Comentario:
David Keith Murray es uno de los músicos de jazz más infravalorados de las últimas tres décadas. Su poderoso sonido de saxo tenor, arraigado en la tradición pero siempre abierto a la aventura, así como sus originales arreglos en octeto le avalaron en los ochenta como alternativa al revisionismo plano y a la evolución presentada por el jazz fusión. En su cita madrileña el saxofonista de California presentaba su último trabajo Sacred Ground utilizando otra formación, la de cuarteto, con la que también ha cosechado innumerables éxitos.
Centrado en el saxo tenor (su segundo instrumento, el clarinete bajo, sólo lo utilizó en la prueba de sonido), Murray arrancó con un 3/4 dedicado a su padre en el que hizo gala de su tono privilegiado, su discurso mezcla de lirismo y fiereza y esa incansable progresión de ideas que fuerza al oyente a mantener intacta su atención sin importar la longitud del solo. A su vera, Lafayette Gilchrist, discípulo del difunto John Hicks, se mostró suelto y dispuesto a desarrollar todo tipo de motivos melódicos, haciendo gala de discreción y buen gusto en sus acompañamientos. Los temas con aire afro-latino evidenciaron el increíble nivel de una sección rítmica que, lejos de limitarse a dar soporte al improvisador de turno, interactuaba constantemente, ofreciendo materiales contra los que trabajar, líneas sobre las que apoyarse, realidades paralelas a las del solista que conformaban un tejido sonoro tan intrincado como delicioso. El contrabajista Jaribu Shahid, con traje gris y rastas hasta los tobillos, hizo gala de una clarísima pulsación. Todas sus notas se entendían perfectamente. Suya fue una emocionante introducción al arco sobre la que Murray interpretó ad libitum. En cuanto a Hamid Drake, su calidad asusta. Desbordando continuamente la imaginación del espectador, el batería de Luisiana fue capaz de hacer sonar todos sus golpes al mismo nivel de intensidad, sin importar la rapidez de la ejecución. Inspirado como nadie, nos regaló un par de solos memorables.
David Murray aprovechaba sus agradecidas armonías con exposiciones largas, variadas, repletas de pasión y capacidad melódica. Jugaba con el desgarrado arrastre de notas para rematar con una frase digna del mejor Ben Webster, o bien iniciaba un motivo casi naíf que acababa con una rápida secuencia cromática en la tesitura más alta de su saxo tenor. Una balada que desembocaba en improvisación libre, un solo de piano atonal, un homenaje a John Coltrane. El espectáculo tocaba a su fin, y para ello Murray invitó, como si del Un, dos, tres se tratara, a dos amigos y residentes en Madrid: ni más que menos que Jerry González y Román Filiú. El trompetista puertorriqueño, legendario líder de la Fort Apache Band, y el saxofonista cubano, ex-integrante de los míticos Irakere, dejaron buena muestra de su presencia en sendas improvisaciones cargadas de entusiasmo, para fundirse con Murray en una especie de descarga latina que hizo las delicias de la banda y del público asistente.
Otros se lo perderán, alguno ni siquiera sabrá quién es David Murray, allá ellos. Los que nos congregamos en el auditorio del Colegio Mayor San Juan Evangelista disfrutamos de la historia viva del jazz (y no olvidemos que Murray sólo tiene 52 años), en un concierto que hizo justicia al título del ciclo: "La creatividad en el jazz actual desde el misterio a la belleza".