Comentario: Decía hace poco un buen amigo mío que, culturalmente, Madrid es una caricatura ridícula del mundo. No hay más que comprobar la actitud del supuesto público de eventos culturales masivos (y el Festival de Jazz, dentro de lo minoritario del área que trata, lo es). El Centro Cultural de la Villa se pobló de vestimentas tópicas y poses afectadas; intelectualoides, culturetas y wannabes que rara vez pisan un club de jazz. Para colmo, en una actitud muy española, a las nueve de la noche (hora teórica de inicio del concierto) ni la mitad del público había ocupado su butaca.
Al otro lado de la realidad, sobre las tablas, el catalán Carles Benavent presentaba su proyecto a trío ampliado, un repaso de su material jazzero donde el buen hacer individual de los cuatro músicos tuvo que convivir con el abuso de medios tiempos y sonoridades aflamencadas, entorno donde el bajista se encuentra como pez en el agua, pero que a veces da la sensación de no ir a ninguna parte. Gustó, no obstante. "Bluestorius" y "Por Dios" abrieron el concierto, destapando un excelente sonido de banda, con el zurdo Roger Blávia combinando con buen gusto la batería con elementos de percusión, y Jordi Bonell haciendo gala de limpieza y estilo con lo que parecía ser una Fender Telecaster (a la prensa especializada nos sitúan tan lejos del escenario que resulta complejo apreciar ciertos detalles. La próxima vez llevaré prismáticos).
Tras los dos primeros temas apareció sobre el escenario Ravid Goldschmidth, al que Benavent descubrió hace un año tocando en las calles de Barcelona –según explicó él mismo– un curioso instrumento de nuevo cuño llamado hang, una especie de fiambrera metálica de timbre similar al de los steel drums de Trinidad y Tobago, pero de sonido más brillante y afinación agradecida. Goldschmidth funcionó francamente bien en sus intervenciones solistas, entre la hipnosis del minimalismo y un ligero sabor oriental, si bien perdió excesiva presencia integrado en el cuarteto.
Sentados en sendos taburetes, bajista y guitarrista utilizaron su exquisita técnica para dar forma melódica y armónica al resto de temas. "La luz", "Aire" y "Olé blues" ("con toque de bulería, no lo puedo evitar", comentaba Benavent entre sonrisas del público), más el obligado bis dieron carpetazo a un concierto discreto, al que tampoco se puede poner muchos peros, pero que no quedará para el recuerdo. En todo caso, para farde de los intelectualoides.