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..: ARTURO MORA: LOS OCHENTA: DE FUSIONES Y CONFUCIONES(AVUI JAZZ 2005)

   
 



   

Es curioso. Los aficionados al fútbol siempre están mirando hacia adelante. Pocas veces se lamentan de la retirada de algún mítico futbolista, centrándose, en cambio, en saborear el menú dominical que suelen servirles sus chefs del balón. Así, hoy en día, las conversaciones sobre Cruyff o Maradona suelen ser minoritarias, quedando el monopolio de las emociones del hincha en manos de los Zidane, Ronaldinho o Van Nistelrooy. Si hablamos de jazz la cosa cambia. Y drásticamente. La resignación de no haber podido ver en directo a John Coltrane o a Charlie Parker, de no haber podido comprar el disco recién grabado de Charles Mingus o de Thelonious Monk se impone por goleada a las oportunidades que nos brindan los músicos actuales. Y esto lleva ocurriendo más de 30 años.

Precisamente fue hace algo más de 30 años cuando comenzó a gestarse una revolución en el jazz y, por ende, en la música. No fue una revolución tan determinante como las del swing, el bop o el free, pero dejó una huella indeleble. Se amplió el rango estilístico, creció el concepto rítmico, se incrementaron las posibilidades del lenguaje y, dato este importantísimo, se volvió a acercar el jazz a la gente. Algo más de 30 años, en esa época varios músicos neoyorquinos formaron por pura diversión el colectivo White Elephant. Entre ellos los hermanos Brecker, Mike Mainieri, Tony Levin y Steve Gadd. Algo más de 30 años hace desde que Joe Zawinul y Wayne Shorter comenzaron a darnos su parte meteorológico (Weather Report). Y también habrán pasado poco más de 30 años desde que Gary Burton oscureció el sonido de su cuarteto y dio especial relevancia a la guitarra eléctrica. Los trajes y corbatas pasaban de moda en favor de pantalones de campana, vistosas camisas y pelo largo. El piano daba la alternativa a los teclados y sintetizadores. Los sonidos de gruesas cuerdas de tripa de gato sobre trabajadas maderas disminuían en detrimento del emergente bajo eléctrico. Se estaba gestando la era de la Fusión.

