Comentario: Evolucionar
no significa despegarse de la tradición, ni ser fiel
a ésta implica inmovilismo. Así lo entienden los
artistas que afrontan la práctica evitando debates fatuos,
expresando un lenguaje universal como es el del jazz con total
respeto y constante referencia a sus orígenes, pero hablando
por boca contemporánea. Todo esto se ajusta a la figura
de Christian McBride, a la música que ofrece su grupo
y al concierto que pudimos disfrutar en la bonita sala de cámara
del Auditorio de Castellón, dentro del IX Festival de
Jazz de la localidad levantina.
© 2006 Ángel Sánchez
El contrabajista de Filadelfia abrió la actuación
dialogando consigo mismo, a lo Charles Mingus, entremezclando
pequeños motivos cromáticos con intrincadas
líneas melódicas que imitaban la voz humana.
La extensa ejecución del “No Blues” de
Miles Davis y el “Via Mwandishi” que McBride dedicó
a Herbie Hancock permitió detectar muchos y variados
detalles, desde el inteligente uso del silencio por parte
de bajo y batería a la clase del guitarrista David
Gilmore (sustituto del saxofonista Ron Blake, miembro titular
del cuarteto) con su sonido pseudo-sintetizado. McBride y
Terreon Gully demostraron un entendimiento envidiable, fruto
de años de trabajo conjunto. Su acompañamiento
se convertía en animada charla donde ambos encontraban
con suma facilidad puntos donde confluir, dotando de continuo
interés a unas líneas rítmicas estáticas.
Christian se mostró lírico, convirtiendo sus
patrones en arpegios, y éstos en acordes (sí,
acordes en un contrabajo). Geoffrey Keezer combinó
con acierto los distintos sonidos de sus teclados con el piano
de cola, improvisando polirrítmicamente mientras la
sección rítmica se acompasaba con los acordes
que dibujaba su mano izquierda.
El “Walking on the Moon” de Sting interpretado
por McBride con armónicos artificiales en su bajo eléctrico
evocó un clima relajante, dando la sensación
de estar, realmente, “caminando sobre la luna”.
Gilmore y Keezer creaban colchones armónicos de calidad,
mientras Gully acompañaba con sobriedad. El funk
llegó de la mano de un tema aún sin título
(“proponedlo en mi página web”, comentó
el bajista), de groove poderoso y sonoridad fusionera. David
Gilmore nos obsequió con una magnífica y larga
improvisación mientras McBride y Gully, siempre sonrientes,
disfrutaban de lo lindo. Uno de los momentos álgidos
vino de la mano de un lírico dúo entre piano
y contrabajo, con el que el líder interpretó
al arco francés un “Tenderly” que puso
los pelos de punta.
© 2006 Ángel Sánchez
El final del concierto desmereció en parte el contenido
previo. Un simple blues menor de David Gilmore, de nombre
“11th Hour Blues”, interpretado según los
cánones y desprovisto de intensidad rítmica,
resultó plano y algo pirotécnico. Quizás
esa sensación fuera consecuencia del alto nivel que
el grupo había demostrado en las fases anteriores de
la actuación. Como bis, un “The Chicken”
con variaciones recuperó el funk, sirvió
de escaparate para el lucimiento de los cuatro jazzmen
y funcionó como fin de fiesta. La fiesta de un
músico soberbio capaz de asimilar lenguajes y estilos,
crear arte divirtiendo y afrontar su trabajo con sencillez
y humildad. Y bien rodeado.