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..: GILAD ATZMON: BORIS GAMER Y MARTIN HEIDEGGER

   
 


Nota del traductor:
Gilad Atzmon es un saxofonista y clarinetista, líder del Orient House Ensemble, de origen judío y residente en Londres. Además de su conocida militancia antisionista, cabe destacar su interés por la filosofía germánica. En su último disco define la musiK (léase /musík/) como la música despojada de su valor comercial… la búsqueda de uno mismo, la búsqueda en sí misma.

Aunque se ha publicado al menos una traducción al español del ensayo de Heidegger Was Heißt Denken? (en inglés What Is Called Thinking?), las citas aquí incluidas han sido traducidas por mí a partir del texto en inglés.

   


"De hecho, el verdadero profesor sólo enseña a aprender"
(Martin Heidegger, ¿A qué se llama pensar?)

A diferencia de muchos músicos profesionales contemporáneos de jazz, mi educación musical dista mucho de ser académica. Allá por la década de los 80 viajé a EE UU con la idea clara de pasar unos años en la Berklee School of Music. Visité aquel santuario de la educación jazzística, vi aquellas masas de estudiantes, los fríos pasillos y sus incontables cubículos de ensayo, y también toqué con varios grupos. En resumen, aquel ambiente industrial me hizo desistir, y huí para nunca regresar. Para entonces ya me había dado cuenta de que el jazz que yo amo tiene poco que ver con aventuras académicas, tiene alma, es iracundo, a veces hasta furioso, pero siempre poético. Supongo que ya había comprendido que, si bien la furia, la ira y la poesía se pueden analizar, no se pueden enseñar. Aun así pasaron unos cuantos años antes de que me diera cuenta de que el jazz es una forma de espíritu más que de mero conocimiento. Si acaso, el jazz está más próximo a la religión que a la física, las matemáticas o la historia del arte. Consiste en ensayar, pero no importa cuánto se ensaye, que siempre se obtiene muy poco a cambio. Es la sumisión absoluta. No tiene nada que ver con la investigación lógica o racional. De hecho, es un asalto contra la racionalidad y una rendición completa a la belleza. No me llevó mucho tiempo comprender que, dado que el jazz es el amor al propio proceso de creación musical, me sería más provechoso acostarme con mi saxo que llevármelo a la universidad.

Aun así, he de admitir que tocar jazz exige una considerable base de conocimientos. Requiere la revisión e interiorización de unos amplios principios teóricos, armónicos y rítmicos antes de que uno pueda producir su primera frase jazzística, por simple que ésta sea. Dicho esto, aún creo que el factor crucial para que brote la musiK es más la interiorización que los conocimientos académicos. La interiorización se logra cuando se deja de lado el pensamiento consciente, y se logra de forma completa cuando uno se convierte en un mero canal a través del cual la musiK brota por sí misma.

Entonces, ¿cómo se puede incorporar esta necesidad de interiorización al mundo académico? ¿Es realmente posible? La formación académica de jazz, como cualquier otra actividad académica, apunta en dirección contraria, a la ampliación de la capacidad intelectual de uno.


Cuando trato de explicar mis propios conocimientos musicales, el problema no es sólo que no son formales, sino que soy incapaz de explicar en qué consisten exactamente, dónde están almacenados o cómo se aplican en la práctica. Con cierta frecuencia me encuentro algo confuso justo antes de salir a tocar, temo perderme sobre el escenario o que se me olvide todo, los acordes, el swing, mis melodías, mis frases, mis horas de práctica. De alguna manera parece que siempre me las arreglo para ser rescatado por un atisbo de inspiración, pero mi temor está siempre ahí, y ojalá siga ahí mientras me queden fuerzas para llevarme el saxo a la boca. Este temor, y especialmente su resolución, es precisamente el núcleo excitante de mi carrera jazzística.

He de asumir que a lo largo de los años he logrado interiorizar unos cuantos principios musicales básicos. He logrado incorporar algunas de las características sonoras, armónicas y rítmicas del jazz y de otros estilos musicales, pero es importante señalar que lo he aprendido casi todo “practicando el oficio”. A lo largo de los años he tenido ocasión de tocar con grandes músicos de jazz. En general trato siempre de rodearme de gente mucho más dotada que yo. Hace tiempo me impuse una regla según la cual he de tocar con músicos mucho más avanzados que yo. Mirando hacia atrás, puedo decir que ésa ha sido mi forma de aprender este arte. En términos prácticos, esto me lleva a la conclusión de que seguiré siendo un alumno mientras siga tratando de alcanzar a otros. Sostengo también que la esencia de la experiencia jazzística reside exactamente en ser un “eterno estudiante”, en la voluntad de encontrar y redefinir nuevos mundos y nuevas expresiones. El jazz es una verdadera noción de fluidez, de rechazo del estancamiento. Está enraizado en la voluntad de aprender y en la tendencia a aburrirse con facilidad.

