My Kind Of Blue
En el jazz, como en cualquier otra música, todo ranking cuantitativo y toda verdad absoluta o afirmación categórica que incluya un juicio de valor son, en pura esencia, erróneos. Bajo este prisma, la calificación de Kind of Blue como el mejor disco de la historia del jazz sería una hipérbole. Sin embargo, existen elementos, tantos de carácter objetivo (cualidades musicales de las composiciones, los arreglos, los solos) como subjetivo (capacidad de la música de “enganchar” al oyente, vigencia y capacidad de “envejecer bien” de la grabación), que permiten calificar este disco como muy bueno, como magnífico, como glorioso... y aquí entramos ya en el terreno de los epítetos.
Como la mayor parte de los aficionados que nacimos en la segunda mitad del Siglo XX, Kind of Blue fue uno de los primeros discos de jazz que escuché y disfruté. Mi peregrinación a través de la línea cronológica de esta música se inició con grabaciones de los años 50-60 y muy pronto viajó hacia atrás, hacia el bop, el swing, las big bands, el jazz de los años 20 y 30 (blanco o negro, qué más da). Sólo en contadas ocasiones o períodos de agotamiento me he adentrado con cierta profundidad en estilos coetáneos o posteriores al jazz modal o, como mucho, a la vanguardia que supusieron los discos de Blue Note de finales de los 60, como Andrew Hill o Bobby Hutcherson.
Sin embargo, sé que Kind Of Blue está ahí, como un pivote entre lo viejo y lo nuevo, como una referencia a la que agarrarse. No es, ni mucho menos, uno de los discos más pinchados en mi equipo. ¿Dónde dejaría entonces los Hot Five & Hot Seven de Louis Armstrong, las grabaciones de Bix Beiderbecke, Tete Montoliu, los centenares de discos de Duke Ellington que se acumulan en mis estanterías, mi enfermiza colección de discos de piano stride (en realidad, el enfermo soy yo, no esta colección)?
Pero lo cierto es que es un disco maravilloso y por suerte puedo volver a él cuando lo necesite.
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