WYNTON MARSALIS

The Majesty of the Blues

Grabado en Nueva York, el 27 y 28 de octubre de 1988. (Columbia 465129 2)

Músicos

  • Wynton Marsalis (trompeta)

  • Wes Anderson (saxo alto)

  • Todd Williams (saxo tenor y soprano)

  • Marcus Roberts (piano)

  • Reginald Veal (contrabajo)

  • Herlin Riley (batería)

  • +

  • Dr. Michael White (clarinete)

  • Danny Barker (banjo)

  • Tedd Riley (trompeta)

  • Freddie Lonzo (trombón)

  • Reverend Jeremiah Wright, Jr. (narración).

Temas

  1. The Majesty of the Blues (The Puheeman Strut) 15:03

  2. Hickory Dickory Dock 9:06

  3. The New Orleans Function

    1. The Death of Jazz 12:39

    2. Premature Autopsies (Sermon) 16:23

    3. Oh, But On the Third Day (Happy Feet Blues) 6:44

Comentario

Prometía mucho Wynton Marsalis en la que debía ser su confirmación tras sus notables resultados de crítica y público obtenidos en años anteriores con "Black Codes" (1985), "J Mood" (1986) y sus destacadas apariciones en el terreno clásico. Pero la faena le vino grande y con "The Majesty of the Blues" dejó un sabor agridulce entre los aficionados que, tal vez sin fundamento, habían puesto enormes expectativas. Claro que la tarea de enfrentarse en solitario a los astados de la ganadería Viuda de Nueva Orleans y salir victorioso del envite está sólo al alcance de unos pocos maestros.

El diestro de Luisiana se presentó, como acostumbra, impecablemente vestido de azul cielo y oro con un porte muy torero y una apostura digna del excelso maestro que tal vez un día llegará a ser. Al que rompió plaza, de nombre Majestuoso, Marsalis lo saludó con una larga cambiada bluesera que enardeció a buena parte del tendido. Siguió fácil en el manejo del capote metálico, galleando por chicuelinas y quitando por faroles, sabiendo recibir, dejarse llevar o bien mandar y templar cuando era preciso.

Como es habitual en él no eludió un recuerdo a sus admirados Fernando José Lamenta "Jaleo de Rol" y a Eduardo Elintón, "El Duque". Pero, por desgracia, su notable labor en este primer astado de la tarde se vio un tanto lastrada por la actuación de los banderilleros Marcus Roberts y Todd Williams, que no pasó de discreta. Una pena, ya que el propio Marsalis muy bien hubiese podido encargarse también de la susodicha tarea. Mató de estocada tendida y recibió una merecida oreja que hubieran podido ser dos.

El siguiente ejemplar, negro bragado, desmejoró la línea de su hermano cornúpeta, mostrando desde el primer momento una blandura compositiva evidente. Pese a la hierática estampa del líder, digna estatua de regia compostura, la flojera del astado le impidió desarrollar su arte. Dejó, eso sí, algunos detalles, como esos floridos adornos growl con selvática sordina con los que finiquitó la lidia.

Ya en los albores de la tarde, cuando el sol dibujaba una media luna sobre el coso, quiso Marsalis realizar un homenaje a la ciudad que le vio nacer a él y al glorioso estilo que interpreta. Loable intención, dirán ustedes. Y a fe que lo es. Mas todo se quedo en un gran quiero y no puedo, una sinfonía de pretensiones que caen en lo pretencioso, un concierto del desconcierto, un retrato desconsolador que echó por tierra todo el crédito anterior que pudiera haber obtenido. Marsalis, a modo de sus maestros Elintón y Mingus "el niño de Arizona", quiso pintar un fresco histórico, erigir una estatua en honor del jazz de Nueva Orleans, y en lo que se quedó aquello fue en una argamasa informe, una pócima indigesta. El gran error de Marsalis fue dar voz y voto a un predicador enervante que, por añadidura, tuvo que lidiar con un plomizo y desorientado ejemplar, y terminó por marearse y marear al respetable. Las rápidas manoletinas finales del diestro no bastaron para evitar que el vino de la fiesta quedara irremisiblemente aguado. La estocada final, caída y ladeada, terminó por indigestar el menú.

Una pena, pues, que aquello que empezara tan bien, concluyese en un sinsentido de enormes proporciones –bíblicas, a tenor del reverendo que se trajo Marsalis. Esperemos que el diestro sepa sobreponerse a esta desilusión y que, sobre todo, mire con optimismo hacia el futuro en vez de añorar un pretérito que, aunque majestuoso, debería dormir el sueño de los justos.

Dionisio Sarraceno Matamoros.