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A solas con Kind Of Blue

Me caracteriza el defecto de comenzar la casa por el tejado. A veces ese modus operandi es un reflejo de la personalidad del constructor pero, en muchas ocasiones, es tan sólo una forma obligada de reaccionar ante las circunstancias y su presentación en el tiempo. ¿Qué hacer cuando sólo tienes las tejas y desconoces los planos y el resto de la casa? En realidad nadie ha empezado a escuchar jazz en el orden deseado: si acaso los que nacieron con él y fueron escuchando, como música de su tiempo, su evolución en diferentes estadios. Quizá ellos –en realidad ya nadie queda para contarlo– sean los únicos indicados para valorar en su justa medida el impacto que Kind of Blue pudo causar en el momento de su publicación. Mi primera audición fue en formato cassette, en una grabación de Manel Mantiñán o de Manuel Carreja (por aquel entonces me surtía de ambas fuentes y es de justicia que los mencione aquí) que por fortuna cayó en mis manos cuando rondaba la mayoría de edad. Luego lo disfruté largamente cuando me compré el LP. Como el tejado ya tenía bastantes tejas puestas, y también porque toda mi energía anterior al descubrimiento del jazz la había volcado en la música clásica, rock sinfónico y afines, el tema que me sacudió de verdad en aquellas primeras escuchas fue Flamenco Sketches. Fue como un reencuentro con Eric Satie, que tiempo después volví a experimentar escuchando “Peace Piece” de Bill Evans en Everybody Digs Bill Evans. La armonía y la estructura sencilla me cautivaron a la primera. También lo hicieron los solos. Los más bellos de toda la carrera de Adderley, por ejemplo, se encuentran en este disco, en Somethin’ Else y en el que publicó junto a Coltrane. “Blue in Green” también me tocó de forma especial y conectó con un romanticismo y una introspección que yo buscaba –y todavía lo hago ahora– en la música. (Sin querer entrar en polémicas trasnochadas ni considerarme autoridad para hacerlo, sí me gustaría sumarme a los que defienden que su autoría se debe al pianista, pero eso poco importa ya). “All Blues” también fue crucial para que me aventurase a descubrir el jazz clásico sin la pereza que anteriormente me lo impedía y así viajar a los cimientos de la casa sin complejos.

Esta misma mañana estuve buscando el CD para escucharlo mientras comenzaba a redactar estas líneas, pero no lo encontré. De alguna forma debería ser significativo que sea uno de los poquísimos discos que tengo en cassette, en Lp y en cd. Sin embargo, debo confesar también que me entristece que se haya convertido en un mito pop y que, como objeto de consumo, se difunda más por su aura emblemática-glamourosa que por sus valores artísticos. He leído varios artículos al respecto del aniversario en suplementos y diarios de tirada nacional. Debemos congratularnos porque el jazz ocupe espacio en los medios de comunicación, pero vislumbro que Kind of Blue se convertirá –si es que no lo es ya– en un bien ornamental vacío de contenido, igual que una colonia y un coche se llaman “Jazz” sin que por eso hayan aumentado las ventas de discos o la gente se anime a investigar de qué música se trata. Para colmo, uno de esos artículos está firmado por un peso pesado del periodismo que en la radio ha defendido en iguales términos –o quizá con mayor efusión– la obra de Pet Shop Boys, y que en su redacción se ha limitado a repetir una vez más todo lo que ya se ha escrito sobre el disco y que es de dominio público: es decir, que puede que sólo lo haya escuchado de música de fondo durante una cena y simplemente se sume a la celebración del mito como mecanismo gregario que perpetúa esa estética oligárquica y superficial que separa tajantemente, y al vaivén de las modas, lo in de lo out. Por último, y para no extenderme, creo que, en el polo contrario, el libro de Ashley Kahn redunda en esa mitificación absurda y le hace un flaco favor al disco, un disco que respira por sí mismo sin tanta elucubración pseudo-documental.

 

   
   
© 2009 Quinito L. Mourelle, Tomajazz