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Hace cuatro años, una de las
escasas revistas españolas especializadas en jazz, publicó
un especial dedicado a los mejores músicos y discos editados
en la década transcurrida desde 1990 a 2000. De los 10 mejores
músicos de jazz contemporáneos seleccionados, tan
sólo uno era europeo y el resto, lógicamente, norteamericanos.
Representando a la vieja Europa, expresión apadrinada desde
el otro lado del Atlántico y retomada por el imperio de la
guerra y sus secuaces, estaba el gran trompetista italiano Paolo
Fresu.
No pretenden ser estas palabras ningún
reproche hacia la indudable calidad de quienes por su contrastada
calidad constituyen lo más granado del jazz en la actualidad,
léanse los nombres de músicos ilustres como Kenny
Barron, Uri Caine, Steve Coleman, Dave Douglas, Brad Mehldau, Myra
Melford, Bill Stewart, John Zorn, Joe Lovano y muchos otros que
sería inútil citar, porque nos llevaría varias
páginas hacerlo. Cada uno con su instrumento, por sí
sólo, merece un lugar destacado en el Olimpo. Al hilo de
esta reflexión, tampoco quiero caer en la vieja polémica
aquella, cuando se llegó a hablar de un cierto “imperialismo”
del jazz americano, que apenas dejaba resquicios para las aportaciones
propias. Ya se sabe que el jazz americano siempre ha sido sota,
caballo y rey. De vez en cuando está bien desenterrar el
hacha de guerra, amistosamente hablando para defender lo nuestro,
aunque si se trata de música creativa como el jazz, bienvenidos
sean estos artistas, su influencia y su presencia cada vez más
asidua en Europa y sus festivales, porque nos hacen disfrutar de
su creatividad.
No pretendo, por tanto, que este
artículo se convierta en una aportación opositora
al jazz norteamericano desde una defensa a ultranza del jazz europeo,
ni mucho menos. Sencillamente se trata, reconociendo la valía
de aquellos músicos citados anteriormente y que afortunadamente
podemos ver en los festivales que se celebran en nuestro país,
de realizar un largo recorrido a través de un tren que se
detiene en muchas estaciones, que se extienden de norte a sur y
de este a oeste de Europa. Porque el jazz en Europa existe y como
se viene demostrando a lo largo de varias décadas, es un
jazz de primera categoría. Afortunadamente, ahora mismo,
diferente al que se hace en Estados Unidos y que, por razones de
indudable calidad, merece ser rescatado de los umbrales del olvido
y pasar a un primer plano para los amantes de la música con
mayúsculas.
Desde estas páginas intentaré
resaltar, reconozco que con mi más subjetivo punto de vista
y ante todo polémico, ya que en la confrontación de
opiniones está la verdad, una serie de pistas que guíen
al aficionado, desde el más avezado hasta el que está
comenzando a paladear esta música, cuáles son los
entresijos del jazz europeo, qué músicos y qué
estilos son más representativos en la actualidad en el panorama
jazzístico de este continente. El recorrido no puede ser
exhaustivo, pero con unas cuantas pinceladas puede bastar.
Francia irradia su fascinación
Nuestra primera parada tiene que
ser lógicamente Francia, centro neurálgico y piedra
angular del jazz europeo. Con decir que es el único país
del continente que cuenta con una Academia del Jazz está
dicho todo. Pero antes hagamos un poco de historia. Durante muchos
años, en el primer tercio del siglo pasado, hubo un músico
que destacó sobre todos los demás, el guitarrista
Django Reinhardt, quien con su quinteto del Hot Club de Francia,
en el que le acompañaba el violinista Stèphane Grapelli,
otra referencia fundamental para el jazz europeo, fue considerado
como el mejor guitarrista de jazz del mundo. A pesar de que los
ecos del ragtime se oían en muchos rincones europeos, el
eurojazz apenas era tomado en serio en Estados Unidos. Hasta que
llegó la década de los cincuenta, el estilo americano
se impuso de una manera clara en los músicos que se decantaron
por el jazz.
Llega el “eurojazz”
El saxofonista barítono sueco
Lars Gullin, a quien se comparó nada menos que con Gerry
Mulligan es una figura clave a partir de los cincuenta en el nacimiento
del nuevo jazz europeo. Una de las particularidades de Gullin fue
que, sin apartarse de la ortodoxia del jazz, consiguió ahondar
en las raíces de la música folclórica sueca.
