Comentario: Nueva edición de “Jazz del siglo XXI” en el Teatro Principal de Vitoria. En este caso el nombre del ciclo tenía más que ver con el trío base que con el líder de la banda, Charles Lloyd, ya con setenta años de edad y cinco décadas en activo. Y así fue musicalmente: sin merecer excesiva crítica, funcionó mucho mejor la sección rítmica que el líder.
El cuarteto repasó los temas de su último trabajo para ECM, Rabo de nube, entrando y saliendo de terrenos puramente jazzísticos para sumergirse continuamente en ambientes étnicos. Cuando no tocaba alguno de sus vientos, Lloyd manejaba a ratos instrumentos de percusión, y Eric Harland marcaba el principio de los compases con una pandereta accionada por un pedal, aportando aires exóticos agravados por los solos de sus compañeros, que a veces huían del swing buscando la comunión con el contexto rítmico. Lloyd sonaba paisajista con el tarogato, lírico con la flauta e inquieto con el tenor, apoyándose bien en notas largas, bien en pequeños motivos melódicos. Tuvo sus devaneos con el funk, hizo un guiño a A Love Supreme y abordó improvisaciones de colores abstractos pintados con brochazos nerviosos. No obstante su discurso carecía de la fuerza e intención que sí aportaron sus compañeros, llegando a disminuir la intensidad de las interpretaciones de la banda.
En el polo opuesto, el que más aplausos obtuvo fue Jason Moran. Sustituyendo la clásica banqueta de piano por una tradicional silla de madera, como siempre, Moran se dedicó a hacer música con mayúsculas, cruzando con clase y estilo la frontera entre ortodoxia y disonancia, entre tradición y modernidad, de los arpegios de tríada a los clusters monkianos utilizando todo tipo de recursos para conformar un discurso personal y rocoso. El pianista intercambiaba constantemente la función de ambas manos en el piano, consiguiendo sonoridades muy peculiares. Especial mención merece el entendimiento entre Moran y un impecable Eric Harland. Ambos se dejaban influir por el otro, reaccionando inmediatamente y cambiando de dinámica de forma abrupta como si lo hubieran ensayado previamente. Tras ellos, Reuben Rogers aportaba líneas de bajo sólidas, estables y melódicas. De sonido ancho en pizzicato (apoyando el índice sobre el corazón)¸ y utilizando el arco en varios pasajes, el contrabajista arrancó un sentido aplauso en un solo largo y bien construido. En otro de los momentos de la noche, interrumpió el principio de su improvisación para aplaudir la que acababa de finalizar Jason Moran.
El espectáculo llegó a una fase hipnótica, con solos angulosos de Moran mientras Lloyd bailaba al fondo del escenario. En el bis, mientras el trío se retiraba, el saxofonista empezó a tocar sin acompañamiento. Al volver los músicos, Harland comenzó a apoyarle rítmicamente dando palmas mientras caminaba hacia su batería. Por recursos que no falte. Un blues que acabó en balada puso el punto y final, en un buen concierto que contentó a los asistentes y sorprendió, sin duda, a los que no conocían al pianista Jason Moran, un claro exponente del jazz del siglo XXI.