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Es
curioso. Los aficionados al fútbol siempre están mirando
hacia adelante. Pocas veces se lamentan de la retirada de algún
mítico futbolista, centrándose, en cambio, en saborear
el menú dominical que suelen servirles sus chefs del balón.
Así, hoy en día, las conversaciones sobre Cruyff o
Maradona suelen ser minoritarias, quedando el monopolio de las emociones
del hincha en manos de los Zidane, Ronaldinho o Van Nistelrooy.
Si hablamos de jazz la cosa cambia. Y drásticamente. La resignación
de no haber podido ver en directo a John Coltrane o a Charlie Parker,
de no haber podido comprar el disco recién grabado de Charles
Mingus o de Thelonious Monk se impone por goleada a las oportunidades
que nos brindan los músicos actuales. Y esto lleva ocurriendo
más de 30 años.
Precisamente fue hace algo más
de 30 años cuando comenzó a gestarse una revolución
en el jazz y, por ende, en la música. No fue una revolución
tan determinante como las del swing, el bop o el free, pero dejó
una huella indeleble. Se amplió el rango estilístico,
creció el concepto rítmico, se incrementaron las posibilidades
del lenguaje y, dato este importantísimo, se volvió
a acercar el jazz a la gente. Algo más de 30 años,
en esa época varios músicos neoyorquinos formaron
por pura diversión el colectivo White Elephant. Entre ellos
los hermanos Brecker, Mike Mainieri, Tony Levin y Steve Gadd. Algo
más de 30 años hace desde que Joe Zawinul y Wayne
Shorter comenzaron a darnos su parte meteorológico (Weather
Report). Y también habrán pasado poco más de
30 años desde que Gary Burton oscureció el sonido
de su cuarteto y dio especial relevancia a la guitarra eléctrica.
Los trajes y corbatas pasaban de moda en favor de pantalones de
campana, vistosas camisas y pelo largo. El piano daba la alternativa
a los teclados y sintetizadores. Los sonidos de gruesas cuerdas
de tripa de gato sobre trabajadas maderas disminuían en detrimento
del emergente bajo eléctrico. Se estaba gestando la era de
la Fusión.
Ya a finales de los 60 las jam bands
incorporaban improvisaciones extendidas, mientras el grupo de Miles
Davis se aprovechaba del modus operandi de las primeras. Así
surgió Bitches Brew, para muchos el primer disco que fusionó
jazz y rock. Los músicos de jazz incorporaban técnicas
de estudio, grabaciones por pistas, post-edición y todo tipo
de nuevas formas de gestionar el proceso de creación musical.
Para muchos se trataba de una herejía, pero no hicieron sino
demostrar que el jazz es evolución continua, en forma y contenido,
en ritmo y armonía, en concepto y ejecución. Ya lo
dijo el mismísmo Sonny Rollins: “El jazz es un tipo
de música que puede absorber un montón de cosas y
seguir siendo jazz”. Y vaya si absorbió. Los años
70 fueron tiempos de experimentación, de descubrimientos,
de afincar los cimientos de lo que aún estaba por llegar.
De White Elephant surgió la banda de los hermanos Brecker,
The Brecker Brothers Band: ritmos de funk y rock sobre los que las
improvisaciones fluían sueltas y atrevidas. John McLaughlin
creó su Mahavishnu Orchestra, donde el virtuosismo y la complejidad
en el uso de escalas eran seña de identidad de un grupo que
rompió fronteras. Chick Corea atacó también
el virtuosismo y la complejidad, pero en lo que a composición
y arreglos se refiere. De ahí surgió Return to Forever,
jazz-rock sinfónico con tintes brasileños. Y la segunda
mitad de los 70 empezó a dejarnos a algunos de los músicos
y formaciones más definitivos, algunos incluso eternos. Tal
fue el caso del irrepetible Jaco Pastorius, autodefinido como “el
bajista más grande del mundo”. Jaco fue el hombre que
dio sentido al bajo eléctrico como instrumento, quien enseñó
el camino a todos los demás, quien demostró que su
Fender era mucho más que un contrabajo más fácil
de tocar. El bajo eléctrico fue inventado en 1951, casualmente
el año en que Jaco vino al mundo, pero no fue hasta que cayó
en sus manos cuando adquirió entidad propia, tomó
significado, cobró vida. En palabras de Herbie Hancock (notas
del disco debut de Jaco Pastorius): “Por supuesto, no sólo
es la técnica la que hace la música; es la sensibilidad
del músico y su habilidad para ser capaz de fundir su vida
con el ritmo de los tiempos. Esta es la esencia de la música”.
