Norman Meehan
Time Will Tell. Conversations With Paul Bley
Berkeley Hills Press (ISBN 1-893163-54-7). Publicado en noviembre de 2003
Traducción de Fernando Ortiz de Urbina
Capítulo 1:
"De Montreal a Nueva York"
Montreal
Paul Bley empezó a estudiar piano en serio a la edad
de siete años. Aunque había empezado a tocar de oído a los cinco, sus primeras
lecciones fueron con el violín y, aunque salieron bien, no pasaron de ser un
preludio de su verdadero oficio, el de pianista. Su madre, Betty Marcovitch, se
había mudado a Montreal procedente de Rumanía, país en el que los músicos
disfrutaban de gran consideración, y fue ella la que le guió en su aprendizaje.
El trauma del divorcio de sus padres cuando tenía siete años, y el siguiente
matrimonio de su madre, hicieron que Bley se volviese retraído, pero la
experiencia le empujó a sumergirse en los estudios y la práctica del piano.
Esos estudios incluyeron clases particulares con muchos profesores, así como la
matriculación en el conservatorio McGill y en el de Quebec, donde aprendió
solfeo, armonía para teclado y el repertorio clásico de Bach, Beethoven y
Brahms. Esta sólida base con el instrumento le sirvió de mucho y no tardó en
trabajar como pianista para ensayos de espectáculos de variedades.
Ese trabajo derivó en la contratación de Bley para
acompañar bailes, de forma que tuvo su primer bolo fijo al principio de su
adolescencia, trabajando en una establecimiento turístico de Quebec con el
director de orquesta Blackie Herman. Gracias a este trabajo Bley estableció
estrechos vínculos con la comunidad jazzística de Montreal, pasando tiempo con
músicos experimentados, tocando en sus bolos y contratándoles en los que podía
conseguir él. A los catorce Bley ya dirigía grupos, contrataba músicos y
manejaba considerables cantidades de dinero en calidad de líder de grupo. Él mismo
ha especulado con la posibilidad de que el hecho de ser alto para su edad le
ayudara a iniciar su carrera. Bley también conoció a Oscar Peterson, que le
apoyó mucho y que, en 1949, cuando le ofrecieron formar parte en las giras de
Jazz at the Philharmonic, le pidió a Bley que le sustituyera en el Alberta
Lounge y que terminara su contrato por él. Aunque aún no había terminado la
secundaria, Bley aceptó la oferta, reconociendo una oportunidad importante
cuando se le presentó.
Fue por aquel entonces cuando Bley pasó una semana en
Nueva York familiarizándose con su escena musical. No le llevó demasiado tiempo
darse cuenta de que si quería tener éxito en el jazz, necesitaba mudarse a su
capital, que en aquél momento era indiscutiblemente Nueva York. Con el respaldo
de su madre y amigos, Bley se marchó de casa en 1950 para asistir a la escuela
de música Juilliard de Manhattan.
Nueva York y Juilliard
La mudanza de Bley a Nueva York le abrió las puertas a
un nuevo mundo de sonidos e ideas musicales, las del mundo del jazz de la Calle
52, así como a las que descubrió en sus estudios en Juilliard. Como parte de su
licenciatura en composición, uno de los profesores de Bley en la escuela fue el
compositor Henry Brant. La obra temprana de Brant ha mostrado una gran
variedad, revelando su firme interés en las combinaciones tímbricas inusuales.
Por ejemplo, "Angels and Devils" (1932), es un concierto para flauta
que presenta a diez miembros de la familia de dicho instrumento. En otras obras
emplea orquestaciones sorprendentes, como en "Origins" (1952), una
sinfonía para instrumentos de percusión. Su música posterior revela un
creciente interés por la ubicación de los instrumentos en el espacio en el que
actúan. Si bien la separación espacial que Brant empleaba en sus composiciones
a partir de la década de los cincuenta no ha formado parte de la música de
Bley, sí que lo ha hecho el modo en que Brant utilizó y expandió el concepto de
contraste estilístico dentro de una misma pieza de Charles Ives. En la
composición "Antiphony 1", escrita en 1953, Brant utilizó una serie
de grupos esparcidos en el espacio de la actuación, tocando cada uno música
inconexa con la de los otros grupos en términos de timbre, textura y estilo.
