Comentario: Hace tiempo que los conciertos de Pat Metheny parecen haberse convertido en una prueba de resistencia física. Uno de los más memorables fue el que ofreció en este mismo escenario del vitoriano Polideportivo de Mendizorroza en 2003, donde, teloneado ni más ni menos que por e.s.t., el guitarrista compartió escenario con lo más granado del jazz nacional (Perico Sambeat, Jorge Pardo, Carles Benavent) y del folclore vasco (Kepa Junkera y los txalapartaris de Oreka TX). En esta ocasión, y con Junkera como único colaborador que repetía, la mezcla fue aún más ambiciosa, cubriendo un amplísimo rango estilístico que pasó por el jazz, el flamenco, la electrónica, el folclore estadounidense y el vasco.
Como suele suceder en este tipo de experimentos, hubo de todo. Si bien la valoración global es más que positiva, la primera parte del concierto, con el dúo acústico Haden-Metheny, estuvo muy por encima del resto del espectáculo. Este era el único concierto que Pat ofrecía este verano en toda Europa, y la primera reunión con Charlie Haden en varios años. Ambos se conocen muy bien, dominaban el repertorio y, encima, salieron con ganas. El resultado fue sencillamente fabuloso, como reconoció el excelente público vitoriano, respetuoso y concentrado hasta decir basta.
Metheny abrió a guitarra sola, como suele ser habitual, pero ocupando menos espacio que de costumbre. “Make Peace” a la acústica y “The Sound Of Water” a la espectacular guitarra Pikasso dieron la bienvenida a un soberbio Charlie Haden que abordó “Waltz For Ruth” en walkin’ bass desde el principio. Ambos se mostraron preparados ante cualquier contingencia, dispuestos a responder con la mayor solvencia a situaciones muy exigentes, pero siempre relajados y sin dejar de divertirse. En “Our Spanish Love Song” y “First Song” Haden hizo cantar a su contrabajo con sus pedales y contramelodías basadas en pequeños motivos. Metheny ha mejorado una barbaridad con la guitarra acústica a lo largo de los años. A veces toma riesgos y falla notas, es lo que tiene crear sin miedo al error. La contrapartida son frases inolvidables. “The Moon Is A Harsh Mistress” permitió comprobar la riqueza armónica con que Pat improvisa, especialmente notable en la guitarra acústica, donde la búsqueda de voicings forma una parte importante de sus solos. La pareja se conoce a la perfección, y además se escuchan constantemente, funcionando como una máquina. Gracias a ello los pasajes interpretados con ausencia de tiempo no parecen tales, como se puso de manifiesto en “Message To My Friend”.
La actitud del público tuvo mucho que ver con el ambiente mágico que se creó en esta primera parte del concierto, hasta el punto de que detalles insignificantes como el teléfono del bar del polideportivo o las indicaciones por auriculares a los cámaras de televisión se podían escuchar en las primeras filas de Mendizorroza. Metheny asombró a quien no conocía su faceta de guitarrista rítmico en “The Precious Jewel”, donde hizo gala de su técnica de guitar strumming tras la melodía interpretada con intención por un Charlie Haden que se autoacompañó en su solo con esa sonoridad folk que el contrabajista lleva décadas incorporando a su arsenal. Pat vomitó belleza en “Two For The Road” y “Farmer’s Trust”, donde citó la melodía de la primera parte de su obra de larga duración “The Way Up”. Haden afronta los retos de los que otros bajistas huyen. Es capaz de repetir la misma nota varias veces consecutivas dando cuerpo y voz propia a cada una de sus repeticiones. Lo de estos dos músicos no es ni técnica ni artesanía, es Arte con mayúsculas, puro genio, pura magia, un constante pacto con el diablo del que la capital alavesa tuvo el deleite de ser testigo. La actuación la cerraron con el “Blues For Pat” que el contrabajista dedicara a su compañero hace ya bastantes años, con Metheny improvisando a la eléctrica, alargando su solo coro tras coro y dando la sensación de no querer acabar nunca, hasta el punto de abordar otro solo (por acordes y citando “Blue Monk”) tras el de Haden. Afrontó la última melodía casi con pena. No se quería ir. De bis “Blue In Green”, ni más ni menos. Charlie Haden y Pat Metheny, o cómo improvisar más de hora y media a dúo dejando al público con ganas de más. Beyond The Missouri Sky: todo un lujo más allá del cielo de Vitoria.
