surgidas de un entendimiento totalmente espontáneo. El veterano Shorter marcaba el camino a seguir con sólo levantar su saxo soprano, con sólo comenzar a soplar por su tenor. Sus compañeros de travesía sabían perfectamente por dónde debían acompañarle, qué acordes utilizar, qué notas elegir. Dos claras asociaciones (Pérez-Shorter y Patitucci-Blade) establecían la base del discurso a seguir, con excelente gusto y conformando una estructura perfectamente compensada. John Patitucci parece haber evolucionado enormemente, y Danilo Pérez tiró por tierra las opiniones de los que sólo le ven válido como intérprete de latin jazz. Fue precisamente Patitucci el que emocionó al respetable con un solo increíblemente lírico usando el arco, y era precisamente Pérez el que hacía de hilo conductor entre las diversas secciones que conformaban la obra, presentada de principio a fin casi sin interrupciones. La fiereza daba la mano a la sensibilidad, la exteriorización de ideas primitivas hacía lo propio con la voluntad de adaptación a un entorno colectivo, con Brian Blade como claro ejemplo. El batería de Louisiana sabía cuándo callar, cuándo usar toda su pegada en ritmos casi rockeros, cuándo acentuar el devenir de los solos del maestro Shorter y cuándo tomar la iniciativa.
Como cabía esperar, y a pesar de lo tarde que era, el combo tuvo que ofrecer un bis a un público que quedó gratísimamente sorprendido, incluso en el caso de aquéllos que más o menos sabían qué iban a ver. Músicos entregados, sonrientes, aunando la sabia experiencia de años de trabajo con la infantil inocencia de quien descubre las cosas casi por casualidad. Más que recomendable. Y, por supuesto, en directo.