Y es que una de las principales características que dio origen
al nuevo jazz europeo fue que los músicos debieron recurrir
a innovaciones significativas basadas en cada una de sus culturas
de origen, aportando su propia visión que influyera en el
propio vocabulario del jazz, para convertir su estilo en una propuesta
personal e individual. Es en este elemento innovador donde se encuentra
el punto de inflexión que dará lugar a lo que puede
entenderse hoy en día como jazz hecho en Europa. Un lenguaje
y un vocabulario musical heredado, pero con claras aportaciones
culturales propias del país desde el que se elabora. Si el
jazz se creó en su momento gracias a un cóctel que
contenía música europea y elementos africanos, que
dieron origen a lo que en su momento se conocía como jazz
en Nueva Orleáns, a partir de la década de los cincuenta,
a Europa no le queda más remedio que dar un golpe de mano
y dejar su huella en una música que se extendía como
la pólvora por todos los rincones del continente, gracias
a la presencia sobre todo en Francia y en los países escandinavos
de grandes maestros del jazz norteamericano huídos de su
país en busca de mayor comprensión en Europa. Sydney
Bechet, Miles Davis, Lou Bennet, Dexter Gordon, Kenny Clarke, Lucky
Thompson, Johnny Griffin, Chet Baker, son algunos ejemplos de jazzmen
atraídos por el público europeo, entre el cual pasaron
grandes temporadas.
Hasta los años 70, los grandes
músicos americanos siguieron dominando sin competencia el
panorama del jazz en Europa. Apenas aparecían voces libres
que marcaran el sello y la impronta europea. Aunque Francia contaba
con grandísimos músicos de jazz como Pierre Michelot,
Martial Solal, René Urtreger, Henry Renaud o Barney Wilen,
su papel se centraba en acompañar a las grandes figuras del
jazz americano que recalaban en Europa.
Y por fin, la liberación
Los primeros músicos que lograron
liberarse de la dominación estilística norteamericana
adoptaron el jazz-rock, el free-jazz y la libre improvisación
como banderas reivindicativas de su propia manera de entender la
música. El Inglaterra el primero que asumió la necesidad
de quitarse el lastre norteamericano fue el guitarrista John McLaughlin.
Uno de los pocos músicos franceses que no sucumbió
a la ola free fue el pianista Martial Solal, acompañante
durante muchos años del batería suizo Daniel Humair.
Otro destacado músico, el saxofonista Michel Portal, al igual
que otros colegas como Aldo Romano, Francois Jeanneu, Claude Barthélémy,
Jean-Francois Jenny-Clark, Michel Benita, Louis Sclavis y Henri
Texier, pasaron por diferentes etapas y actualmente continúan
en activo compartiendo la escena jazzística francesa con
músicos de nueva hornada como Bireli Lagrène, Franck
Avitabile, Jacky Terrasson, Jean-Philippe Viret, Julien Lourau,
Emanuele Cisi, los hermanos Belmondo, el franco-suizo Eric Trufazz,
Sylvain Luc, Jean-Michel Pilc o el bosnio Bojan Z, afincado en Francia.
Todos ellos constituyen referencias obligadas para conocer el rumbo
del jazz francés actual. Además hay que añadir
tres merecidos recuerdos especiales: uno para ese extraterrestre
del piano que fue Michel Petrucciani, - ¡Cómo se le
echa de menos...! - que elevó su estilo a los más
altos niveles, consiguiendo estar a la altura de nombres honorables
como Bill Evans o Keith Jarrett; otro caluroso homenaje para un
personaje como Richard Galliano, quien con su acordeón ha
sabido pintar, con su paleta multicolor, los mejores y más
emocionantes sonidos y un tercer eslabón como es el violinista,
Didier Lockwood, que con sus tributos a Stèphane Grapelli
y sus viajes alrededor del silencio nos hace llorar de emoción.
El jazz que vino del frío
Sin lugar a dudas, el principal espaldarazo
para el jazz europeo vino de la mano del productor alemán
Manfred Eicher, quien a comienzos de los 70 fundó el sello
ECM. Su leit motiv, “el sonido más bello después
del silencio”, se convirtió en seña de identidad
y todavía continúa, aunque en menor medida, de muchos
músicos que cultivaban un cierto vanguardismo conectado en
muchas ocasiones con la música clásica y los últimos
coletazos del free-jazz. Su nómina de intérpretes
es innumerable dentro del catálogo de músicos europeos,
destacando por encima de todos ellos el saxofonista noruego Jan
Garbarek, quien en múltiples ocasiones ha negado que la música
que hacía para ECM fuera jazz. Reminiscencias de grandes
espacios, sonidos de bosques, el lamento de las nubes, músicas
evocadoras de otros mundos posibles, son las que nos brindan músicos
de la talla de Kenny Wheeler, John Surman, Evan Parker, Tomasz Stanko,
Carla Bley, Miroslav Vitous, Dave Holland, Eberhard Weber, Misha
Alperin, Bobo Stenson o Terje Rypdal.
