Comentario: Con Shorter, uno nunca sabe. De una de sus actuaciones puede esperarse lo mejor o (en ocasiones) lo peor, pero es imposible saber lo que va a pasar. Por otro lado, Shorter lleva unos cuantos años trabajando en una línea muy interesante con su cuarteto habitual, que completan Danilo Pérez al piano, John Patitucci al contrabajo y Brian Blade a la batería, lo que garantiza en cierta forma un concierto interesante.
En cualquier caso, de todos los grandes músicos de su generación Shorter es, sin ninguna duda, uno de los pocos (si no el único) que sigue buscando, explorando las posibilidades de la composición e improvisación. El resto ha caído en plácidos conformismos y agradables rutinas que, aunque probablemente merecen, dejaron de interesar al aficionado exigente hace tiempo.
El concierto del veterano saxofonista en el 32 Festival de Jazz de Vitoria fue un capítulo más de esa búsqueda, una deliciosa muestra del camino que va trazando cada vez que se pone sobre un escenario. El público, con cierto grado de sorpresa y desconcierto, escuchó un largo muestrario de temas enlazados con sólo una pausa para tomar aire (¿o fueron dos largas piezas con varias partes?), aparte del obligado bis. El cuarteto estaba perfectamente compenetrado, como es natural dado su bagaje, con un Danilo Pérez que marcaba los cambios y la dirección a seguir, una locomotora de dos cabezas llamadas Patitucci y Blade y un amo y señor de todo el espectro musical, que se elevaba sobre sus compañeros dejando claro quién mandaba allí.
El resultado, poco más de una hora de intensa comunicación musical, de fragmentos entrelazados en los que no había necesidad de solos marcados ni de personalidades contrapuestas, sino de exprimir esa mezcla perfecta entre improvisación y composición. Si esa mezcla es exitosa o trascendente es lo de menos. La búsqueda es real, la inquietud y su inmediata consecuencia palpables, y eso no es ni más ni menos que puro jazz.
Shorter merece todos los honores por el simple hecho de intentarlo, de permanecer en la verdadera vanguardia del jazz, en ese complicado y apenas transitado sendero por el que caminan los grandes creadores.
Afortunadamente, a pesar de lo esperado por muchos, el saxofonista no se sometió al patético circo que montó su amigo Herbie Hancock en la siguiente actuación. La velada se volvió amarga por la inevitable comparación de dos personalidades tan importantes, que vieron unidos sus destinos durante muchos años y a quienes la vida ha vuelto antagónicos: Shorter con muchísimo que ofrecer aún y Hancock, a quien parece no quedarle nada de música dentro; tan sólo una insoportable sensación de vacío y de mediocridad innecesariamente exhibida.