Ya a finales de los 60 las jam bands incorporaban improvisaciones extendidas, mientras el grupo de Miles Davis se aprovechaba del modus operandi de las primeras. Así surgió Bitches Brew, para muchos el primer disco que fusionó jazz y rock. Los músicos de jazz incorporaban técnicas de estudio, grabaciones por pistas, post-edición y todo tipo de nuevas formas de gestionar el proceso de creación musical. Para muchos se trataba de una herejía, pero no hicieron sino demostrar que el jazz es evolución continua, en forma y contenido, en ritmo y armonía, en concepto y ejecución. Ya lo dijo el mismísmo Sonny Rollins: “El jazz es un tipo de música que puede absorber un montón de cosas y seguir siendo jazz”. Y vaya si absorbió. Los años 70 fueron tiempos de experimentación, de descubrimientos, de afincar los cimientos de lo que aún estaba por llegar. De White Elephant surgió la banda de los hermanos Brecker, The Brecker Brothers Band: ritmos de funk y rock sobre los que las improvisaciones fluían sueltas y atrevidas. John McLaughlin creó su Mahavishnu Orchestra, donde el virtuosismo y la complejidad en el uso de escalas eran seña de identidad de un grupo que rompió fronteras. Chick Corea atacó también el virtuosismo y la complejidad, pero en lo que a composición y arreglos se refiere. De ahí surgió Return to Forever, jazz-rock sinfónico con tintes brasileños. Y la segunda mitad de los 70 empezó a dejarnos a algunos de los músicos y formaciones más definitivos, algunos incluso eternos. Tal fue el caso del irrepetible Jaco Pastorius, autodefinido como “el bajista más grande del mundo”. Jaco fue el hombre que dio sentido al bajo eléctrico como instrumento, quien enseñó el camino a todos los demás, quien demostró que su Fender era mucho más que un contrabajo más fácil de tocar. El bajo eléctrico fue inventado en 1951, casualmente el año en que Jaco vino al mundo, pero no fue hasta que cayó en sus manos cuando adquirió entidad propia, tomó significado, cobró vida. En palabras de Herbie Hancock (notas del disco debut de Jaco Pastorius): “Por supuesto, no sólo es la técnica la que hace la música; es la sensibilidad del músico y su habilidad para ser capaz de fundir su vida con el ritmo de los tiempos. Esta es la esencia de la música”. Y dicha esencia fue totalmente captada y explotada por una generación de intérpretes que, habiendo asimilado a la perfección las enseñanzas derivadas de épocas previas del jazz, decidieron explorar nuevos caminos, buscar nuevos vehículos en los que transportar sus ideas, aunar tradición y contemporaneidad. El propio Pastorius formó parte de un trío que llevaba varios meses tocando asiduamente por la costa Este y cuyo debut discográfico ocurrió a finales de 1975. El líder del grupo, uno de los músicos más intensos, líricos, atrevidos y personales que nos ha dejado la historia del jazz reciente: el guitarrista Pat Metheny. Bright Size Life quedó como un disco de culto, como una grabación irrepetible y una inmejorable tarjeta de presentación. Dos años más tarde Metheny daría forma a un cuarteto donde las tareas de composición y arreglos tomarían especial relevancia. Para compartir dichas labores reclutó a su viejo amigo el pianista Lyle Mays. Había nacido el Pat Metheny Group. Su disco homónimo, de 1978, fue un hito para oyentes, críticos y músicos, y una referencia para las próximas décadas. Mientras Metheny creaba su Group, Pastorius se unió a Weather Report, dando aún mayor magnitud a la leyenda. Ese mismo año de 1978 vio la luz uno de los discos clave del jazz contemporáneo: Heavy Weather. Zawinul, Shorter y Pastorius compartieron responsabilidades en la creación del LP y éste acabó de marcar el camino del futuro, además de dejarnos temas clásicos como Birdland o Teen Town. Unos meses más tarde el Elefante Blanco daría su mayor fruto: El club neoyorquino Seventh Avenue South sería testigo del nacimiento de una de las bandas más importantes del mundo de la fusión. El vibrafonista Mike Mainieri, el saxo tenor Michael Brecker (habitual durante los setenta de los estudios de grabación) y el batería Steve Gadd se unieron al pianista Don Grolnick y al virtuoso del contrabajo Eddie Gómez (ex-miembro del trío de Bill Evans) para formar Steps, quinteto que, ya en los primeros ochenta, y debido a problemas de copyright, adquirió el nombre definitivo de Steps Ahead. Los mimbres ya estaban ensartados. Sólo quedaba ver crecer la cesta.

