Comentario:
Este nuevo concierto de Arco y Flecha nos permitió disfrutar de dos propuestas poco comunes: el dúo de Christine Sehnaoui y Andy Moor, en funcionamiento desde hace poco tiempo; y un solo de Joan Saura, un formato también novedoso para él.
Aunque Joan Saura trabaja con frecuencia solo haciendo músicas para espectáculos de danza y teatrales, vídeos o films, lo cierto es que en directo no suele prodigarse en solitario. Que yo recuerde, en los últimos años, al menos, nunca se había presentado así en público. En la sesión de la otra noche, de apenas media hora, Saura trabajó con atmósferas, masas acústicas y sonidos de ignota procedencia de su muy particular librería musical. Se movió entre ambientes delicados y sibilinos y otros turbios y malsanos. Entre compases de espera y sobresaltos. Muy de película mental. Trató también los sonidos de diversa forma. Provocando sutiles cambios en la densidad de la masa sonora. O forzándolo todo: bien jugando con fundidos interminables o bien atacando con terribles sonidos industriales que fenecían en angustiosos cliff hangers, todo lo cual permitía preguntarse por una persistencia (tim)pánica del sonido. El uso del laptop le ha hecho ganar en velocidad y versatilidad, lo que es meritorio, pues el laptop suele presentar problemas con la continuidad que acaban por cansar. Sin embargo, al ser aquí un elemento interpuesto esos problemas no se dieron en ningún momento. Otra cosa a destacar es que en ningún momento el recorrido que hizo sonó típico o previsible. Acabó donde empezó, dando vueltas alrededor de unas pocas ideas que así pudo exprimir a fondo y con determinación. Fue como una puesta en orden de ideas y conceptos largo tiempo macerados. Prueba o ensayo pero, poca o ninguna catalogación o muestreo alegre, por más que esbozará un discurso amplio y ecléctico en sus temas y matices. Un artista desbrozando unos senderos.
Lo de Christine Sehnaoui y Andy Moor fue, en varios aspectos, un dúo de improvisación de manual: de parar, escuchar y seguir; con una estructura ondulante, en forma de montaña rusa, con puntos en hondos valles y escaladas frenéticas. Poco crescendo, ascensos vertiginosos y caídas libres. La impertinencia con la que tocan les permite generar recursos que a nadie o a muy pocos se les ocurrirían. Sehnaoui, con el alto, creó sonidos muy orgánicos, literalmente del interior del cuerpo por la textura de algunos de ellos. Trabajando con técnicas extendidas, la respiración –especialmente mucho con ella– e introduciendo objetos en la campana, como una botella de agua pequeña o un tubo largo de cartulina, bien para ahogar el sonido bien para alterar su tesitura. En sus registros más agudos, en los que desembocó con frecuencia, el sonido parecía asemejarse a una guitarra eléctrica con compresor. Por su parte, el guitarrista Moor (al que cabría llamar “shotgun Andy”), estuvo más por lo entrecortado y metálico, afilado y en ocasiones levemente rítmico, con ritmo ametrallador, eso sí. Jugó en ocasiones a silenciar las pastillas, lo que obligaba a prestar más atención. Y, en general, usó la guitarra como una tabla percusiva con cordal. Sólo usada puntualmente como guitarra y provista de atributos del todo nuevos. Unas cuerdas tañidas por un no-músico. O por un no-humano, mejor. Su sonido fue más grave y profundo, más de bajo en realidad. De él surgió la tensa dinámica de la sesión. Nada y todo que ver con The Ex.