Kind of Blue, 50th Anniversary Edition (un relato de miedos)
Kind of Blue: 50th Anniversary Collector's Edition
Columbia/Legacy 2009
He terminado por pensar que todo acaba en una caja forrada de mal raso. Cuando enterraron a mi padre, antes de cerrar el ataúd, se me enganchó una uña en el satén almohadillado que le libraría de golpes desde el tanatorio al crematorio –cinco minutos mal contados a paso cadencioso– obligándome a inclinarme nerviosamente al habitáculo en lo que algunos interpretaron como una extraña despedida cargada de amor filial. El parecido era más que razonable. Era como si hubiesen robado el canapé de casa de mi abuela y hubiesen customizado su tapicería al formato funerario, pensé horrorizado, mientras me volvía a colocar la corbata bajo la nuez y miraba la cara apergaminada del autor de mis días, que siempre había odiado el jazz. Para mi abuelo, más espartano, y al que crispaba el hi-hat, escogieron una caja ultraligera forrada de un material negro y brillante que daba descargas eléctricas cuando inocentemente se le tocaba, digo más, sencillamente se le aproximaba la mano. Ver a mi primo Federico saltar por la descarga, no se sabía si de alegría o reprimiendo un cabeceo al balón frente a una imaginaria portería de algún equipo que acosaba al Betis que mi abuelo tanto amaba, daba que pensar sobre el funesto sentido de la elección del forro. No tuve más remedio que imaginarme al autor de los días del autor de mis días achicharrándose en el crematorio en medio de una tormenta eléctrica digna del martillo de Thor.
Iba ya aleccionado cuando en mi primer matrimonio, mi padrino, mi confiado amigo Jesús, olvidó desenvolver los anillos recién traídos de la joyería. De sus manos salió uno de esos pequeños cofres con un cojincillo como una mullida lengua de seda en el que reposaban los dos aros mortales. El juez de paz no tuvo recato alguno en mirarme maliciosamente cuando vio que no me arrancaba a coger el de mi soon-to-be-legally-wife. Le deslicé en un susurro: “soy alérgico”, señalando el cofrecillo armado con mandíbulas metálicas. Mi miedo a que se pusiesen en movimiento y se tragase una de mis uñas o a que me saludase con una descarga se evaporó cuando con una bonachona sonrisa el hombre de paz me alargó la arandela del destino. Hoy esta yace en el fondo de un cajón en un estuche de pasta de vana imitación a carey forrada interiormente de humilde y segura gomaespuma.
Llevaba años esquivando cualquier encuentro con la dichosa manía del forro de raso: entrega de la placa del aniversario de los 25 años del colegio, estuches de pluma y bolígrafo, relojes de cierto vuelo…Todo iba bien hasta la mañana del día de Reyes de2009. Mi hijo había desenvuelto no sé cuantos juegos de la Wii que se apilaban de forma inestable cuando entre bostezos abrí mi regalo navideño: Kind of Blue 50th Anniversary Edition, justamente el año en que yo también rebasaba inexorablemente la cincuentena. Sonreí satisfecho, satisfechísimo, lo abracé y dí gracias por el buen hijo que me habían deparado los dioses de swing. Bailoteé con él, canturreé “Freddy Freeloader”, toqué el inicio de “So What” al contrabajo de aire, e hice de Jimmy Cobb un rato… hasta que rasgué el celofán: un frío raso funerario forraba la caja. Miré a mi hijo, enfundado en su camiseta de los Ramones. Ya sabía que mis excesos habían provocado en él un fuerte rechazo al jazz. Sabía que la pax domestica dependía de que ambos nos moviésemos por la casa con nuestros cascos inalámbricos incansablemente ajustando frecuencias para que nuestras músicas no se interfiriesen mutuamente. Pero no sabía que ya conocía la sensación que yo había tenido al contacto del raso de los ataúdes del autor de mis días y del autor de los días del autor de mis días. Todavía miro con rencor la caja azulada en espera del día en que reúna suficiente valor para forrarlo de felpa, de corcho, o del blindado de los Verve de Bill Evans, o que yo termine dentro de una, forrada de viscosa, no soy para más, y él acerque la mano al almohadillado. Kind of Blue. Azulado y tristón.
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