¡Qué gusto ver el Johnny destilando buena
música y lleno hasta los topes! Si algún despistado
no hubiera estado al corriente de la historia, podría
pensar que aquí no ha pasado nada, que el San Juan
Evangelista sigue ofreciendo jazz de altura como siempre.
Pero los recientes acontecimientos que abocaban al club
a su cierre y la intensa acción popular en contra
del mismo otorgan aún más importancia a este
ciclo de otoño dedicado a Miles Davis y al 50 aniversario
de la grabación de Kind Of Blue, el disco
más cacareado (en el buen sentido) de la historia
del jazz.
Y qué mejor que rememorar al trompetista de San
Luis con la actuación de uno de los puntales de su
segundo gran quinteto, el de los años sesenta. Ron
Carter fue contrabajista de Miles entre 1963 y 1968, apareciendo
en algunos de los discos más memorables de la época
(Seven Steps To Heaven, E.S.P., Miles
Smiles, Nefertiti, Filles De Kilimanjaro).
Desde hace ya varios años comanda su cuarteto Foursight,
un trío de piano ampliado por un percusionista, y
su último trabajo discográfico lleva el oportuno
título de Dear Miles (“Querido Miles”).
El concierto fue impecable de inicio a fin. Antes de tocar
una sola nota, la mera presencia de los trajeados músicos
(idéntica camisa y corbata, idéntico traje
excepto en el caso del líder, con chaqueta cruzada)
aportaba un toque de distinción, correspondiendo
debidamente a los vítores del público. Como
viene siendo habitual en los conciertos del cuarteto, comenzaron
abordando una interpretación de una hora de duración
en la que fueron combinando temas y distintas secciones
de forma orgánica, enlazando swing, funk
y ritmos latinos con suavidad, buena sincronización
y naturalidad. Ni una partitura sobre el escenario.
A veces Stephen Scott (¡vaya calcetines!) improvisaba
sobre la sección rítmica cantando con la voz
sus frases pianísticas, a veces era Ron Carter quien
ejercía de protagonista, y en otras ocasiones los
cuatro músicos cubrían todos los planos de
la interpretación, no a modo de improvisación
colectiva, sino más bien aportando pinceladas a una
línea discursiva común. La figura de Carter
aparecía majestuosa en el centro del escenario, siempre
concentrado y apoyado en un taburete alto. Sus tres compañeros
de aventura se mostraban sonrientes, intercambiando continuamente
miradas de complicidad. Durante el primer bloque de temas
se hizo especial hincapié en “Joshua”,
renovado mediante un cuidado arreglo con obligados rítmicos
y cambios de métrica, y en el relajado “Flamenco
Sketches”, donde reinó el espacio. Es de agreceder
que Carter no cayera en el revisionismo plano, aportando
nuevos arreglos al material de Davis.
Las citas de mayor o menor tamaño jugaron un papel
importante a lo largo de toda la noche. La banda se refirió
a “So What” y a “All Blues”, el
contrabajista esbozó A Love Supreme…
Pero todo tenía cabida y sonaba cohesionado. La afinación
de Ron Carter nunca ha sido perfecta (especialmente esta
noche, donde parecía no estar familiarizado con el
instrumento), y a veces desplaza el ritmo en exceso en su
continua búsqueda musical; pero no deja de inventar,
de probar, de sentir y de vivir la construcción del
arte en tiempo real. Y, claro, casi siempre obtiene premio.
Encomiable en alguien con tantos años de profesión
a sus espaldas.
El grupo manejaba las dinámicas a la perfección,
especialmente las bajas, y eso permitió un momento
de lucimiento (uno de tantos) por parte del percusionista
Rolando Morales Matos (que actuó en vez del inicialmente
anunciado, Roger Squitero). Armado tan sólo de un
triángulo, Morales hizo las delicias de unos asistentes
que, por unos segundos, ni siquiera respiraron para poder
apreciar el timbre del instrumento. Original y efectivo.
El batería Payton Crossley, viva imagen de la moderación,
abordaba solos comedidos, siempre sacando el máximo
partido de ideas rítmicas concretas.
Carter seguía haciendo gala de los recursos que
más le gusta utilizar: glissandos, acordes,
notas ligadas, armónicos… Otro de los momentos
mágicos de la noche fue su dúo con Morales
Matos. Versiones bien arregladas de “My Funny Valentine”
(con Scott citando “Cheek To Cheek”) y “You
And The Night And The Music” cerraron la actuación.
Tras los insistentes aplausos del respetable, y sin abandonar
el escenario, la banda ofreció un bis de corte latino
tras larga introducción de percusión. Una
hora y tres cuartos. El público siguió aplaudiendo,
pero tan sólo para que Carter saliera a devolver
el saludo. La música ya había sido suficiente.
Excelente concierto, excelentes músicos, excelente
público y excelente auditorio. La vida sigue y la
música en el San Juan Evangelista también.
¿Cómo iban a acabar con esto? ¿En qué
cabeza cabe? Larga vida a Ron Carter. Larga vida al jazz.
Y larga vida al Johnny.