Y la época elegida fueron los ochenta, momento en que la música jugaba una parte importante de la vida cotidiana, identificaba grupos sociales, proyectaba ilusiones y frustraciones, miedos e inquietudes. El jazz no iba a quedar al margen de tal escenario, y no sólo disfrutó del momento sino que sufrió una fuerte reactivación, viendo otra vez llenarse las salas de jóvenes aficionados que descubrían atónitos lo que la música podía ofrecerles. Las investigaciones y consiguientes riesgos tomados en la década anterior daban su fruto: un género que congregaba el conocimiento jazzístico adquirido en épocas previas con una fachada cercana al pop y el rock tan de moda en aquellos tiempos, más digerible, más fácil de escuchar. Había nacido la Fusión, y con ella no sólo un estilo inconfundible con sentido, estructura y vida propia, sino una enorme puerta al jazz en sentido amplio para todos los oyentes inquietos. Así, la Fusión hacía valer su nombre, aunando músicos de distintos mundos (jazz, pop, rock, rhythm&blues, soul) y conceptos de todos ellos. Afiladas improvisaciones bop discurrían sobre ritmos funk donde el groove marcaba el devenir del tema, los solos se construían sobre sencillas armonías habituales en la música más comercial, lo aparente y ostentoso daba soporte a lo profundo y genuino. El concepto de grupo con nombre, imagen y sonido propios tomaron especial relevancia, y la comunidad jazzística encontró esa puerta al gran público que reactivó la escena y fomentó la aparición de nuevos talentos, así como la asimilación de músicos de otros estilos. Los ochenta fueron una época romántica, bonita, de afianzamiento de conceptos y disfrute de ese estado de bienestar que poco a poco fue trayendo la segunda mitad del siglo XX. En nuestra piel de toro dicho romanticismo se vio azuzado por la típica ingenuidad de quien está descubriendo muchas cosas a las que antes no tenía acceso, del adolescente que encuentra un mundo ante sus ojos, de quien, en definitiva, hace no mucho estrenó democracia y se enfrenta a su uso con ilusión y determinación. Esos vinilos que encontrábamos en las tiendas de discos de barrio nos hacían soñar, nos permitían volar en busca de mundos imaginarios, renovaban nuestra ilusión. Y eso que a veces era francamente difícil encontrarlos, repartidos entre las secciones de Jazz, Jazz-Rock, Fusión o incluso New Age, si existían. En ausencia de un medio de información masivo como es hoy en día Internet y con dificultad para localizar publicaciones especializadas muchas veces recurríamos al boca a boca. O sencillamente nos arriesgábamos, comprando a ciegas. Dichosa lotería que no siempre tocaba, pero cuando lo hacía nuestro rumbo cambiaba sin remisión. Esa música nos daba la vida. O al menos nos la hacía mucho más fácil.

Agrupaciones como Yellowjackets, Fattburger, Mezzoforte, Rippingtons o Spyro Gyra crearon ambientes musicales siempre criticados por su falta de riesgo, pero que descubrieron a muchos oyentes un mundo más allá de las listas de éxitos de emisoras de FM. Músicos como David Sanborn, Larry Carlton, Lee Ritenour, Bob James o Eric Marienthal presentaron propuestas que combinaban entornos hasta entonces aislados, permitían al público la familiarización con timbres cercanos al jazz tradicional (saxos, trompetas, pianos), con la idea de improvisación como proceso, pero a la vez eliminando la parte más intelectual de la mezcla, pintando dulces paisajes que muchos quisieron degustar. Por supuesto, la Fusión no sólo supuso un cierto ablandamiento del jazz-rock de los setenta. Cuando la música quedaba a disposición de los grandes intérpretes, ésta alcanzaba cotas inimaginables, no sólamente creando un producto de venta satisfactorio, sino formando los estándares musicales de épocas futuras. Músicos de altísimo nivel como el guitarrista John Scofield o el vibrafonista Gary Burton nos dejaron algunas de las joyas de la época, demostrando que lo comercial no quita lo elegante. Chick Corea se unió al carro de la Fusión con su Elektric Band, grupo que partía del concepto de intrincados arreglos, ya evidente en Return to Forever, pero en este caso con mayor peso del virtuosismo instrumental y un extenso uso de teclados y sintetizadores. Pastorius se embarcó en su gran proyecto como líder: una big band inclasificable, donde la música fluía libre de etiquetas y el término Fusión quedaba claramente corto. Word of Mouth fue la última obra de arte del genio de las cuatro cuerdas, antes de dejarnos para siempre en 1987. Por otro lado, Mike Mainieri, tras un concierto compartido con Weather Report decidió hacer de Steps Ahead un grupo eléctrico, utilizar todo tipo de teclados, samples, baterías programadas y técnicas de estudio. Adaptarse, en definitiva, a los tiempos modernos. Modern Times, su grabación de 1984, y Magnetic en 1986 dieron buena cuenta de ello. Michael Brecker comenzó a utilizar en las giras su EWI (Electronic Wind Instrument), una especie de saxofón manejado por ordenador del que se podía extraer todo tipo de sonidos, y que también utilizó Bob Mintzer con sus Yellowjackets. Pero si hablamos de sonidos peculiares mención especial merece la guitarra sintetizada que Pat Metheny presentó en su Offramp de 1982, y que posteriormente utilizarían otros guitarristas como Fridrik Karlsson de Mezzoforte o el mismísimo John Abercrombie. El tándem Metheny/Mays incorporó a su Group el uso del synclavier y otros artificios electrónicos, además de la presencia de voz humana como un instrumento más y unos marcados tintes brasileños en sus grooves y melodías. El Pat Metheny Group se consolidaba como uno de los grandes grupos de las últimas décadas, ofreciendo una amplia paleta de colores, atmósferas cálidas de apetecible visita, un deleite para el oído del neófito y del experto. Tras esa máscara de belleza y romanticismo yacían armonías poco usuales, métricas extrañas, difíciles cambios de groove, toda la música que uno pueda imaginar. Still Life (Talking) y Letter From Home demostraron que vender muchos discos y llenar grandes auditorios no tenía por qué estar reñido con crear música buena, difícil, contemporánea. Y por si faltaba poner un sello de garantía a la Fusión, por si ésta necesitaba de una Denominación de Origen que diera fe de su calidad, allí estuvo el Príncipe de la Oscuridad: Miles Davis. Su tambaleante vuelta a los escenarios a principios de los ochenta mejoró ostensiblemente a lo largo de la década, asociándose con algunos de los más renombrados músicos fusioneros como Mike Stern, John Scofield, el saxofonista Bill Evans o el bajista Marcus Miller, alma máter de su Tutu, uno de los discos centrales de la era de la Fusión. Incluso en la última grabación de Miles, Doo-Bop, el trompetista marcó el camino de algunos estilos posteriores, mezclas de jazz con hip-hop y otras músicas bailables. Genio y figura.

