La crisis está permitiendo acercar a los clubes
a artistas de lujo. Las últimas actuaciones de Kurt
Elling en la capital formaron parte de grandes ciclos como
los del San Juan Evangelista, Complujazz o Festival de Jazz
de Madrid. Ver a dos artistas como Elling y el saxofonista
Ernie Watts en un club como Clamores es todo un lujo y,
a pesar de la moderada asistencia (¿escasa promoción?
¿demasiado tarde –22:00 h.– para un domingo?),
había expectación.
La falta de puntualidad del público (algo desagradablemente
habitual aquí, en el sur de Europa) provocó
un retraso de unos veinte minutos. Pelo engominado, traje
de raya ancha, pañuelo en la solapa… A pesar
de la chillona camisa de flores que ostentaba, se trataba,
sin duda, de Kurt Elling. El de Chicago, siempre sonriente,
mostró su presencia y tablas escénicas habituales
pero, sobre todo, volvió a dar todo un recital manejando
su voz a voluntad, sin desafinar una sola nota incluso en
pasajes complejos (la cita de “This Masquerade”
sobre los acordes finales de “Nightmoves”),
cubriendo un rango de alturas extremo, interpretando los
temas con pasión y tirando de dos de sus armas predilectas:
el scat y el vocalese (técnica
que consiste en poner letra y cantar un solo originalmente
instrumental). Elling bordó esta última suerte
en “Body And Soul” (versión de Dexter
Gordon). A su lado, Laurence Hobgood ejercía de arquitecto
musical, acompañando con elegancia y sobriedad, construyendo
sus solos con lógica y paciencia, haciendo uso de
secuencias de arpegios y desarrollos motívicos.
Elling repasó composiciones de su último
CD, Dedicated To You, un homenaje a John Coltrane
y Johnny Hartman del que interpretó el tema que le
da título, “All Or Nothing At All” en
versión latina y “Say It (Over And Over Again)”.
A la mitad del primer pase se incorporó a la banda
Ernie Watts –presentado por Elling como “the
tremendous” (“el formidable”)–,
con un precioso saxofón tenor negro. Watts es uno
de esos bichos raros capaces de funcionar a la perfección
tanto en entornos de jazz straight-ahead como en
jazz fusion. Tanta riqueza de ideas y perspectivas
es especialmente notoria en las baladas, donde ofrece un
sonido lleno, redondo, rico en armónicos. Watts fue
el más aplaudido de la noche, y se lo ganó
a pulso gracias a improvisaciones calientes, bien construidas
y pletóricas de lenguaje.
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Pero no todo fue de color de rosa. No sabemos si también
debido a la crisis, la sección rítmica no
era la habitual. Harish Raghavan y Sebastian DeKrom (colaborador
de Jamie Cullum) estuvieron correctos, pero pegados en exceso
a las partituras. Los arreglos eran efectivos sobre el papel,
pero a veces la ejecución no era precisa. A Raghavan
se le veía más concentrado que suelto. DeKrom
cobró excesivo protagonismo en unas intervenciones
solistas que a veces buscaban una interesante conversación
entre las diversas partes de la batería, pero en
otras ocasiones tenían como único objetivo
la empatía populista. Desconocemos si la elección
del repertorio fue deliberada o también tuvo que
ver con la capacidad de la sección rítmica,
pero la mayor parte del concierto se centró en standards.
La secuencia de temas no presentaba la variedad de los discos
y anteriores actuaciones del cantante, donde abordaba composiciones
modernas como “A Remark You Made” (Joe Zawinul),
“Minuano (Six Eight)” (Pat Metheny y Lyle Mays),
“Man In The Air” (Laurence Hobgood y Kurt Elling)
o “Tumbleweed” (Michael Brecker). Sí
regaló un guiño al pop de calidad, con el
“Golden Lady” de Stevie Wonder que funcionó
francamente bien, especialmente en lo tocante al solo de
Ernie Watts.
“Luiza”, de Antonio Carlos Jobim, a dúo
entre cantante y pianista, puso la guinda a la velada. Un
concierto de altibajos donde los fans disfrutaron de lo
lindo, pero que, a pesar del calor generado en el club,
no estuvo a la altura de actuaciones anteriores. ¿Será
por la crisis?