Esta utilización extrema del contraste también puede encontrarse en la música
de Bley.
Como resultado de sus estudios con Brant, ciertas
premisas pasaron a ser fundamentales en la obra de Bley. En primer lugar, Bley
aprendió a dar al proceso de hacer música tanta importancia como al producto de
ese empeño musical, y llegó a la conclusión de que componer música según se va
tocando es el objetivo supremo para músicos y compositores. Bley relata cómo en
el primer día de clase Henry Brant entregó aparatos de radio a todos los
alumnos presentes, les enseñó las señales de "subir el volumen",
"bajar el volumen", "encender" y "apagar", y a
continuación dirigió una pieza para "orquesta de radios". Esta
experiencia y otras semejantes mostraron a Bley que la música podía tomarse
como un proceso de creación de estructuras en tiempo real. Además, el análisis
musical, en su forma más elemental, revelaba que solamente se trata de sonidos
(o su ausencia) organizados a lo largo del tiempo. Quizás sea éste el segundo
aspecto de la música de Bley que puede atribuirse a sus estudios en Nueva
York. Brant se centraba en el timbre y el sonido de la música que escribía. En
vez de considerarse en términos de armonía, melodía y ritmo, la música se
percibe, en primera instancia, como sonido, aun cuando se manipule de diversas formas.
Esta orientación tímbrica ha sido un rasgo fundamental tanto de la carrera de
Bley como de la de Brant, y resultaría especialmente fértil cuando Bley adoptó las innovaciones de Ornette Coleman.
En 1950 Brant dejó escrito que había "llegado a
la conclusión de que la música en un único estilo… ya no permite evocar las nuevas
tensiones, los estratos de locura y los ataques multidireccionales de la vida
contemporánea contra el espíritu". Su música a partir de ese momento se ha
caracterizado por un concepto poliestilístico, una música en la que ningún
elemento o estilo concreto ejerce más influencia o es más importante que otro.
Esta "igualdad de medios" también se ha convertido en característica
de la obra madura de Bley.
Si bien Juilliard le dio a Bley las aptitudes para
ampliar su formación musical, también, y de manera más importante, representó la
"carta verde" que le permitió vivir en Estados Unidos. Aunque la
Calle 52 ya estaba en declive para 1950, Nueva York seguía siendo el centro
musical del mundo, y en su primera noche en la ciudad Bley vio a Charlie Parker
con Miles Davis, Max Roach y Tommy Potter, y después, calle abajo, a Lennie
Tristano con Lee Konitz, Warne Marsh, Billy Bauer, Peter Ind y Al Levitt.
Inmerso en este ambientazo fue donde Bley estudió, subió a tocar en bolos ajenos
y desarrolló sus habilidades y conceptos musicales. También viajó con
frecuencia a Montreal a visitar a amigos y familiares, y a actuar. En uno de
esos viajes, en 1951, se unió a algunos músicos locales para formar el Jazz
Workshop (taller de jazz), un foro de músicos de jazz en el que se proponían y
probaban nuevas ideas, como se hace en los talleres de teatro. La idea de Bley
era contratar a los mejores músicos de Nueva York, llevarlos a Montreal a tocar
con los músicos de allí y, de esa manera, mejorar el nivel del jazz de la
ciudad. Al empezar dando conciertos de pago en los que tocaban todos los
músicos adscritos al taller, pudieron recaudar los fondos necesarios, y en
breve tuvieron al primer invitado sobre su escenario, Chuck Wayne, el guitarrista
de George Shearing. Le siguieron el saxo tenor Sonny Rollins, el saxo alto
Jackie McLean, el trombonista Kai Winding y el batería Art Taylor. En 1953 los
invitados fueron, entre otros, el saxo tenor Brew Moore, el guitarrista Dick
Garcia y el pionero del bebop, Charlie Parker.
Con músicos de este calibre en su haber, el taller
enseguida recibió la atención de los medios, y la Canadian Broadcasting Company
produjo una serie de programas de media hora, incluyendo uno con Charlie
Parker, en el que también tocó Bley.
