Comentario:
En mi ya larga experiencia como aficionado y como espectador, he conocido muy pocos escenarios sobre los que los músicos se sientan tan a gusto como en el del Auditorio Parque Almansa. La esmerada organización, el sonido inmejorable y el público fiel, respetuoso y cultivado que año tras año asiste al Festival Internacional de Jazz de San Javier tiene, sin duda, mucho que ver al respecto. En tales circunstancias, los músicos, claro está, lo tienen más fácil para sacar lo mejor de sí mismos. Y el pasado 3 de julio les llegó el turno a los componentes de Tingvall Trio, que lo dieron todo y mucho más en el transcurso de una actuación impecable (y, por tanto, inolvidable) en todos los sentidos. No les faltó de nada: voluntad, creatividad, naturalidad, facultad para la improvisación; emoción y frescura; dinámica y complicidad; sensibilidad y energía a raudales… Y, por supuesto, técnica.
La verdad es que había expectación. Siendo aún prácticamente unos desconocidos por estos pagos (recordemos que ésta ha sido su primera incursión musical en nuestra península), llegaron como principales valedores del jazz que se hace en Europa; pero, más aún, sobre ellos recaía el peso del recuerdo del malogrado Esbjörn Svensson, con quien tantas veces ha sido asociado por la crítica el joven y virtuoso pianista y compositor sueco Martin Tingvall, así como el de la responsabilidad de homenajearlo (siguiendo la consigna de la propia organización del festival). Y lo solventaron del modo más circunspecto y competente posible: entregándose al máximo en la ejecución de todas y cada una de las piezas a través de un repertorio medido en el que repasaron temas de su primer álbum, Skagerrak (“Sjörup“, “Nu Djvlar“, “Movie“, “Mustasch“, “Avsked“, “Norrland Guld“, “Horisont“), y de su segundo disco Norr (“Mjau“, “Trolldans“, “Monster“), junto con otros de nueva factura (“Whale Song“, “Hajskraj“, “Tveklöst“), todavía inéditos. De entre estos últimos, merece especial mención “Whale Song“, en el que el cubano Omar Rodríguez Calvo encandiló al respetable imitando con el arco el enigmático canto de las ballenas.
Nadie escapa a las etiquetas y, cuando éstas se agotan, nunca faltan quienes se apresuran a inventarlas e incluso quienes se las atribuyen de inmediato. Es como un círculo vicioso. La mayoría de las veces son los propios músicos los que tienden a encasillarse, propiciando que los críticos los escuchen y analicen solamente a través de unos determinados clichés. Si nos atuviésemos a ellos, tendríamos que ser fieles al propio Tingvall Trio y convenir en que practican un jazz escandinavo con reminiscencias cubanas y resonancias del folclore nórdico. Con guiños al rock, al pop y a la música clásica, podríamos añadir. Ahí es nada. Pero, al margen de moldes y estructuras, lo cierto es que la fusión de Tingvall Trio es clara y fluida, derrocha lirismo y está plena de sentido del orden y de la homogeneidad. Y es que para mí, a estas alturas, hay cosas que cuentan mucho más que el estilo: la contención, la emoción artística, el dominio escénico, la dinámica de grupo, la capacidad de transmisión… Nada de eso puede separarse de la música, que es un acto de creación colectiva en el que son tan importantes los intérpretes como quienes escuchan. Y Tingvall Trio, repito, lo dio todo. Y el público también.
Texto y Fotos © 2009 Sebastián Mondéjar