La verdad no es absoluta. Incluso en muchas ocasiones debemos
cuestionar su existencia. Si el arte es un paradigma de controversia
y la música es, quizás, la disciplina artística
más compleja de enjuiciar, el jazz se encuentra en el
furgón de cabeza, y el
free jazz se lleva la
palma. Si somos, además, espectadores de una figura histórica
del estilo en el marco de uno de los festivales de jazz más
importantes de Europa y si, encima, un análisis técnico
de lo presenciado sugiere altibajos, la controversia se apodera
del ambiente por completo. Intentemos arrojar algo de luz (o,
al menos, buscarla).
Ornette Coleman revolucionó el mundo del jazz entre
finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Su búsqueda
de alternativas al jazz ortodoxo encontró premio en
el movimiento del free jazz, música improvisada
con libertad rítmica, armónica y, aparentemente,
formal. Para algunos el free fue la última
evolución del tronco central del jazz. Con este bagaje,
la presencia del veterano saxofonista en el pabellón
vitoriano suponía una oportunidad única de tomar
contacto con una leyenda viva. Coleman está muy mayor,
pero su sonido de saxo alto sigue siendo inconfundible y,
aunque no se excede en sus improvisaciones, continúa
demostrando un ataque feroz. Desde este ángulo no exento
de cierta dosis de fetichismo, el concierto fue emocionante.
Muchos veían a Ornette por primera vez y coleccionaron
uno de sus cromos más valiosos.
Por otro lado la propuesta colemaniana era más
que interesante. Avalado por su reciente Sound Grammar
(premio Pulitzer de la Música 2007 y nominado al Grammy
de Mejor Disco de Jazz Instrumental), el tejano se presentaba
con el inusual acompañamiento de batería y tres
bajos: el contrabajista clásico Tony Falanga, el bajista
eléctrico Al MacDowell (que sustituía al inicialmente
anunciado Greg Cohen) y una incorporación de última
hora: Charnett Moffett, hijo del batería Charles Moffett
(habitual en varias grabaciones de Coleman en los sesenta).
El concepto del quinteto no era en absoluto revolucionario,
presentando una clara continuidad con el trabajo anterior
de Ornette, si bien tampoco reivindicaba un revisionismo hueco.
El timbre formado por los tres bajos y la función de
cada uno de ellos en la música sustentó la curiosidad.
Metidos en harina, la calurosa acogida del público
alavés devino en desinterés a mitad del concierto,
para repuntar hacia el final de éste, cuando Coleman
recuperó sus conocidos "Song X" y, a modo
de bis, "Lonely Woman". Tony Falanga, sobrado de
técnica, solía lanzar líneas contrapuntísticas
con arco, destacando especialmente en su interpretación
del preludio de la “Suite número 1 para chelo
en Sol mayor” de Johann Sebastian Bach, posteriormente
pasada por el tamiz de Ornette. La misión del frenético
Charnett Moffett guardaba similitudes con la que Charlie Haden
o Scott LaFaro llevaran a cabo en los primeros grupos del
líder, incorporando su peculiar técnica de slap
al contrabajo y el sonido de wah-wah cuando utilizaba
el arco. Al MacDowell a veces tocaba líneas en primer
plano, otras veces contrapunto, otras arpegiaba en busca de
esbozos armónicos. Especialmente interesantes fueron
los momentos en que cada miembro del grupo tocaba a un pulso
distinto.
Todo podía haber sido bastante bonito, pero un elemento
se encargó de arruinar la noche: Denardo Coleman. El
hijo del padre del free jazz fue incapaz de tocar
con coherencia, no digamos con gusto. Negado para llevar los
tempos más sencillos, su hi-hat excesivamente
abierto y su enorme bombo estuvieron tapando continuamente
al resto de músicos, en un despropósito de dimensiones
colosales. Su falta de sentido rítmico invitaba a imaginarse
cómo podría sonar esta banda con un Jack DeJohnette.
Haciendo gala de un sonido tosco, en claro contraste con el
tejido sonoro cuidadosamente engarzado por su padre y los
tres bajistas, Denardo se aceleraba y tropezaba, flexibilizando
el tiempo en exceso. Fijar la vista en cualquiera de sus extremidades
descubría todo tipo de asimetrías y descoordinaciones.
Una pena. Casi cincuenta años después de la
revolución de Ornette, su música es hoy parte
indiscutible del legado jazzístico. Arte en estado
puro, lirismo dentro de un aparente caos, el trabajo melódico
del saxofonista hace bueno el título de su recopilación
del sello Atlantic Beauty Is a Rare Thing ("La
belleza es algo escaso"). Qué lástima que
no elija mejores compañeros de viaje. La confianza
da asco, y más confianza que en la familia…