La música que nos evoca estos
músicos proviene del frío ambiente que se respira
en el norte de Europa. Sonidos para disfrutar en una sala, como
si de un concierto de música clásica se tratara, pero
que da buena cuenta de los derroteros que sigue el jazz europeo
ya entrada la década de los 80.
Si ECM, supuso un soporte fundamental
para muchos músicos europeos, en los últimos años
han surgido varios sellos donde se concentran muchos quilates de
calidad musical en su catálogo. Varias discográficas
alemanas, ACT dirigida por Siegfried Loch, ENJA, a cuyo frente se
encuentra Mathias Winckelmann y descubridor del trombonista alemán
Nils Wogram, o Winter & Winter de Stefan Winter tienen en su
nómina grandes músicos de jazz europeos. A ellas hay
que añadir el sello suizo Hatology, con la Viena Art Orchestra
como piedra angular y el también alemán sello Between
the Lines, que capitanea el músico Franz Koglmann, que tiene
en el saxofonista Gebhard Ullmann a una de sus mejores propuestas.
Es unánime la opinión
de que el jazz nórdico está pisando fuerte en los
últimos años. El fenómeno musical surgido del
frío viene de las manos del pianista sueco Esbjörn Svensson,
quien con su trío estable ha conseguido una vuelta de tuerca
original y propia, otorgándonos gozosas veladas tanto en
sus actuaciones como en su ya dilatada discografía. Se trata
sin duda de otra realidad musical que no debe perderse ningún
aficionado al jazz. Pero no es esta la única sensación
del jazz sueco, porque merece también un lugar destacado
el grupo Atomic, una formación que dará mucho que
hablar en los próximos años.
Más música para
el cuerpo: De norte a sur
Nuestro repaso por el jazz europeo
se traslada al otro lado del Canal de la Mancha, en el este, en
Inglaterra, donde los músicos agrupados en torno al sello
Provocateur suponen las referencias más interesantes del
momento. A destacar sobre todo la trombonista Annie Whitehead, el
saxofonista Andy Sheppard o el director de orquesta Colin Towns
como apuestas más arriesgadas.
Pero donde el jazz ha calado con mucha fuerza en los últimos
años ha sido en Italia, país en el que el trompetista
sardo Paolo Fresu, junto a otros músicos de la talla del
saxofonista Gianluigi Trovesi, el acordeonista Antonello Salis,
el pianista Enrico Pieranunzi, el batería Roberto Gatto o
el saxofonista Pietro Tonolo, han sabido continuar con la herencia
marcada por los grandes clásicos del jazz transalpino como
el trompetista Enrico Rava, el saxofonista Massimo Urbani o el contrabajista
Giovanni Tomasso, quien tiene en Ricardo del Fra y Furio di Castri,
dos aventajados discípulos.
Desde Portugal nos llegan los cálidos
sonidos de la cantante Maria Joao acompañada por el piano
de Mario Laginha y el contrabajo de Carlos Bica. En Austria, la
citada Viena Art Orchestra, que acaba de cumplir sus primeros 25
años de existencia o el guitarrista Wolfgang Muthspiel, trascienden
las barreras de las músicas posibles y nos trasladan a otros
mundos sonoros. Y en un país con menor tradición jazzística
como Grecia, el pianista Vassilis Tsabropoulos, acompañado
por el bajista nórdico Arild Andersen, nos transportan a
los paisajes imaginarios del reino de Achirana.
Amigo, este ha sido un condensado
viaje alrededor de la media noche del jazz, ya que el espacio no
da para más. Un viaje iniciático al que te invito
encarecidamente que no renuncies si verdaderamente gustas de buscar
la belleza en este mundo en el que no queda más escapatoria
que la música y la palabra. Evidentemente, como se suele
decir en estos casos, no están todos los que son, pero sí
son todos los que están. Músicos todos ellos de extrema
calidad, sensibilidad creativa elevada al máximo nivel, donde
no falta la experimentación, el riesgo y la apuesta por lo
novedoso. Atrévete a descubrirlos. En palabras de Miles Davis,
“el jazz, si no evoluciona está condenado a morir”;
el jazz europeo ha sabido encontrar su propio camino, evolucionar
hasta terrenos resbaladizos, pero de los que sabe salir airoso,
dejándonos con el placer en la boca como la sensación
que se vive después de haber podido saborear un buen vino
añejo que sabe a gloria. Larga vida al jazz europeo.
© Carlos Lara
Cid, 2004.
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