A partir de ahí el escenario cambió constantemente de pobladores. El proyecto de fusión de Diego Amador ha evolucionado mucho en los últimos años, viajando del flamenco hacia el jazz e incorporando elementos de música latina. Amador sigue asombrando por su técnica pianística poco ortodoxa, pero ha dejado de ser una simple curiosidad para convertirse en un músico a valorar y a seguir muy de cerca. Con un grupo bien ensayado donde destacó el batería mexicano Israel Varela y los aplausos fueron para el contrabajista Miguel Vargas, el líder demostró haber ganado peso como improvisador y como director de banda. Después apareció Javier Colina (“er mostruo”, como decía Amador), aportando sabiduría y humildad. Suyos fueron los mejores momentos de esta segunda parte del espectáculo, levantando al público con sus rasgueos a las cuerdas del contrabajo.
La noche avanzaba y llegó el esperado momento de los experimentos varios. Metheny con Amador, Metheny con Llibert Fortuny y Metheny con Kepa Junkera. Cal, arena y de todo un poco, como suele ser habitual. La idea de los músicos nacionales era tocar un tema propio y otro de Pat. Éste demostró funcionar muy bien en sus composiciones originales y no tan bien en las ajenas, en las que evidenció grandes carencias a la hora de leer partituras (no así al improvisar). Con Amador hubo reciprocidad: el pianista no respetó la forma del metheniano “When We Were Free”, conduciendo su discurso por una sección modal, buscando el aplauso fácil gracias a un solo ruidoso, forzando a Metheny a dejar de acompañarle y equivocando rítmicamente a Colina y Varela al final de su interpretación. Con Llibert Fortuny todo fue distinto. Las sonoridades electrónicas de su nuevo proyecto Triphasic no encajaban del todo con el material acústico del resto de la noche, pero sí lo hicieron con un Metheny que utilizó su Roland sintetizada para moverse en un terreno que le encanta: el de la exploración semilibre electrificada y con groove oscuro y anguloso. Fortuny, un joven talento que dará mucho que hablar, pasó el examen con nota. Original y atrevido, con cierto tufillo a Michael Brecker, utilizó todo tipo de efectos en su saxo tenor. “Back Arm & Blackcharge” (del último disco publicado a nombre de Metheny, el EP Tokyo Day Trip) funcionó a las mil maravillas, con un Gary Willis excepcional al fretless. La última colaboración de la velada fue con el héroe local Kepa Junkera, tan exitosa como la que protagonizaran hace seis años. En este caso Junkera y el percusionista Íñigo Olazábal hicieron una demostración de instrumentos locales de percusión sobre el “Beat 70” que Pat dibujaba en su eléctrica. Después Kepa se mostró tan lírico como siempre en esa versión vasca del acordeón llamada trikitixa, y hubo química. Vaya si la hubo.
El problema es que a veces se confunde calidad con cantidad y, como no podía ser de otra forma, el cierre del evento sumó en el escenario a casi todos los músicos que habían aparecido durante la noche en una especie de jam session. Con cuatro percusionistas, dos bajistas y tres instrumentos armónicos, y mezclando músicos de jazz, flamenco y folk, es complicado que algo suene bien. Fortuny, Willis y el propio Metheny (que no hizo solo en este despropósito final) así lo entendieron, intentando quitarse de enmedio y aportando colores complementarios que no avivaran la llama del caos. Aun así diez músicos son muchos músicos, sobre todo si no se ha ensayado adecuadamente, y entre todos destrozaron el “Bok Espok” de un Kepa Junkera que intentó poner algo de orden sin llegar a conseguirlo. Se podría salvar este bis diciendo que, al menos, fue divertido.
Sería fácil concluir criticando este tipo de experimentos, pero lo cierto es que hubo momentos más que interesantes y que es en este tipo de situaciones donde surgen los gérmenes de futuros proyectos consistentes y con sentido. Buen escaparate para Amador y para Fortuny, recuerdo imborrable para los duetos de Missouri, y buena prueba de resistencia, también para el público: ¡todo empezó a las nueve de la noche y los últimos aplausos surgieron a la una y veinte de la madrugada!