Llenazo absoluto en el San Juan Evangelista. El Johnny demuestra
una vez más que la calidad no está reñida
con el éxito. Como en las mejores noches de John
Scofield o Dave Holland, el auditorio presentó una
entrada excepcional. Tanto el patio de butacas como el anfiteatro
se poblaron de una afición mezcla de juventud y veteranía,
de militancia jazzística y eclecticismo.
La velada combinaba dos propuestas diametralmente opuestas:
del glamour, elegancia y perfección de
Kurt Elling –cantante, poeta y artista como pocos–
a la energía roquera desbocada de los Dead Capo,
banda local de larga trayectoria. Como ya ocurrió
en alguna otra ocasión, el telonero fue teloneado.
Bajo atronadores aplausos, la banda de Elling arrancó
con un swing decidido (el “Steppin’
Out” de Joe Jackson), dispuesta a ofrecer un concierto
memorable. Lo consiguieron con creces. El cantante de
Chicago ha venido a nuestro país con cierta asiduidad
en los últimos años. Siempre ha situado
el listón bien alto, pero anoche superó
todas las predicciones. Sin la compañía
de su pianista y director musical Laurence Hobgood (sustituido
por el eficiente danés Mads Baerentzen), Elling
dirigió al grupo con precisión y resolución,
marcando tempos, entradas, solos y finales. De forma insultante,
a menudo usó técnicas que en otras ocasiones
reserva con cuidado (agudos extremos, largos solos en
scat o rápidas escalas que cubren grandes
tesituras). No necesitó calentar, ya en ese primer
“Steppin’ Out” nos regaló una
improvisación de altura.
Por encima de lo que se podía esperar, Elling
utilizó recursos muy originales. En varios temas
él fue el encargado de crear backgrounds para
los solos de batería, sin otra referencia armónica
sobre el escenario –difícil, muy difícil
labor para un cantante–. En su versión de
“Stolen Moments” el solo en scat contó
únicamente con la presencia del contrabajo como
acompañante. Más tarde se enzarzó
en un divertidísimo diálogo con la batería,
donde hizo gala de una sana teatralidad, frotando el micrófono
contra la solapa de su traje, utilizando un papel arrugado
como elemento de percusión e incluso marcándose
una especie de baile flamenco. Ulysses Owens le respondió
con imaginación y jocosidad. Tanto el batería
como el contrabajista Clark Sommers ofrecieron calidad,
disciplina y creatividad. En general el grupo, hasta entonces
un trío, rayó a gran altura, con los arreglos
muy bien estudiados y muy bien ensayados.
En “L’estate (In Summer)” apareció
sobre las tablas el guitarrista John McLean (también
de la escena de Chicago) para abordar uno de los mejores
solos del concierto. Pausado, melódico y muy técnico,
lo construyó de abajo arriba, eligiendo cada nota
con cuidado y culminando en un clímax que devino
en catarsis entre las butacas. Pero el momento más
emocionante llegó, cómo no, con “The
Waking” (del CD Nightmoves). El bello poema
de Theodore Rothke cantado por Kurt Elling con el mero
acompañamiento del contrabajo y algo de percusión
se llevó la mayor ovación de la noche.
Hacia el final de la velada el cantante hizo suyo el
contorno melódico de “Skylark”, standard
interpretado hasta la saciedad, y que incluyó
un buen solo, trabajado con tesón, de Clark Sommers.
El final apoteósico vino de la mano de Stevie Wonder
y su “Golden Lady”, versión incluida
en el último disco de Elling, The Gate.
El grupo, tan elegante en su vestir como en su tocar,
se vio obligado a galardonar al público con un
bis, “I Wish I Knew”. Kurt tuvo que salir
a saludar una vez más. Genio y figura.
Ante tal panorama, y tras quince minutos de descanso,
los Dead Capo se enfrentaron a una difícil situación,
como comentó el contrabajista Javier Díez-Ena
al inicio de su concierto. Elling había dejado
un formidable sabor de boca, y la sonoridad del grupo
local era muy distinta a la de los estadounidenses. Aún
así los madrileños se emplearon a fondo
y desplegaron todo su arsenal de “rock surfero”
instrumental. Los Capo dan la mano a cualquier género
musical marchoso y divertido. Guiños al stomp,
al manouche, al Dixieland o a la música
klezmer se envolvían de una sonoridad
cercana a la de las bandas sonoras de las películas
italianas de los años setenta. No era solo la construcción
de los temas la que determinaba esas sonoridades, sino
también el timbre de los instrumentos, muy marcado
en el sonido histriónico del tenor de Marcos Monge
y en la sucísima distorsión de la guitarra
de Javier Adán. Tras doce años de historia
el grupo tenía mucho que decir. Originales como
“Cicatrizando el aire”, “Polvoriento”,
“Sunny Garcia” o la balada “Sirope”
compartieron set list con versiones adaptadas
del “Well, You Needn’t” de Thelonious
Monk, el tema central de la película Blade
Runner o el de Atraco a las tres.
Como quiera que el contraste fue muy grande, que se iba
haciendo tarde y que las estridencias de los Dead Capo
no fueron muy bien recibidas por parte de algunos aficionados,
el auditorio se fue vaciando poco a poco, entre tema y
tema, con respeto pero con decisión. Quizás
el grupo estuviera fuera de lugar, quizás fuera
el público, quizás la culpa recayera sobre
el bueno de Kurt Elling, que acabó fulminantemente
con nuestras reservas perceptivas y emocionales. Lo cierto
es que Dead Capo tienen fans, y gracias a su apoyo incondicional
llegaron a interpretar un bis. Kurt mediante, también
era su noche.