Comentario: Circula entre los músicos un chiste según el cuál un jazzman muere y baja al infierno. En su primer paseo por los dominios de Lucifer encuentra una big band con Louis Armstrong, Duke Ellington, Miles Davis, John Coltrane, Charlie Parker, Paul Chambers y Art Blakey, entre otros. Empiezan a tocar “When The Saints Go Marching In” y todo suena de maravilla. “No está tan mal esto del infierno”, piensa nuestro protagonista. Para su sorpresa, tras los dos coros de melodía habituales, en vez de lanzarse a la sección de solos, siguen tocando la melodía una y otra vez, lo que desencadena una conversación entre el jazzman y el mismísimo Diablo:
– ¿Por qué repiten tanto la melodía?
– Aquí no hay solos, ¡esto es el infierno!
Desconocemos si Gilson Peranzetta huele a azufre. El brasileño abordó con gracia y estilo la interpretación de música de su país, propia y ajena (en algunos casos tradicional) salpicada de standards de jazz y variados guiños (incluso a la música clásica), destacando su homenaje a Tete Montoliù con “Dama de Aragón” y “El cant dells ocells”. Peranzetta demostró buenas dotes pianísticas e intención en las melodías, si bien la sección central de las piezas fue abordada basándose en el desarrollo estructural y armónico de las mismas, mediante arpegios, cambios de tono y citas. De improvisación jazzística poco o nada. Para colmo, Peranzetta sorteó el peligro de la monotonía en un concierto a piano solo intercalando largas charlas por el micrófono entre tema y tema. Todo habría entrado en los límites de la corrección si no fuera por el cartel con la palabra “JAZZ” que ondeaba tras el escenario. En este caso, la buena programación del Festival erró el tiro. Agua (o infierno).
Circula también entre los músicos un dicho que otorga al batería de un grupo de jazz (y de cualquier música en la que sea necesaria la participación del instrumento) la mayor responsabilidad sobre el resultado final. Un buen grupo con un mal batería tendrá todas las papeletas para sonar mal, mientras un buen batería podrá hacer sonar a un grupo mediocre de un modo más que aceptable. No vamos a cargar todas las tintas sobre Dan Weiss, batería del Lee Konitz New Nonet; el resto del grupo tuvo mucho que ver en la pobre imagen que ofreció (en realidad, Weiss ha demostrado un excelente nivel en otros contextos musicales), pero en su actuación madrileña no estuvo nada fino. Desde la primera a la última nota hizo gala de mal gusto, siendo especialmente significativo su roquero acompañamiento al violonchelo en un instante que habría hecho las delicias de Luis Cobos. El resto del grupo tampoco subió el listón demasiado. Los arreglos, ejecutados con imprecisión y pobre sonido, llegaban a parecer pretenciosos, posiblemente debido a la falta de naturalidad con que fueron interpretados. El contrabajista Matt Pavolka, siendo correcto, no proyectaba el sonido conciso que merecía la formación; Andre Fernandes estuvo más bien discreto a la guitarra; Ohad Talmor, gran arreglista, mostró una alarmante falta de tono al tenor, y al nuevo clarinetista bajo, sustituto de Dennis Lee, ni siquiera le dejaron hacer un solo en toda la noche. Tan sólo hubo destellos de interés en las improvisaciones del propio Konitz (que hubo de abroncar en mitad de un tema a un estrafalario espectador de la primera fila que no paraba de bailar rítmicamente) y en el bis, el “Moon Dreams” que el alto-saxofonista grabara en el Birth Of The Cool de Miles Davis hace ya 58 años.
En contraste con otras actuaciones del Festival, no fue una buena velada. Por desgracia, la actuación de Lee Konitz no tuvo nada que ver con la que nos regaló el pasado verano en San Sebastián de los Reyes (acompañado por el sexteto de François Théberge) y habrá que esperar para ver al maestro del cool en mejores circunstancias. Y a Peranzetta en el infierno (del Jazz).