Comentario: Desgraciadamente
el jazz ha sido menospreciado por seguidores de otros géneros
debido a la falta de cohesión y entrega mostrada por
ciertos grupos montados sobre la marcha para hacer frente a
un determinado concierto. El público no es tan fácil
de engañar como algunos músicos piensan, y cuando
la improvisación atañe a cuestiones alejadas del
terreno puramente musical la imprecisión y el caos se
apoderan de los oídos del espectador. En el polo opuesto
se encuentra Baldo Martínez. Sus proyectos suelen ser
auténticas obras de orfebrería, grupos perfectamente
ensamblados donde la perfección interpretativa sólo
es superada por su capacidad de llegar al oyente.
El pasado viernes Baldo presentaba en el madrileño
Bogui Jazz su último trabajo, Tusitala. Música
agresiva pero no violenta, donde la originalidad formal, el
sabio uso de complejas métricas y las características
tímbricas del quinteto invitan a un apasionante viaje
guiado por la sorpresa. Composiciones del CD como “Desde
los Godos”, “El mundo de los Papalagi” o
“Tusitala” convivieron con “Galería
de recuerdos” y “O Conxuro”, de su anterior
disco, Nai. Los precisos unísonos de trompeta,
violín y guitarra sobre riffs de bajo cambiaban
constantemente de plano, sirviendo de fachada melódica
o bien subrayando intervenciones solistas. La pareja viento-cuerda
formada por Herrington y Ortega aportaba un sonido bien empastado,
mientras Pedro López interactuaba con naturalidad.
Cada músico aprovechaba los recursos brindados por
su instrumento: Martínez y Ortega combinaban arco con
pizzicato, Bravo alternaba distorsión con sonido limpio
y Herrington se apoyaba en la sordina cuando la situación
lo requería.
De forma inusual en un club, el público que llenaba
el Bogui se entregó por completo al espectáculo,
demostrando entrega y un silencio sepulcral que el contrabajista
gallego agradecería en una postrera intervención
al micrófono. “Susurro”, el pedal de “Danza
final” y “Desenfreno” abrieron el segundo
pase, confirmando ese efecto vanguardista de la música
de Baldo, que le sitúa conceptualmente en una posición
de privilegio respecto a la mayoría de jazzmen
nacionales. Antonio Bravo exploraba continuamente en sus solos,
mientras Eduardo Ortega compaginaba virtuosismo y emotividad
a partes iguales. Un diálogo dramático entre
los arcos de violín y contrabajo sirvió de entrada
al espectacular “Octubre (Otoño en Galicia)”.
“Historia de una melodía” (de Juego
de Niños) cerró el espectáculo entre
sinceros aplausos.
Gran noche, gran grupo y gran líder. Todo un maestro
de su instrumento, cada una de las notas de Baldo Martínez
retumba con cuerpo, con sentido, con intención. No
es de extrañar que cada sucesión de dichas notas
suene como una historia, como no es de extrañar que
Tusitala quiera decir “el contador de historias”.
Ése es Baldo.