1953 resultó ser un año de progresos para Bley,
también en otros frentes. En septiembre recibió una llamada de Charles Mingus,
a quien había conoció unos años antes en una reunión de la New Jazz Society.
Mingus, que entonces dirigía Debut Records, necesitaba un director para una
pieza que había compuesto y que iba a grabar en su sello. Mingus también le
ofreció a Bley una sesión a trío con Debut. Bley aceptó rápidamente ambas
ofertas.
La temporada que Bley pasó en Nueva York fue, en cierto
sentido, una época de aprendizaje y de desarrollo de las técnicas necesarias para
dedicarse a la música. Fue allí donde aprendió qué se espera de un intérprete,
así como los rituales de la vida del músico de jazz.
"Hay una diferencia realmente simple entre composición e improvisación. Consiste en que no hay diferencia. La composición y la improvisación son ambas “hacer música” y si hay alguna diferencia se debe a la falta de capacidad por parte del ejecutante. Uno debería estar componiendo cada vez que toca música... es que no es más que componer en tiempo real." |
NORMAN MEEHAN: Un rasgo que ha caracterizado tu música
es la forma en que improvisas libremente, introduciendo a la vez una estructura
improvisada en tu música, así como notas, tonos y ritmos. ¿Crees que ese tipo
de "composición en tiempo real" procede de las ideas expuestas por
Henry Brant en Juilliard, o se trata de un enfoque coherente con la tradición
del jazz?
PAUL BLEY: No creo que haya forma de estudiar muy bien
la improvisación, pero desde luego que se puede estudiar composición. No tengo
muy clara la aplicación exacta de la composición, pero al menos abre los
sentidos a la posibilidad de pensar en términos temporales muy amplios. Estamos
pasando a una época en la que el CD durará el doble de lo normal actualmente,
en vez de tener un CD de 72 minutos [sic], será de 144. Actualmente tenemos la
radio por cable, que emite jazz 24 horas al día, o sea que una pieza podría
durar un día entero. Por tanto, las estructuras a las que estamos
acostumbrados, el disco de 78 RPM de tres minutos, el LP de 44 minutos o el CD
de 72, forman parte de un periodo de transición en el que se está subiendo el
listón a los músicos jóvenes, que deberán ser capaces de mantener el interés
del oyente durante mucho rato. En ese sentido, la composición ya ha abordado
esta cuestión con las diversas generaciones que han tenido que encarar el reto
de la duración. Ahora es un reto definitivo, no es una cuestión de lo bien que
toques, sino de cuánto tiempo puedes mantener la calidad a lo largo de la
longitud de la pieza que has escogido. Puede que al principio sólo hubiera que
hacerlo durante tres minutos; es posible que en el futuro hayas de hacerlo
durante varios cientos de minutos.
NORMAN MEEHAN: Te has dedicado durante más de
cincuenta años a la música improvisada. Lo has hecho al más alto nivel junto a
algunos de los mejores improvisadores. Aun así, tu educación formal consistió
en el estudio de repertorio clásico de piano en Montreal y de la composición en
Juilliard. Es como si tuvieras cada pie en mundos distintos. ¿Podrías describir
la diferencia entre composición e improvisación?
PAUL BLEY: Bueno, hay una diferencia realmente simple
entre composición e improvisación. Consiste en que no hay diferencia. La
composición y la improvisación son ambas “hacer música” y si hay alguna diferencia
se debe a la falta de capacidad por parte del ejecutante. Uno debería estar
componiendo cada vez que toca música... es que no es más que componer en tiempo
real. Hasta ahora la palabra “composición” se ha aplicado a la música que se
hace a lo largo de un amplio periodo de tiempo, con un montón de borradores y
revisiones (según eso, uno debería ser capaz de escribir un libro según va
hablando). No debería haber diferencia entre ambos procesos. Es decir, la
composición por sí misma encierra un montón de responsabilidad, como escribir
un libro en vez de ir diciéndolo. Cuando estás grabando no te detienes a anotar
tus ideas, es una línea continua, lo que implica que no pierdes el hilo de tu
pensamiento. Cuando improvisas no tienes ocasión de perder el hilo. Si paras de
tocar para coger un bolígrafo y escribir algo, pierdes el flujo o la esperanza
de recobrarlo de nuevo después de que hayas anotado lo que estuvieras tratando
de decir. Pero estamos en una era moderna y todos esos maravillosos
dispositivos de grabación, con los que se pueden capturar tus pensamientos en
“tiempo real”. La clave es el “tiempo real”. Si te pasas treinta años tocando
un instrumento con ese punto de vista estético en mente, es posible que vayas
mejorando en ese aspecto, y al final no habrá diferencia entre escribir algo o
grabarlo directamente.
