Comentario:
Por tercera vez en menos de un año, Kristjan Randalu se presentaba en el Bogui, y por tercera vez abarrotaba el club de la calle Barquillo. No sólo funcionó el boca a boca, sino que además gran parte del público repetía. De hecho, la sensación que dejó el cuarteto del pianista estonio es que podría volver a tocar en unos días y los asistentes acudirían nuevamente. Algo digno de encomio, ya que la capacidad de sorpresa se había consumido en su primera cita madrileña.
El repertorio se basó en el material ya conocido de otras ocasiones, con la novedad de dos originales de Janke y Randalu (“Siesta Adeu”), interpretados por vez primera (el pianista habló de “world premiere”). A pesar de dicha continuidad, los cuatro músicos demostraron una notable evolución, especialmente en la capacidad melódica de sus solos. La excelente construcción de los temas y arreglos se vio acompañada por improvisaciones bien elaboradas, mezcla de clase y desparpajo. Randalu fue, quizás, el que más progresión demostró en este aspecto, interpretando con claridad y conduciendo la banda con autoridad. Pellizcó las cuerdas de su piano en varios temas, aportando colorido y sin abusar del efecto. Stephan Braun deleitó con su lirismo y su variedad de recursos técnicos y tímbricos. Llegó a utilizar un pedal de loop con el que generaba sus propios acompañamientos, al igual que hicieran en el pasado bajistas como Jaco Pastorius, Richard Bona o Michael Manring, pero en esta ocasión con un chelo. Toño Miguel, nuevamente soberbio, aportó solos reflexivos y oscuros, funcionando a las mil maravillas en los tempos rápidos. En cuanto a Bodek Janke, el polaco es todo un espectáculo. Igual se desenvolvía en swing a toda velocidad que exploraba ritmos y sonoridades étnicas o patrones de drum’n bass. Abrazaba su plato crash con ambas mazas, recogía las partituras al vuelo según caían de su tambor base a la vez que abandonaba escobillas en favor de baquetas, cantaba, tocaba la flauta y acariciaba distintas percusiones.
Complejas versiones de estándares, amalgamas de compases irregulares, la delicadeza de introducciones e interludios sin tiempo y el desgarro de la improvisación encendida: el Kristjan Randalu Quartet es, posiblemente, el mejor grupo de jazz contemporáneo que se puede presenciar hoy en día en un club de jazz. No será extraño que les veamos, dentro de poco, en escenarios mayores. Por méritos, desde luego, van sobrados.