De vez en cuando me piden que tome parte en programas académicos de jazz, que dirija un taller, un curso o que imparta una clase magistral. Si he de ser sincero, es algo que me encanta. Siempre trato de incluir actividades académicas en mi agenda. No porque tenga algo que decir, sino más bien por lo contrario. De hecho tengo bastante poco que decir. Y aun así, creo que es importante salir a la palestra y decir muy poco. El silencio es inspiración. En vez de proporcionar conocimientos técnicos o instrumentales a mis alumnos, prefiero situarles en el mismo centro de su propia búsqueda musical, tratar de enseñarles cómo y dónde han de buscar la inspiración. Así, en la práctica la propia lección debería ser una búsqueda iniciada conjuntamente por profesor y alumno. Desde el punto de vista de un profesor, enseñar significa en primer lugar repasar la propia comprensión de las cosas, revisar e incluso cuestionar las propias opiniones y prejuicios.

No obstante, aunque a algunos les suene extraño o incluso escandaloso, sinceramente creo que los fundamentos de la música se pueden resumir en ocho o diez lecciones intensivas. Creo que ser músico no es algo inalcanzable, y el hecho de que yo lo haya conseguido significa que cualquiera puede. Pero, ¿qué implica ser un músico? ¿Qué quiere decir "llegar a ser músico"? En mi opinión hoy en día en EE UU la respuesta es bastante clara: ser músico quiere decir ganarse la vida como músico. Yo sería aun menos restrictivo. Para mí, ser músico implica poder expresarse uno mismo a través de la música. Esto es lo que era el jazz en sus días de gloria, una voz única y personal explorada por la América negra. Por tanto, ser músico implica ser uno mismo. Puede sonar muy simple, pero de hecho esa es la tarea más difícil de llevar a cabo. Es mucho más fácil ser otra persona (un clon) que uno mismo. Así las cosas, creo que la formación académica de jazz debería centrarse en dos áreas principales:

1. En enseñar al futuro músico de jazz a buscar su propio sonido.
2. En instruir al joven músico para escuchar a los demás. Para averiguar quién eres, primero has de estar seguro de quién no eres.

Yo tuve suerte y encaré estas cuestiones muy al principio de mi carrera, porque tuve un profesor excepcional, un profesor lo bastante valiente como para dejarme claro que la música es simple. En total no recibí más de diez clases intensivas. Esto pasó hace 23 años, cuando vivía en Jerusalén. Curiosamente, desde entonces aún practico los mismos principios básicos que aprendí de él hace tantos años. Cuando llegó el momento de buscar mi propio camino, al despedirnos, mi maestro me advirtió de que no regresara hasta que estuviese preparado para una lección. Debo admitir que aún no lo estoy. A estas alturas he asumido que nunca estaré preparado, y que ésa es posiblemente la lección más importante, admitir que la musiK está siempre más allá del horizonte, que es una búsqueda infinita, como el castigo de Sísifo: nunca llegarás a tu destino, y hasta puede que nunca llegues a ninguna parte. Las sorpresas sólo llegan cuando no esperas que ocurra nada.

La primera vez le vi fue por la televisión, el día que aterrizó en Israel, el mismo día que había emigrado de la Unión Soviética. No es que entonces yo supiera nada sobre jazz, pero era lo bastante listo como para darme cuenta de que nunca había visto nada como aquel hombrecillo tocando su enorme saxo. Entonces yo tenía diecisiete años. Aunque tenía un clarinete francés, la música no me entusiasmaba particularmente. Mis amigos y yo escuchábamos a los Beatles, a Queen y algunos grupos británicos de punk. De alguna forma sabía que me gustaba el jazz, pero sin saber en qué consistía. Supongo que en aquel momento estaba "de moda" decir que te gustaba el jazz, y yo era lo bastante ordinario como para ser parte del rebaño. Me sonaban Benny Goodman y Artie Shaw, por los discos de la colección de mi viejo, pero el jazz moderno era totalmente ajeno a mis oídos. Entonces, aquella misma noche, delante de la tele, hacia la medianoche, Boris Gamer, un músico anarquista, un nuevo inmigrante de origen soviético, me dejó sin aliento. Me enganchó para siempre.

Veinticinco minutos más tarde, ya acostado, estaba completamente convencido de mi destino como músico de jazz. A la mañana siguiente, en vez de malgastar un día más en la escuela, me encaminé a la mayor tienda de discos de Jerusalén, y me gasté todo el dinero que tenía encima en Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Me compré todos los discos de Bird y Dizzy y me los llevé corriendo a casa y los puse. Era música rápida, furiosa y gloriosa. Quería ser un pájaro. Quería volar como un pájaro, como Bird. Aquella música salvaje tuvo un efecto claramente mágico sobre mí. Pocos días más tarde, el viernes, cogí mi clarinete y me fui al inigualable Pargod, el único club de jazz de todo Jerusalén, un antiguo baño turco reconvertido en club. Me había enterado de que todos los viernes por la tarde había una jam session que empezaba hacia las dos de la tarde y terminaba con el inicio del Sabbath. Para las dos menos cinco yo ya estaba allí, y cuál sería mi asombro cuando, nada más cruzar el umbral, vi al ruso recién inmigrado, el mismo que vi por la tele, ya en medio del escenario sobrevolando los acordes sin cuartel. Me senté bajo su tenor para absorber todo lo que fuera a decir. Cuando la sesión terminó no perdí el tiempo, me dirigí hacia él tan pronto como abandonó el escenario y le pedí que fuera mi profesor.