"No diferencio entre composición e improvisación. Si la improvisación se hace de forma correcta, debería sonar como si se hubiera compuesto." |
NORMAN MEEHAN: Cuando improvisas, ¿crees que hay en
juego consideraciones puramente “compositivas”?
PAUL BLEY: No diferencio entre composición e
improvisación. Si la improvisación se hace de forma correcta, debería sonar
como si se hubiera compuesto. Los oyentes no deberían ser capaces de distinguir
qué se improvisa y qué está compuesto. Se podría considerar de la siguiente
manera: como músico que graba, cada una de mis grabaciones tiene un número de opus,
y ese número viene dictado por el año, mes, día y hora en que se grabó. De esa
forma tienes un sistema de numeración para una colección de grabaciones como el
que tendrías para una colección de obras escritas.
NORMAN MEEHAN: Entonces, ¿qué es la improvisación?
PAUL BLEY: No es más que hacer música, eso es todo. E
incluso ese aspecto ha dejado de ser un elemento constante. Hay que forzar un
poco los términos para llamar “música” a los sonidos industriales, pero si uno
se metiera en una sala de calderas y grabase sus sonidos porque sirven para el
propósito de las imágenes a las que fuera a acompañar, eso también sería hacer
un sonido con un propósito. La estética de la composición se aplica igualmente
al diseño de sonido como a la interpretación al piano.
NORMAN MEEHAN: Hay en el mundo académico personas que
se dedican al análisis de las interpretaciones de jazz que sostienen que no se
pueden aplicar al jazz los recursos analíticos que se utilizan para investigar
la música clásica (es decir, compuesta previamente) porque la composición y la
improvisación son, fundamentalmente, actividades distintas.
PAUL BLEY: No estoy de acuerdo. El sentido de la
estética que resulta atractiva a la persona que escucha una obra finalizada,
sea ésta compuesta o improvisada, es el mismo. Existen diferencias entre la
música clásica y el jazz y dichas diferencias me encantan, porque son los
opuestos exactos, opuestos diametralmente una respecto del otro. El ensayo hará
que una interpretación de música clásica mejore, pero en el mundo del jazz la
primera vez es el mejor intento de interpretar algo. En el mundo del jazz los
errores gustan, porque en ellos se puede apreciar el proceso y se puede oír a
los músicos corrigiendo. En el mundo de la clásica reina la voluntad de ensayar
las piezas hasta que salgan perfectas. Como dice el chiste, “¿cómo se llega al
Carnegie Hall? ¡Ensayando!”, pero esa no es la forma de labrarse una reputación
en el mundo del jazz. Cuanto más osado sea el músico de jazz improvisando, más
conectará con el oyente. Es una estética distinta. Toda esa idea de acertar a
la primera constituye una “estética de jazz”. El jazz y la clásica también
difieren en cuanto a la producción del sonido con el instrumento. La trompeta
aún seguiría sonando como la trompeta clásica si no hubiera sido por los
músicos de jazz que no sabían que su tesitura se limitaba a dos octavas y
media. Todo el virtuosismo en todos los instrumentos ha sido consecuencia de
que los tocaban músicos “primitivos”. En realidad, lo único que tenían de
primitivos es que no habían recibido una educación formal. La capacidad de
ampliar las posibilidades de la producción del sonido en instrumentos es una
estética de jazz, y también es una estética del tercer mundo.
"Existen diferencias entre la música clásica y el jazz y dichas diferencias me encantan, porque son los opuestos exactos, opuestos diametralmente una respecto del otro. El ensayo hará que una interpretación de música clásica mejore, pero en el mundo del jazz la primera vez es el mejor intento de interpretar algo." |
NORMAN MEEHAN: ¿Optaste por la improvisación en vez de
la composición porque te abría un viaje de descubrimientos, porque era música
que aún no habías oído?