Y dicha esencia fue totalmente captada y explotada por una generación
de intérpretes que, habiendo asimilado a la perfección
las enseñanzas derivadas de épocas previas del jazz,
decidieron explorar nuevos caminos, buscar nuevos vehículos
en los que transportar sus ideas, aunar tradición y contemporaneidad.
El propio Pastorius formó parte de un trío que llevaba
varios meses tocando asiduamente por la costa Este y cuyo debut
discográfico ocurrió a finales de 1975. El líder
del grupo, uno de los músicos más intensos, líricos,
atrevidos y personales que nos ha dejado la historia del jazz reciente:
el guitarrista Pat Metheny. Bright Size Life quedó como un
disco de culto, como una grabación irrepetible y una inmejorable
tarjeta de presentación. Dos años más tarde
Metheny daría forma a un cuarteto donde las tareas de composición
y arreglos tomarían especial relevancia. Para compartir dichas
labores reclutó a su viejo amigo el pianista Lyle Mays. Había
nacido el Pat Metheny Group. Su disco homónimo, de 1978,
fue un hito para oyentes, críticos y músicos, y una
referencia para las próximas décadas. Mientras Metheny
creaba su Group, Pastorius se unió a Weather Report, dando
aún mayor magnitud a la leyenda. Ese mismo año de
1978 vio la luz uno de los discos clave del jazz contemporáneo:
Heavy Weather. Zawinul, Shorter y Pastorius compartieron responsabilidades
en la creación del LP y éste acabó de marcar
el camino del futuro, además de dejarnos temas clásicos
como Birdland o Teen Town. Unos meses más tarde el Elefante
Blanco daría su mayor fruto: El club neoyorquino Seventh
Avenue South sería testigo del nacimiento de una de las bandas
más importantes del mundo de la fusión. El vibrafonista
Mike Mainieri, el saxo tenor Michael Brecker (habitual durante los
setenta de los estudios de grabación) y el batería
Steve Gadd se unieron al pianista Don Grolnick y al virtuoso del
contrabajo Eddie Gómez (ex-miembro del trío de Bill
Evans) para formar Steps, quinteto que, ya en los primeros ochenta,
y debido a problemas de copyright, adquirió el nombre definitivo
de Steps Ahead. Los mimbres ya estaban ensartados. Sólo quedaba
ver crecer la cesta.
Y la época elegida fueron
los ochenta, momento en que la música jugaba una parte importante
de la vida cotidiana, identificaba grupos sociales, proyectaba ilusiones
y frustraciones, miedos e inquietudes. El jazz no iba a quedar al
margen de tal escenario, y no sólo disfrutó del momento
sino que sufrió una fuerte reactivación, viendo otra
vez llenarse las salas de jóvenes aficionados que descubrían
atónitos lo que la música podía ofrecerles.