Boris estaba viviendo con su esposa y dos críos muy pequeños en un diminuto piso de un solo dormitorio, de los construidos por el gobierno israelí para los inmigrantes soviéticos. Me llevaba un par de horas llegar hasta su casa. Una vez allí Boris me asaba vivo. Era extremadamente exigente y duro. Sobra decir que no había conexión lingüística entre nosotros: él no hablaba nada que no fuera ruso, y yo estaba profundamente sumido en mi etapa hebraica. Aun así se las arregló para enseñarme, porque la enseñanza hunde sus raíces en el deseo de aprender, tanto por parte del estudiante como del profesor.

Boris me dejó bien claro que la enseñanza consiste en hacer accesibles las prácticas de aprendizaje. En vez de centrarse en el procesado de conocimientos, trataba de presentar un método distinto de adquisición de conocimientos. Probablemente comprendía que educar es enseñar a aprender. De la misma manera, ser educado es saber cómo aprender. De Boris aprendí que el sonido es la base de cualquier futura expresión musical. También aprendí que si quieres tocar rápido, más vale que sepas primero cómo tocar lento, y que la progresión como músico es un auténtico ejercicio de auto observación. Uno debe ser capaz de identificar los propios puntos débiles. Una vez identificados, se debe dedicar toda la energía a combatirlos. Ésta era una idea muy inusual para mí. Habiendo nacido en Israel, una sociedad judía chovinista y supremacista, se me había educado para diseñar mecanismos con los que ocultar mis puntos débiles. Por primera vez en mi vida se me pedía que me enfrentara a mí mismo, que reconociera el hecho de que estoy lejos de alcanzar la grandeza. Me di cuenta de que nunca llegaría a ser perfecto. No me había dado cuenta hasta hace poco de que esta revelación fue un punto de inflexión fundamental en mi vida. Un saxofonista anarquista de Letonia fue el que me mostró la musiK de la América negra, el que me hizo darme cuenta de que hay todo un mundo de cosas por aprender.

De vez en cuando me preguntan desde los medios de izquierdas cómo me las arreglo para expresar abiertamente mis ideas radicales sobre el conflicto árabe-israelí, ideas que tienen sentido en el contexto del discurso occidental pero que apenas son expresadas por mis compatriotas. Creo que la singular experiencia que tuve con Boris Gamer en el momento en que me iba a convertir en un israelí intelectualmente anquilosado tuvo un efecto tremendo en mí. Sacudió mi confianza, abrió mi mente y liberó mi corazón.

Poco después me encontré apoyando a mis vecinos palestinos con mi saxofón. No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que mi gente son en realidad mis enemigos. Ahora sé que no era por casualidad. El jazz es una pregunta abierta, y fue Boris el que me descubrió la posibilidad de cuestionarme las cosas.

Durante muchos años nunca pensé en Boris en términos filosóficos. Le consideré como un gran saxofonista, como un núcleo de inspiración y un gran profesor. Al fin y al cabo, tuvo un papel fundamental en mi vida, me convirtió en saxofonista, y eso basta para que le esté eternamente agradecido. Años más tarde, mientras cursaba estudios de postgrado en el Reino Unido, crucé mis pasos con otro gran profesor. Su nombre era Martin Heidegger. Gracias a él me di cuenta del impacto que había tenido Boris en mi vida. Según Heidegger, "enseñar es más difícil que aprender, porque enseñar requiere lo siguiente: dejar aprender. El verdadero profesor no deja que se aprenda más que eso: a aprender. Con frecuencia su conducta suele causar la impresión de que no aprendemos nada de él, si entendemos por 'aprendizaje' la mera provisión de información útil. El profesor se halla solo por delante de sus alumnos, en el sentido de que ha de aprender aun más que aquellos, ha de aprender a dejarles que aprendan... el profesor se siente menos seguro sobre el suelo que pisa, que sus alumnos sobre el que pisan ellos" (M. Heidegger, ¿A qué se llama pensar?). Heidegger articuló de forma inmejorable esta idea. Enseñar consiste en facilitar, no información, sino la afinidad para procesar información; enseñar es impartir a alguien la habilidad de pensar. Tanto Heidegger como Gamer sabían que enseñar es convertir al alumno en un investigador independiente, enseñar es hacer que el alumno se convierta en un ser libre (en la medida en que se puede llegar a ser libre). Enseñar jazz es transformar al alumno en un ser expresivo. En vez de transmitir conocimientos técnicos, enseñar musiK es el método de desarrollo de un sonido y una técnica personales. Enseñar jazz es mostrar el camino que lleva a la belleza. Pero entonces corresponde al alumno mostrar en qué consiste la belleza.

Traducción de Fernando Ortiz de Urbina

© Gilad Atzmon, 2004