Nos vamos haciendo mayores. No hace mucho nos quejábamos
de las corrientes que reivindicaban la vuelta al jazz de
los 40 y los 50 cuando lo moderno y atrevido era el jazz
fusion; y ya llevamos un par de años siendo
testigos de proyectos que revisionan el propio jazz
fusion, mientras seguimos sin saber muy bien hacia
dónde va el jazz hoy en día (debate del que
ya habrá ocasión de hablar en otro momento).
En breve habrán pasado 25 años desde que Miles
Davis publicara su gran obra del estilo, Tutu,
y el compositor y bajista del proyecto, Marcus Miller, ha
decidido que ya llegó el momento de rendir tributo.
Para ello, y en busca de frescura interpretativa, ha montado
un quinteto con jóvenes talentos (cercanos a la veintena)
más que sueltos en lo que a músicas de groove
se refiere.
Foto: Toni Porcar
El groove, precisamente, fue el centro de la noche.
Durante casi dos horas que se hicieron cortas, Miller y
sus muchachos abordaron las composiciones con contundencia
rítmica y sabor funky. Con su sempiterno
sombrero, una imponente presencia escénica y, quizás,
el mejor sonido de bajo eléctrico del planeta, el
neoyorquino se erigió en centro absoluto del escenario,
acostumbrado a que el público de Peñíscola
aplaudiera sus solos antes de acabarlos, asombrados ante
su destreza y precisión. Miller utilizó algunos
pedales de efectos, entre ellos un wah-wah con
el que su instrumento parecía, literalmente, hablar.
Combinando técnicas de slap, dedos y pulgar,
rellenó los silencios con elegancia sin descuidar
en un solo momento su función rítmica.
Foto: Arturo Mora
No obstante ese era el contenido del guión. Lo que
pocos esperaban era que los jovencísimos acompañantes
ofrecieran unos niveles tan elevados de técnica,
calidad artística y, lo más difícil
de creer, madurez. El batería Louis Cato, siempre
sonriente, contagiaba alegría e ilusión. Firme,
consistente y con una gran capacidad de escucha, se le adivina
un futuro prometedor. Federico González Peña
fue el hombre en la sombra, recluído tras su torre
de teclados y pendiente de llenar los vacíos armónicos
de forma sutil. En un grupo en que el bajista brilla más
que nadie, González Peña fue el auténtico
gregario, permitiéndose un único momento de
lucimiento en "Splatch!", donde se apoyó
en la rueda de pitch para regalarnos un solo histriónico
y efectivo.
Foto: Toni Porcar
Pero la sorpresa se desvió con claridad hacia la
sección de vientos. Alex Han es un saxo alto con
un nivel técnico envidiable que dará mucho
que hablar cuando sepa zafarse de la figura de Kenny Garrett,
que le sobrevuela en algunos momentos. Capaz de embarcarse
en frenéticos desarrollos pseudo-minimalistas, nunca
hizo ascos a amistosos duelos con sus compañeros.
El trompetista Sean Jones, sordina en ristre, sólo
recordó vagamente a Miles Davis en el timbre. El
estilo era suyo, y se erigió en la sorpresa de la
noche. Alto, grande, haciendo gala de una cierta elegancia
boxística, Jones construía sus solos con paciencia
y eficacia, buscando momentos de lucimiento (juventud obliga),
pero sabiendo llegar a ellos tras un desarrollo bien hilvanado.
En medio de "Jean-Pierre" la banda se sumió
en una improvisación en swing rápido
sobre una armonía de rhythm changes (los
acordes del "I Got Rhythm" de George Gershwin,
presentes en infinidad de standards), con Han y
Jones dialogando y retándose con tanta insolencia
como respeto. Por momentos parecía que rendían
homenaje a la frase que el propio Miles Davis solía
decir a sus músicos en los años sesenta: "os
pago para que practiquéis en el escenario".
Foto: Toni Porcar
Hacia el final de la velada Marcus Miller cantó
la melodía del "In A Sentimental Mood"
de Duke Ellington en su clarinete, y cambió al bajo
fretless para, cómo no, cerrar con "Tutu".
Apenas se escucharon ocho composiciones, incluyendo el bis,
pero las abordaron de manera amplia y muy abierta, sacando
el máximo partido de grooves concretos y
armonías mínimas, variando la forma sobre
la marcha o llegando a interpretar temas dentro de temas.
Buen enfoque por parte de los jóvenes de la banda,
paradójica revisión del pasado mirando hacia
adelante. Nos vamos haciendo mayores pero, por fortuna,
el futuro parece asegurado.