DIDIER LOCKWOOD “TRIBUTE TO STÉPHANE GRAPPELLI”
VI Festival Complutense de Jazz "Complujazz"

  • Fecha: 11 de julio de 2009.
  • Lugar: Jardín Botánico de la UCM (Madrid).
  • Componentes:
    Didier Lockwood: violín, efectos.
    Jean-Marie Ecay: guitarra eléctrica.
    Antoine Reininger: contrabajo.
  • Comentario:
     
     

    La escena remonta. El escenario del Colegio Mayor San Juan Evangelista volverá a abrir sus puertas en breve (“El Johnny no se cierra. El Johnny vive”) y, de momento, el Festival de la Universidad Complutense nos ha brindado otra nueva edición en el siempre acogedor marco del Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria. Tiempos de esperanza (y no Aguirre, precisamente) en Madrid.

    El cierre del certamen vino de la mano de un clásico del violín: Didier Lockwood, talento apadrinado por el mismísimo Stéphane Grappelli, a quien dedicó dos discos (el último, For Stéphane, registrado el año pasado) y a quien rindió homenaje en la calurosa noche madrileña. Bien secundado por la diestra guitarra de Jean-Marie Ecay y el solvente contrabajo de Antoine Reininger, el grupo no se limitó al revisionismo con sonoridades de jazz manouche. Por el contrario, la imaginación y, en numerosas ocasiones, la aportación tecnológica, tuvieron mucho que ver en el devenir del concierto.

    No fue así al principio, donde “Les Valseuses” (único original de Grappelli), el “I Got Rhythm” de George Gershwin y el “Nuages” de Django Reinhardt presagiaban una actuación de corte tradicional, con mucho swing, cambios dinámicos, pasajes rubato y fidelidad a las versiones originales. Tan sólo fue una tarjeta de presentación donde Lockwood se erigió en insultante virtuoso del violín, Ecay desplegó un completo arsenal técnico al servicio del buen gusto y Reininger ofreció una rocosidad tan notable como necesaria en un trío sin batería. Pero el líder fue abanderado del jazz-rock en los años setenta (no olvidemos al grupo Magma), y aderezó su actuación con el uso de diversos efectos electrónicos manejados con pasmosa habilidad. Un pedal de delay creó ecos como de otro mundo al final de “Nuages”, y en “Barbizon Blues” (dedicado a la localidad donde reside Lockwood) el efecto wah-wah aportó histrionismo, haciendo “hablar” al violín como si de la voz humana se tratara. El de Calais también utilizó un octavador que permitía a su instrumento sonar extremadamente agudo o sorprendentemente grave, hasta el punto de cubrir el rango del contrabajo (sustituyendo en dicha tarea a Antoine Reininger y forzándole a improvisar en su octava aguda). Gracias al pedal de loop que le permitía crear samples en tiempo real, repetirlos a voluntad y tocar sobre ellos, ocasionó un (controlado) caos polifónico al final del calipso “Martinique”. Pero no todo fue producto de la electrónica, Lockwood también acompañó a sus músicos golpeando la madera del violín con su mano derecha, o bien percutiendo las cuerdas con la parte posterior de su arco.

     

    A estas alturas del concierto el público disfrutaba de lo lindo de la infinita capacidad musical de Didier Lockwood, las vertiginosas escalas y rapidísimos tresillos de Jean-Marie Ecay (creador de frases melódicas muy bien construidas) y el pulso firme y sobrio del competente Antoine Reininger. El final del espectáculo se acercaba con el “All The Things You Are” de Jerome Kern y el “In A Sentimental Mood” de Duke Ellington. La melodía inicial de este último se basa en una escala pentatónica (de cinco notas), habitual en ciertas músicas folclóricas asiáticas. Aprovechando ese contexto y gracias a su pedal de loop, Lockwood tejió un colchón armónico de violines sobre el que, partiendo de dicha melodía, improvisó una introducción de sonoridades orientales. El simple revisionismo de la obra de Stéphane Grappelli hubiese bastado para disfrutar de un buen concierto. Es evidente que Lockwood y sus compañeros quisieron ir más allá, ofreciendo un espectáculo completo donde combinar pasado y presente del jazz y logrando, además, una distinguida empatía con el público. Dicha empatía quedó rubricada en “Globe Trotter”, malabarismo para violín y pedales de efectos donde Lockwood se explayó en una virguera sucesión de recursos técnicos, llegando a bajar del escenario para improvisar paseando entre el público. Con Ecay y Reininger de vuelta al escenario, “Crazy Rhythm” fue el bis perfecto para una noche memorable.

    Buena música, virtuosismo, guiños humorísticos, visita al pasado con uso de tecnologías contemporáneas: excelente velada y broche de oro a otra edición del Complujazz. Y lo mejor de todo: ¡en otoño nos vemos en el Johnny!

     
    Texto © 2009  Arturo Mora
    Fotos © 2009 Sergio Cabanillas