Comentario:
Noche contradictoria en el San Juan Evangelista, ese templo del jazz donde tiene cabida todo artista dispuesto a tomar riesgos. En esta ocasión un público poco jazzero para lo que suele ser habitual vino a disfrutar de las evoluciones de un músico que, al menos en lo que a este concierto se refiere, no ofreció mucho jazz. Alejado a veces incluso de los subgéneros más cóncavos del jazz fusión, los detractores de Till Brönner consideran la suya música de ascensor, supermercado o dentista. No seamos crueles innecesariamente, más bien su propuesta es digna de una terraza de verano cara, de una tienda de moda exclusiva, de un programa cultural de La 2.
Vestido como un pincel y con una sección rítmica de ensueño, Brönner ofreció un espectáculo de pop instrumental impecable, un producto comercial elegante y sofisticado sin espacio para la imaginación. Los solos del líder eran coloristas, engolados y previsibles. Apenas interaccionaba con sus músicos, meros gregarios de lujo a los que utilizaba como soporte de un discurso trompetístico para el que se ayudó de una sordina tipo Harmon y un pedal de wah-wah. Brönner es un buen trompetista, pero no un virtuoso, como demostraron sus sobreagudos desafinados y un exceso de vibrato en los pasajes más rápidos. La cosa se animaba cuando llegaba el turno del pianista Daniel Karlsson. En sus improvisaciones la música fluía con menos tedio, e incluso se descubrieron miradas de complicidad entre los intérpretes. El percusionista Roland Peil y el guitarrista Johan Leijonhufvud aportaron pinceladas al conjunto. Discretos al principio, fueron entonándose con el avance del concierto. Resulta curioso que los mayores aplausos fueran para Dieter Ilg y, especialmente, Wolfgang Haffner. Contrabajista y batería funcionarion como una máquina de precisión y con una capacidad de sorpresa mayor que la de sus compañeros. Ambos regalaron excelentes solos a los asistentes.
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Brönner diseña sus actuaciones como lo haría una estrella de la música comercial. En Madrid midió cada una de sus posturas, piropeó a la ciudad visitada e hizo cantar al público. La sensación de estar asistiendo a un concierto de pop se agravaba cuando el trompetista cogía el micrófono para cantar (con un tono muy similar al de Michael Franks), y la de tienda de moda exclusiva cuando lo cogía para presentar los temas, cual sensual voz en off anunciando las ofertas de la planta de caballero. Si analizamos lo ocurrido como medio de divulgación jazzística, sólo un tema de hard-bop modal interpretado con ritmo de swing rápido al final del concierto se pudo salvar de la quema. Siendo objetivos (y justos, quizá) el sarao fue un éxito como espectáculo y como concierto de música, como reconoció el público con sus vítores y aplausos. El problema sigue siendo esa vitola de “figura del jazz europeo” que ostenta el alemán y que puede confundir al más pintado. No nos gustan las etiquetas, pero si se usan no se debe hacer de forma caprichosa.
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En otro orden de cosas, con y sin Till Brönner, sigue siendo un deleite poder disfrutar de un escenario como el del San Juan Evangelista (el “Johnny”). Tras el precinto de la sala Colonial Norte esta misma semana por parte de la Junta Municipal de Moncloa, cada vez quedan en Madrid menos locales donde interpretar música en directo. Bogui Jazz sigue clausurado, y a él se han unido varias salas en los últimos días. En su mensaje navideño el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, enfatiza el olimpismo y el esfuerzo alimentado por la alegría. Difícilmente van a sustentar dicho esfuerzo los jazzmen nacionales si no tienen dónde presentar sus propuestas. Apelemos al olimpismo pero, sobre todo, apelemos al fair play.