Pero la Fusión también daría lugar a mucha confusión. Y esa confusión vino de mano de músicos de dudosa calidad que se apuntaron al caballo ganador, bien autoerigiéndose en grandes intérpretes de jazz o bien catapultados por sus compañías discográficas. Aprovechados sin escrúpulos que tergiversaban la realidad, engañando a ese público que tan sólo necesitaba un pequeño empujón para introducirse de lleno en el mundo del swing, el bop, el free y toda la amalgama de géneros que forman parte del universo del jazz, pero que podían errar su camino si el empujón lo recibían en la dirección equivocada. Confusión.

Después llegaron los noventa, y con ellos una época de cambio en muchos sentidos. La escasa renovación de la Fusión más comercial y la vuelta al jazz de aspecto (que no de fondo) más tradicional, gracias al nuevo elenco de jóvenes artistas (Joshua Redman, Christian McBride, Nicholas Payton, Bill Stewart, ...) dio al traste con las aspiraciones comerciales de otros jazzmen más veteranos, que volvieron rápidamente a sus orígenes. No obstante aparecieron algunos nuevos grupos de renombre que, si bien enfocan sus movimientos con libertad y sin etiquetas, algo o mucho deben a los padres de la Fusión: Vital Information, Tribal Tech o Metro ofrecen una música más sofisticada, pero con ese fondo rockero tan habitual años antes. Las bandas de los grandes presentaron nuevas versiones en formato acústico (Steps Ahead, The Brecker Brothers Band, Chick Corea con su proyecto Origin), o bien continuaron su búsqueda mirando hacia adelante con total independencia (ese maravilloso Imaginary Day que el Pat Metheny Group grabó en 1997). Grupos legendarios como Rippingtons, Spyro Gyra o Yellowjackets vieron decrecer dramáticamente su cuota de mercado, quedando estancados en un estilo que, al igual que disfrutó de sus épocas de gloria, también llegó a su ocaso.

Ahora que el nuevo siglo trae consigo un concepto musical orientado a una total globalización donde la improvisación es otro elemento más, ahora que apenas hay límites en la creación, y que la vieja Europa se torna como fuente inagotable de nuevas aportaciones al mundo del jazz, siempre podremos retomar esas ya antiguas grabaciones, volvernos melancólicos y recordar esos lejanos años ochenta, tan de moda hoy en día. Como ya mencionó en su momento John McLaughlin: “Me encanta la Fusión; es parte de mí. Es algo degenerado, pero me da igual”. A muchos también nos da igual.

© Arturo Mora, 2004