La madrileña sala Barco, tradicionalmente ligada
a la Escuela de Música Creativa, amplió fronteras
este pasado miércoles permitiéndonos disfrutar
de un concierto digno de gran festival en una acogedora
atmósfera de club. Los honores corrieron a cargo
de Miguel Zenón, saxofonista puertorriqueño
que ya nos había deleitado anteriormente en otros
escenarios de la capital.
Reconocido a nivel internacional, miembro del San Francisco
Jazz Collective, y tras haber publicado su quinto CD
Esta
plena (Marsalis Music, 2009), Zenón se presentaba
con su cuarteto habitual, con el que lleva años trabajando
sobre una música rica en concepto y contenido. Su
propuesta es un gigantesco crisol, una enorme olla donde
millones de ingredientes se cocinan creando un plato delicioso.
Swing y
groove, fuego y lirismo, Estados
Unidos y Puerto Rico,
shuffle y
drum’n
bass conviven en perfecta armonía de la mano
de un líder cuyo sonido de saxo alto es de los más
reconocibles del momento (tarea nada fácil en estos
tiempos que corren).
El público, en su mayoría músicos,
disfrutó de lo lindo de un repertorio de originales
y versiones de otros compositores boricuas. La banda parecía,
por momentos, un tren en marcha impulsado por esa locomotora
llamada Henry Cole, un batería capaz de tirar del
grupo, permitir que ocurran muchas cosas y, a la vez, ser
discreto. La misma descripción podría aplicarse
al contrabajista Hans Glawishnig, un auténtico seguro
de vida capaz de biselar el
groove subyacente sin
hacerlo evidente, firme en todos los obligados rítmicos
y, sorprendentemente, desprovisto de partituras. El pianista
venezolano Luis Perdomo demostraba que tocar muchas notas
no es malo si se eligen bien. Siempre buscando el contraste
con el saxofonista, enfocó parte de sus solos rítmicamente,
convirtiéndose en una especie de Thelonious Monk
latino que jugaba con tiempos rotos pero con total control
de la situación. En la balada “Alma adentro”,
de Sylvia Rexach, hizo que el tiempo se detuviera. Cuando
los asistentes se encontraban completamente embelesados,
Miguel Zenón retomó el tema pasando de la
melancolía a la pasión desbordada en segundos.
El saxo alto impactaba por la sensación de libertad
que destilaban sus solos, máxime teniendo en cuenta
que sus compañeros acompañaban con bastante
densidad tanto rítmica como armónica. Objeto
de estudio, sin duda, pero sobre todo de disfrute.
Una noche para recordar. Esperemos que no se trate de una
iniciativa aislada, que tanto el Barco como el resto de
clubes sigan apostando por el buen jazz en directo (Ayuntamiento
de Madrid mediante) y que el público responda.