Intensa y lluviosa jornada jazzística en esta cuadragesimosexta
edición del Festival de Jazz de San Sebastián.
En el abarrotado auditorio del Teatro Kursaal la pianista
japonesa Hiromi Uehara ofreció un concierto aplastante
al mando de su nuevo y multicultural trío (el londinense
Simon Phillips y el neoyorquino Anthony Jackson completaban
el reparto). Hiromi triunfó al superar el reto de
ofrecer jazz moderno (navegando entre el jazz fusion
y la música clásica en momentos concretos)
sin copiar a su propio proyecto Sonicbloom. Aunque parezca
increíble, cada día toca mejor. Hablemos de
precisión, dinámicas, velocidad o expresividad,
la de Hamamatsu continúa una evolución que
no parece tener fin. En Donosti encandiló al público
desde los primeros compases, mostrando una divertida complicidad
con Anthony Jackson, todo un maestro del bajo eléctrico.
Jackson huía constantemente de su zona de confort,
buscando frases imposibles que combinaran con los reclamos
de la líder. Ésta se movía como pez
en el agua en las complejas métricas de sus temas;
sobre ellas citaba standards con facilidad (“You
And The Night And The Music”, “Softly, As In
A Morning Sunrise”, “My Favorite Things”).
Simon Phillips es una excelente elección para este
trío. Su contundencia roquera (espectacular al doble
bombo) combinaba muy bien con el contexto musical. El repertorio
incluyó, fundamentalmente, temas del nuevo trabajo
Voice, como “Voice”, “Now Or
Never”, “Labyrinth” (el que más
aplausos arrancó) o su versión de la sonata
patética de Beethoven. También abordó
una pieza a piano solo. El auditorio, en pie, reconoció
la labor de la joven pianista.
Rumbo a la Plaza de la Trinidad con apenas unos minutos
de margen. Difícil encontrar sitio, a pesar de la
lluvia que no cesó de caer en toda la noche. Por
fortuna la organización había puesto chubasqueros
de plástico a disposición de los asistentes.
Asombrado ante tanta pasión, Avishai Cohen comentó
que iban a tocar mejor que nunca para ese público
pasado por agua. Ni mejor ni peor, el concierto del contrabajista
israelí fue una pequeña copia del que ofreciera
hace menos de tres meses en el San Juan Evangelista madrileño.
No solo por el repertorio, los arreglos y las presentaciones;
también por la intención y el contorno de
las improvisaciones. Cohen es un superdotado del contrabajo,
y tanto el batería Amir Bresler como el pianista
Omri Mor (en lugar de Shai Maestro, que actuó en
la cita capitalina) estuvieron muy bien; pero la obligada
comparación entre ambos conciertos nos hace replantearnos
qué deberíamos entender por jazz.
Tras Cohen apareció la consagrada Cassandra Wilson
con una banda de lujo a la que ofreció muchísimo
espacio. Tan a gusto debía estar escuchándoles
que pasó parte del concierto sentada en una silla
en mitad del escenario. El armonicista Gregoire Maret y
el guitarrista Martin Sewell (con un sonido muy bluesero)
destacaron especialmente en un concierto donde se echó
de menos una mayor presencia de la cantante. “The
Man I Love”, “Red Guitar” o el “Blackbird”
de los Beatles ofrecían diversidad, que no disparidad
(el grupo hacía suyo cada uno de los temas). Extraordinaria
sección rítmica.
Confieso que no pude quedarme a ver el final del concierto
de la Wilson: tuve que salir escopeteado hacia el Museo
de San Telmo para llegar a tiempo de ver a Jan Garbarek
y el Hilliard Ensemble. Difícil, muy difícil
ver todos los conciertos del día sin perderse algo.
Al final la carrera fue en balde, pues la actuación
empezó veinte minutos tarde (a las doce y veinte
de la madrugada). El espacio era impresionante. Techos altos,
abovedados, presagiaban una noche de sensaciones. Así
fue. Garbarek, que solo utilizó el saxo soprano,
comenzó buscando fraseos con esa tenacidad de buen
artesano que le caracteriza. Los miembros del Hilliard Ensemble
entraron al auditorio por detrás y por pasillos distintos,
envolviendo al público con sus voces envidiables.
Tras publicar recientemente Officium Novum, el
noruego y los británicos mostraron una excelente
comunión, enlazando pieza tras pieza sin interrupción.
Fueron momentos de paz, de sosiego, de reflexión.
A veces caminaban por el escenario, a ratos volvían
a los pasillos. Garbarek supo aparecer y desaparecer para
no cargar demasiado el ambiente, y para no restar protagonismo
a los cantantes. No solo tuvieron que salir a saludar, también
se les obligó a interpretar un bis. Inolvidable.
De vuelta a la ciudad ya había dejado de llover;
hora de dormir. Hasta el año que viene.