Gary Burton es un músico extraño, sin duda.
Amanuense de un instrumento tan poco usual como el vibráfono,
comenzó como sideman de Stan Getz, fue uno
de los primeros encargados de fusionar jazz y rock,
y ha liderado cuartetos y quintetos donde, entre los años
60 y los 90 ha sonado de forma oscura (A Genuine Tong
Funeral, 1968), introspectiva (Ring, 1974)
o alegre (Cool Nights, 1991). En dichas bandas
ha dado cobijo a numerosos talentos, especialmente guitarristas
(Larry Coyrell, Mick Goodrick, Pat Metheny, John Scofield,
Kurt Rosenwinkel) y además ha sido profesor, decano
y vicepresidente ejecutivo de la Berklee School Of Music.
Curiosamente Burton apenas compone, nutriéndose de
piezas ajenas para sus grabaciones. En 1989, bajo el título
de Reunion, publicó un disco extraordinario
donde temas de los miembros del grupo (Pat Metheny, Mitchel
Forman) convivían con los de un joven estudiante
de Berklee, el canario Polo Ortí. Este sábado
pasado, catorce años después, Burton y Ortí
compartían escenario y liderazgo en el presente Festival
de Jazz de Madrid y, cómo no, recordaban esos temas.
Esos y otros. El concierto comenzó y acabó
como el último CD de Burton (Quartet Live,
2009), abriendo con el “Sea Journey” de Chick
Corea (con el que también comenzaba su Passengers
de 1976) y cerrando con el “Syndrome” de
Carla Bley. Entre medias, más composiciones de altura
(“Gorgeous”, de Mitchel Forman, “Test
Of Time”, blues de Makoto Ozone, el mítico
“My Funny Valentine”), a destacar las del pianista
(“Tiempos felices”, “Aprisa y corriendo”
–rebautizada como “Quick And Running”
en Reunion) y el “Early” de Julian
Lage. Ortí acaparaba el micrófono, presentando
temas y músicos, pero era Burton el que llevaba todo
el liderazgo de la banda, dando entradas y asumiendo los
primeros solos. El vibrafonista hizo gala de esos altos
estándares de trabajo que, en esta ocasión,
le han llevado a ensamblar a la perfección una cantidad
importante de arreglos para una gira de tan solo tres conciertos
(Las Palmas, Madrid y Milán). La banda sonaba especialmente
compacta. Scott Colley y Antonio Sánchez forman una
de las mejores secciones rítmicas de la actualidad,
y así lo demostraron desde la primera nota. Colley
era una auténtica roca, firme y preciso. Sánchez
es lo mejor que le ha pasado al jazz en los últimos
años. Francamente cuesta describir con palabras una
actuación tan formidable. Pletórico de técnica,
de gusto y de oído, el mexicano estaba siempre pendiente
de sus compañeros, llevando los solos en volandas
y explorando con curiosidad en sus propias improvisaciones.
Toda una garantía.
En cuanto a los tres solistas, Polo Ortí enfocaba
sus solos de forma más armónica que melódica,
concibiéndolos como cascadas de notas que llenaban
todo el espacio. En eso contrastaba con la visión
puramente lírica de Burton y Lage. El primero recorría
las láminas de su vibráfono en ambas direcciones,
siempre buscando frases coloristas muy bien diseñadas.
El segundo ya empieza a dar miedo con sus 21 años.
Poco a poco se va desprendiendo de la figura de Pat Metheny,
encontrando su lenguaje propio y explotándolo al
máximo. Lage jugó con búsquedas conceptuales,
centrándose en materiales concretos y abusando muy
poco de clichés y frases preconcebidas.
En manos de otros, la idea del concierto podría
resultar demasiado plana y lineal: composiciones de tempos
cercanos proyectadas con continuas secuencias de solistas
(mínimo tres por tema) y sobre un colchón
de sonoridades de jazz fusion acústico.
Lo cierto es que el grupo supo dotar a semejante propuesta
de interés, acariciando los oídos del respetable
y ofreciendo ideas improvisatorias arriesgadas y siempre
con final feliz. Nunca se equivocaban, y no era porque no
fallaran, sino porque no dudaban.
El “Little African Flower” de Duke Ellington
hizo las veces de bis, y ya. No es que el concierto supiera
a poco, pero apetece ver más a menudo a músicos
de tamaño calibre por estos lares. Escucharles es
todo un lujo.