Las investigaciones y consiguientes riesgos tomados en la década
anterior daban su fruto: un género que congregaba el conocimiento
jazzístico adquirido en épocas previas con una fachada
cercana al pop y el rock tan de moda en aquellos tiempos, más
digerible, más fácil de escuchar. Había nacido
la Fusión, y con ella no sólo un estilo inconfundible
con sentido, estructura y vida propia, sino una enorme puerta al
jazz en sentido amplio para todos los oyentes inquietos. Así,
la Fusión hacía valer su nombre, aunando músicos
de distintos mundos (jazz, pop, rock, rhythm&blues, soul) y
conceptos de todos ellos. Afiladas improvisaciones bop discurrían
sobre ritmos funk donde el groove marcaba el devenir del tema, los
solos se construían sobre sencillas armonías habituales
en la música más comercial, lo aparente y ostentoso
daba soporte a lo profundo y genuino. El concepto de grupo con nombre,
imagen y sonido propios tomaron especial relevancia, y la comunidad
jazzística encontró esa puerta al gran público
que reactivó la escena y fomentó la aparición
de nuevos talentos, así como la asimilación de músicos
de otros estilos. Los ochenta fueron una época romántica,
bonita, de afianzamiento de conceptos y disfrute de ese estado de
bienestar que poco a poco fue trayendo la segunda mitad del siglo
XX. En nuestra piel de toro dicho romanticismo se vio azuzado por
la típica ingenuidad de quien está descubriendo muchas
cosas a las que antes no tenía acceso, del adolescente que
encuentra un mundo ante sus ojos, de quien, en definitiva, hace
no mucho estrenó democracia y se enfrenta a su uso con ilusión
y determinación. Esos vinilos que encontrábamos en
las tiendas de discos de barrio nos hacían soñar,
nos permitían volar en busca de mundos imaginarios, renovaban
nuestra ilusión. Y eso que a veces era francamente difícil
encontrarlos, repartidos entre las secciones de Jazz, Jazz-Rock,
Fusión o incluso New Age, si existían. En ausencia
de un medio de información masivo como es hoy en día
Internet y con dificultad para localizar publicaciones especializadas
muchas veces recurríamos al boca a boca. O sencillamente
nos arriesgábamos, comprando a ciegas. Dichosa lotería
que no siempre tocaba, pero cuando lo hacía nuestro rumbo
cambiaba sin remisión. Esa música nos daba la vida.
O al menos nos la hacía mucho más fácil.
Agrupaciones como Yellowjackets,
Fattburger, Mezzoforte, Rippingtons o Spyro Gyra crearon ambientes
musicales siempre criticados por su falta de riesgo, pero que descubrieron
a muchos oyentes un mundo más allá de las listas de
éxitos de emisoras de FM. Músicos como David Sanborn,
Larry Carlton, Lee Ritenour, Bob James o Eric Marienthal presentaron
propuestas que combinaban entornos hasta entonces aislados, permitían
al público la familiarización con timbres cercanos
al jazz tradicional (saxos, trompetas, pianos), con la idea de improvisación
como proceso, pero a la vez eliminando la parte más intelectual
de la mezcla, pintando dulces paisajes que muchos quisieron degustar.
Por supuesto, la Fusión no sólo supuso un cierto ablandamiento
del jazz-rock de los setenta. Cuando la música quedaba a
disposición de los grandes intérpretes, ésta
alcanzaba cotas inimaginables, no sólamente creando un producto
de venta satisfactorio, sino formando los estándares musicales
de épocas futuras. Músicos de altísimo nivel
como el guitarrista John Scofield o el vibrafonista Gary Burton
nos dejaron algunas de las joyas de la época, demostrando
que lo comercial no quita lo elegante. Chick Corea se unió
al carro de la Fusión con su Elektric Band, grupo que partía
del concepto de intrincados arreglos, ya evidente en Return to Forever,
pero en este caso con mayor peso del virtuosismo instrumental y
un extenso uso de teclados y sintetizadores. Pastorius se embarcó
en su gran proyecto como líder: una big band inclasificable,
donde la música fluía libre de etiquetas y el término
Fusión quedaba claramente corto. Word of Mouth fue la última
obra de arte del genio de las cuatro cuerdas, antes de dejarnos
para siempre en 1987. Por otro lado, Mike Mainieri, tras un concierto
compartido con Weather Report decidió hacer de Steps Ahead
un grupo eléctrico, utilizar todo tipo de teclados, samples,
baterías programadas y técnicas de estudio. Adaptarse,
en definitiva, a los tiempos modernos. Modern Times, su grabación
de 1984, y Magnetic en 1986 dieron buena cuenta de ello. Michael
Brecker comenzó a utilizar en las giras su EWI (Electronic
Wind Instrument), una especie de saxofón manejado por ordenador
del que se podía extraer todo tipo de sonidos, y que también
utilizó Bob Mintzer con sus Yellowjackets. Pero si hablamos
de sonidos peculiares mención especial merece la guitarra
sintetizada que Pat Metheny presentó en su Offramp de 1982,
y que posteriormente utilizarían otros guitarristas como
Fridrik Karlsson de Mezzoforte o el mismísimo John Abercrombie.