PAUL BLEY: Exactamente. Si supiera qué iba a ocurrir
en el concierto no tendría que ir.
NORMAN MEEHAN: ¿De qué manera crees que han afectado
tus estudios de composición a tu forma de tocar?
PAUL BLEY: Cuando estaba en Juilliard y toqué jazz en
Nueva York durante esos cuatro años, de 1950 a 1954, creía que mis estudios en
Juilliard no tenían mucho que ver con la improvisación y mis necesidades como
improvisador. Esas necesidades eran instantáneas. Se manifestaban a las 8 en
punto de la noche al tocar con músicos reconocidos con quienes no había tocado
antes y yo trataba de mejorar tocando sobre el mismo escenario que ellos. Pensaba
que la composición y todo eso era un recurso para quedarme a vivir en Nueva
York, un recurso para conseguir la carta verde. Más adelante dejó de
satisfacernos el hecho de que siguiéramos tocando nuestras improvisaciones
sobre las armonías de canciones populares. Mis estudios de composición entraron
en juego en aquel momento, cuando me di cuenta de que las canciones constituían
un fundamento singularmente estadounidense para la improvisación y que esa no
era necesariamente la única forma de hacerlo. La cuestión fue “¿qué va a
remplazar a esas canciones de forma que se mantengan intactas la vitalidad y el
ritmo de la música?”. Después de Juilliard me pasé una década, entre 1955 y
1965, experimentando con diversos grupos, Ornette incluido, improvisando y tratando
de mantener la singularidad del jazz. Como sabía en qué consistían la música
clásica y el jazz, las diferencias me resultaban claras, y otras músicas de la
época, como la Tercera Corriente, etc., la música de Gunther Schuller y Ran
Blake, para mí eran anatema porque al mezclar las dos, diluyes las dos.
NORMAN MEEHAN: ¿Es porque abordaban la música como
compositores más que como intérpretes?
PAUL BLEY: En mi estética no hay diferencia entre
ambas facetas. Si hablamos de un improvisador magistral, eso es lo mejor que
van a hacer. Pedirle que anote o no lo que hace es discutible, porque van a
hacer lo que hacen, tienen una idea sólida y escribir las cosas sería contraproducente.
NORMAN MEEHAN: Aun así tu música contiene muchos
recursos que normalmente se considerarían como parte de la “música compuesta”, series
dodecafónicas, temas y variaciones y desarrollo de motivos.
PAUL BLEY: Esos recursos están presentes, pero con
ciertos ajustes. Por ejemplo, las series. Hice un disco para hatART, 12(+6)
in a Row, lo que implica que alguna relación tenía con las series, pero
conociendo la historia de la música occidental, el motivo por el que Schoenberg
creó el serialismo fue para que él y sus seguidores pudieran liberarse de la
armonía triádica wagneriana que dominaba la música de finales del XIX. Un siglo
más tarde ya no es necesaria la restricción severa de la secuencia de notas
para evitar la tríada. Podemos hacerlo de oído. Llevamos 100 años escuchando
música atonal, o sea que ahora lo podemos hacer en tiempo real. No necesitamos
recurrir a una serie estricta, aun en el caso de que la música fuera estricta,
si optamos por esa vía en algún momento. Las diversas reglas armónicas sólo son
interesantes si no derivAn en otra regla. Yo utilizo toda la música, toda la
historia de la música, incluyendo la música electrónica, la música trance,
todos los géneros populares, como colores de una paleta. La regla que gobierna
qué hago y cuándo lo hago es la siguiente: si ahora estamos haciendo algo que
podemos identificar en este momento a la vez que improvisamos, la cuestión es,
¿durante cuánto tiempo seguiremos tocando esto (que reconocemos) y en qué
momento dejaremos de hacerlo y empezaremos a hacer algo distinto? Si estamos
en un contexto de actuación en directo, lo mejor es poder hacerlo unos segundos
antes de que el público se dé cuenta de que hemos estado haciendo “esto” y se
pregunte cuándo vamos a empezar a hacer “aquello”.
