Comentario:
Unos días antes del concierto, comentábamos con Joan Cortès (autor de las imágenes que pueden ver en esta página) lo que suponía el evento de “L’œil de l’éléphant”. Y él lo expresó de una manera clara: si hay un concierto que ha de verse es este. En efecto, la cita era insoslayable, y los que tuvimos a bien asistir nunca nos arrepentiremos.
El espectáculo ideado por el fotógrafo Guy Le Querrec, que consiste en la proyección de fotografías suyas sobre las que este excelso cuarteto hace un acompañamiento musical como si se tratara de la época del cine mudo, es denso y de los que le dejan a uno con muchas cosas dando vueltas por la cabeza, tanto por las imágenes en sí como por la música y la relación que se establece entre ambas. Todo parte de una idea sencilla, la del “ojo del elefante” aquel que todo lo ve por primera vez, que a cada nueva mirada descubre un mundo nuevo.
Las imágenes de Le Querrec están perfectamente inscritas en la rica tradición visual francesa, una tradición de amplio espectro que cuenta con la incomparable magia de los momentos robados de un Robert Doisneau, la electricidad y agitación de un William Klein, las dotes de observación de un Raymond Depardon, y también con el rigor de un documentalista como Jean Rouch, que también se sintió inevitablemente atraído por el África negra.
Las fotografías se presentan en varios apartados temáticos: besos cazados; el mundo en movimiento (un surtido de imágenes que incluía momentos de placer, desplazamientos y también algunas de trabajos varios, incluyendo el de músico); sombras; pies y manos; zapatos; ilusiones ópticas (en el que se concitaba a Man Ray y la fotografía de vanguardia); bellezas durmientes; ráfagas de viento (con algunas imágenes de una poesía extraordinaria); un viaje al país Lobi de Burkina Faso (que me hacía pensar en Rouch); un recuerdo para la matanza de Wounded Knee y el pueblo Lakota Sioux en la actualidad (esta última parte la encontré especialmente emotiva: un lejano redoble de tambor acompañando los interminables horizontes de las planicies del norte y los rasgos duros de los descendientes de una tribu que una vez fueron guerreros).
Sobre ello, la música en directo funciona como un estilete que nos permite penetrar en las imágenes. Pero también podríamos decirlo a la inversa, las imágenes proyectadas iluminan la música.
Por otra parte, escuchando la música y la manera de tocar de estos cuatro excelentes músicos, pensaba en que el cineasta Jacques Rivette llamaba a Jean Renoir, “le patron”. Le patron, con ese componente de respeto y sabiduría, oficio y arte que engloba la palabra. Probablemente, los cuatro músicos que la otra noche se habían reunido en el escenario del Instituto Francés sean de lo mejor que uno pueda ver hoy. Portal, Sclavis y Texier llevan a cuestas las últimas cinco o seis décadas del jazz francés con todos sus estadios: el bop que llega y se establece en París, la irrupción del free y la aparición de las raíces africanas, el examen y revisión de las propias tradiciones galas y europeas. Y todo ello, de un modo u otro, fue apareciendo la otra noche. Melodías encontradas en África, la aceleración del be bop, la coloración triste del blues, la exaltación del free, la música francesa (irradiada desde ese bandoneón que con tanto gusto tocó Portal), algún aire de tango, la sencilla emoción de una balada, y hasta una versión de “Fables of Faubus” de Mingus (de lo más pertinente y con disonante y rabioso break central). Y lo bueno del caso es que todo sonó desde un mismo lugar, no había la más mínima dispersión pues todo había pasado y se había configurado en la mente de los músicos. Y todo ello, a su vez, en armonía con lo que estábamos viendo en pantalla.
Y como el proverbio chino que tanto le gustaba citar a Murnau dice, “una imagen vale más que mil palabras”, les remito a una de las fotografías que tomó Joan Cortès y que pueden ver aquí debajo. Una fotografía que plasma perfectamente esa especial ósmosis que se dio la otra noche entre las imágenes de Le Querrec y la música del cuarteto: los músicos teñidos de azul grisáceo como si se hubieran convertido en parte de lo proyectado.