Bogui jazz se afianza tras su mítica reapertura y expande los confines de su programación a propuestas de las que generalmente solo podíamos disfrutar en el –esperemos que temporalmente– silenciado Club de Música y Jazz San Juan Evangelista. Los responsables de la velada: tres barbudos residentes en Brooklyn jazzeros en concepto, roqueros en actitud y experimentales por principio. El Pete Robbins Transatlantic Trio (versión reducida del Transatlantic Quartet con el que acaba de grabar
Live In Basel ) subió al escenario del Bogui para enseñarnos cómo las gastan hoy en día por Nueva York.
El trío abordó un repertorio en su mayor parte original –con una sobresaliente versión del “Sweet Child O'Mine” de Guns N'Roses– en el que cada tema presentaba un variado desarrollo formal con transiciones bien dibujadas entre distintos cambios de humor (de melódico y relajado a libre y frenético, de exploración ambiental a improvisación sobre un groove ). Pasajes delicados, hasta naif en ciertas ocasiones, daban paso a vigorosos fragmentos de volumen atronador, construyendo las situaciones musicales laboriosamente y sin abusar de los contrastes. Lo arriesgado de la formación (sin piano ni guitarra que proporcionaran un contexto armónico) se diluía inmediatamente en los prejuicios del oyente, ya que más que una terna de saxo, bajo y batería, este Transatlantic Trio son tres músicos que intercambian roles, interactúan y transmiten.
Pete Robbins improvisa con decisión y valentía. Tiene muchas ideas melódicas y un control exhaustivo sobre el material. Su sonido es muy redondo, a veces casi meloso y otras muy brillante, pero sin llegar a chillar ( à la Miguel Zenón). Simon Jermyn va mucho más allá de lo que se espera en un bajista, y aún así ni sobreactúa ni acapara un protagonismo excesivo. El uso de una púa y tres pedales le aportaba un timbre agresivo. Muy imaginativo en las partes en que el líder descansaba (no sé si llamarlas “solos”, ya que la idea era muy, muy orgánica), suyo era gran parte del mérito rítmico de la banda, apoyado en muchos casos en la superposición de distintas métricas. Usaba toda la tesitura del instrumento (incluso la excedía, tocando sobre el propio clavijero) y llegó a percutir las cuerdas con artefactos. El batería Tommy Crane, por su parte, fluía con libertad dialogando contrapuntísticamente con sus compañeros. El éxito de la propuesta radica en la capacidad de Jermyn y Crane de jugar con distintas dinámicas partiendo de un nivel de intensidad tan alto que limitaría, de entrada, el campo de acción de otras secciones rítmicas.
Fue emocionante ver cómo un proyecto tan arriesgado no solo llenó Bogui Jazz, sino que gustó a un público internacional y variado. En medio de tan buen ambiente, y justo antes de abordar el bis, Robbins se despidió no sin cierta tristeza: “este va a ser el último tema de la gira. Nos entristece volver a casa”.