Comentario: “Agradecemos al Ayuntamiento de Madrid que nos deje tocar aquí, pero también tenemos que darle un tirón de orejas”. El mayor aplauso de la noche no fue para la música, sino para las valientes y emocionadas palabras de Baldo Martínez en relación al cierre de Bogui Jazz, club insignia de la capital que el consistorio clausuró hace unas semanas. “Es paradójico que el Ayuntamiento cierre un local al que han dado una subvención para contratar músicos. El jazz no suena en un local cerrado”.
En lo estrictamente musical, en una noche de fusiones étnicas pudimos asistir a otra entrega de ese viaje maravilloso que constituye cada concierto del Projecto Miño y su maridaje entre jazz y músicas populares de Galicia y Tras Os Montes. Baldo Martínez sigue apostando por su gran formación, en este caso con dos excelentes zanfonistas que aportaron diversos colores y los ya habituales integrantes de sus grupos, a los que se incorporó Lucía Martínez, joven batería y percusionista gallega residente en Berlín que dejó un muy buen sabor de boca, luciéndose en pequeños pasajes al vibráfono. “A riveira”, la “Marcha de Guimaraes” y “Aire de tuba” abrieron el espectáculo, tal y como ocurre en el disco homónimo de la formación. Los momentos álgidos consistieron en un buen solo de Alejandro Pérez al tenor y un curioso dúo entre el tubista japonés Chiaki Mawatari y el pandero cuadrado de Lucía Martínez. Mawatari aportó siniestras sonoridades en su unísono con el arco de Baldo Martínez, mientras el líder seguía sacando punta a los arreglos y buscando combinaciones tímbricas originales y productivas. El programa avanzó con “De onte pra mañan” y “De norte a sur”. Buena improvisación de Antonio Bravo y espectacular intervención de Valentín Clastrier, extrayendo todo tipo de sonidos de su zanfona, a veces con técnicas poco ortodoxas. La “Suite del Miño” cerró el espectáculo por todo lo alto y, en contra de lo habitual en los mal llamados grupos teloneros, hasta hubo un obligado bis.
Después apareció Avishai Cohen con su sarao particular. Con la excusa de recrear músicas antiguas de Oriente Medio el virtuoso del contrabajo presentó un cajón de sastre con temas basados en letras judías, beduínas, arameas y hasta algún nuevo original, en un repertorio vocal arreglado con gusto e interpretado con precisión, pero bastante más cercano al pop que al jazz. A pesar de la existencia de solos improvisados (en los que el flautista Llam Salem se mostró especialmente inspirado), cada músico estaba muy centrado en su papel y hubo poca interacción. Cohen se gustó al contrabajo en devaneos técnicos de cara a la galería y acompañó su voz con arpegios al bajo eléctrico (erigiéndose en una especie de Richard Bona israelí). El percusionista Itamar Doari se alzó como héroe de la noche, contrastando con el desaprovechadísimo pianista Shai Maestro. Ambos compartieron el principio de un triple bis con el guitarrista Eyal Heler en una rendición de la bulería “Almoraima” de Paco de Lucía. Como despropósito final (muy aplaudido, eso sí), Cohen cantó una horrible versión de “Alfonsina y el mar” acompañándose únicamente de su contrabajo.
Noche de preguntas. Podríamos invertir horas y horas en debatir si los proyectos de Baldo Martínez merecen más reconocimiento, si las músicas étnicas tienen cabida en el jazz, si los programadores deberían informarse mejor antes de incluir determinadas propuestas en certámenes jazzísticos, si la mera presencia de virtuosismo e improvisación no es suficiente para considerar a una música jazz y si el Ayuntamiento de Madrid se ha equivocado con el cierre del Bogui. Dicho queda, que cada uno razone y saque sus conclusiones.