El tándem Metheny/Mays incorporó a su Group el uso
del synclavier y otros artificios electrónicos, además
de la presencia de voz humana como un instrumento más y unos
marcados tintes brasileños en sus grooves y melodías.
El Pat Metheny Group se consolidaba como uno de los grandes grupos
de las últimas décadas, ofreciendo una amplia paleta
de colores, atmósferas cálidas de apetecible visita,
un deleite para el oído del neófito y del experto.
Tras esa máscara de belleza y romanticismo yacían
armonías poco usuales, métricas extrañas, difíciles
cambios de groove, toda la música que uno pueda imaginar.
Still Life (Talking) y Letter From Home demostraron que vender muchos
discos y llenar grandes auditorios no tenía por qué
estar reñido con crear música buena, difícil,
contemporánea. Y por si faltaba poner un sello de garantía
a la Fusión, por si ésta necesitaba de una Denominación
de Origen que diera fe de su calidad, allí estuvo el Príncipe
de la Oscuridad: Miles Davis. Su tambaleante vuelta a los escenarios
a principios de los ochenta mejoró ostensiblemente a lo largo
de la década, asociándose con algunos de los más
renombrados músicos fusioneros como Mike Stern, John Scofield,
el saxofonista Bill Evans o el bajista Marcus Miller, alma máter
de su Tutu, uno de los discos centrales de la era de la Fusión.
Incluso en la última grabación de Miles, Doo-Bop,
el trompetista marcó el camino de algunos estilos posteriores,
mezclas de jazz con hip-hop y otras músicas bailables. Genio
y figura.
Pero la Fusión también
daría lugar a mucha confusión. Y esa confusión
vino de mano de músicos de dudosa calidad que se apuntaron
al caballo ganador, bien autoerigiéndose en grandes intérpretes
de jazz o bien catapultados por sus compañías discográficas.
Aprovechados sin escrúpulos que tergiversaban la realidad,
engañando a ese público que tan sólo necesitaba
un pequeño empujón para introducirse de lleno en el
mundo del swing, el bop, el free y toda la amalgama de géneros
que forman parte del universo del jazz, pero que podían errar
su camino si el empujón lo recibían en la dirección
equivocada. Confusión.
Después llegaron los noventa,
y con ellos una época de cambio en muchos sentidos. La escasa
renovación de la Fusión más comercial y la
vuelta al jazz de aspecto (que no de fondo) más tradicional,
gracias al nuevo elenco de jóvenes artistas (Joshua Redman,
Christian McBride, Nicholas Payton, Bill Stewart, ...) dio al traste
con las aspiraciones comerciales de otros jazzmen más veteranos,
que volvieron rápidamente a sus orígenes. No obstante
aparecieron algunos nuevos grupos de renombre que, si bien enfocan
sus movimientos con libertad y sin etiquetas, algo o mucho deben
a los padres de la Fusión: Vital Information, Tribal Tech
o Metro ofrecen una música más sofisticada, pero con
ese fondo rockero tan habitual años antes. Las bandas de
los grandes presentaron nuevas versiones en formato acústico
(Steps Ahead, The Brecker Brothers Band, Chick Corea con su proyecto
Origin), o bien continuaron su búsqueda mirando hacia adelante
con total independencia (ese maravilloso Imaginary Day que el Pat
Metheny Group grabó en 1997). Grupos legendarios como Rippingtons,
Spyro Gyra o Yellowjackets vieron decrecer dramáticamente
su cuota de mercado, quedando estancados en un estilo que, al igual
que disfrutó de sus épocas de gloria, también
llegó a su ocaso.
Ahora que el nuevo siglo trae consigo
un concepto musical orientado a una total globalización donde
la improvisación es otro elemento más, ahora que apenas
hay límites en la creación, y que la vieja Europa
se torna como fuente inagotable de nuevas aportaciones al mundo
del jazz, siempre podremos retomar esas ya antiguas grabaciones,
volvernos melancólicos y recordar esos lejanos años
ochenta, tan de moda hoy en día. Como ya mencionó
en su momento John McLaughlin: “Me encanta la Fusión;
es parte de mí. Es algo degenerado, pero me da igual”.
A muchos también nos da igual.
© Arturo Mora,
2004
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