NORMAN MEEHAN: Al escuchar 12(+6) in a Row está claro que la técnica serial no es estricta y aun así has logrado que
“suene” a música serial.
PAUL BLEY: Sí. Bueno, al identificar que había una serie
flotando alrededor, y al tocar con músicos vieneses y al grabar en Europa,
estábamos próximos a Schoenberg y su escuela. Me gusta ser iconoclasta en las
cosas que hago. Hay un motivo por el que vivo en EE UU aunque trabaje en
Europa. Estoy predicando una postura iconoclasta de origen estadounidense en
todos los proyectos que ataco. La palabra “atacar” es deliberada, es un ataque
contra cualquier tipo de ortodoxia. En el mundo del jazz, antes de Ornette
estaba Joseph Schillinger, que escribió enormes tomos y volúmenes sobre qué
podría uno hacer con la armonía, etc. La desventaja de ese sistema es que no lo
discurría uno mismo.
"La regla que gobierna qué hago y cuándo lo hago es la siguiente: si ahora estamos haciendo algo que podemos identificar en este momento a la vez que improvisamos, la cuestión es, ¿durante cuánto tiempo seguiremos tocando esto (que reconocemos) y en qué momento dejaremos de hacerlo y empezaremos a hacer algo distinto? Si estamos en un contexto de actuación en directo, lo mejor es poder hacerlo unos segundos antes de que el público se dé cuenta de que hemos estado haciendo 'esto' y se pregunte cuándo vamos a empezar a hacer 'aquello'." |
NORMAN MEEHAN: ¿Podrías explicar un poco tu relación
con la música anotada y las partituras?
PAUL BLEY: Si utilizas las partituras como una
plantilla en la que siempre veas lo que vas a tocar, de forma que ves
una partitura en vez de oír lo que vas a tocar, eso es la antítesis de
lo que yo hago. Mirar la partitura es la forma errónea de hacer las cosas. Es de
cándidos pensar que la música escrita tiene algún valor. El mismo hecho de que
pienses en términos de partituras restringe severamente la forma en la que
piensas sobre la música. Estás tratando de acertar, de que salga perfecto,
estás tratando de identificar cosas que no pueden anotarse en papel. Piensa que
si un pájaro está cantando en un árbol, no va a pensar en partituras,
simplemente cantará. No hay nada que no pueda hacer; desarrollará completamente
el potencial de todo lo que es capaz de hacer porque no está restringido por la
música escrita. Siempre hay alguna hermosa joven que viene a un concierto y
dice, “soy una pianista clásica, pero me encantaría improvisar; ¿podría
ayudarme, por favor?”. El hecho de que sea hermosa ya es bastante convincente
por sí mismo, pero no hay esperanza. Así que no engaño a la solicitante.
Nuestra cultura está inmersa en resultados garantizados: “si lees este libro
serás más inteligente… si tocas esta composición escrita sabrás cómo hace
esto”. Para cuando aprendes a hacer “esto”, “esto” ha dejado de ser relevante porque
fue a imprenta, se ha publicado, se le ha dado publicidad y ese proceso lo
acabo sepultando. Por tanto, si estás persiguiendo a una musa inmersa en un
proceso de documentación, esa musa ya se ha esfumado, porque estás observando a
la musa como parte de un corpus que ya ha existido. Aun si la considerases como
parte del presente actual, sigue sin ser suficiente. Has de mirar a cinco años
vista. En términos jurídicos, siete años es el periodo tras el que ya no puedes
reclamar: al cabo de siete años ya no me debes el dinero. Las ideas tienen una
vida similar, no hay forma de saber por dónde pisas si no trabajas cinco años
por delante de ti mismo y miras hacia atrás adonde estás ahora. La verdadera
cuestión no es “aprendamos más sobre el ahora", sino “aprendamos más sobre
el futuro a cinco años”, y veamos el “ahora” desde ese patrón. Trata de ver el “ahora”
como un proceso dirigido hacia el futuro cinco años a partir de “ahora”. Bird
siempre decía “nunca estoy aquí, siempre estoy ahí”. Siempre estaba yéndose a
algún sitio, y estaba en el proceso de llegar a ese sitio. Yo podía estar
tocando lo que correspondía según la partitura, que él estaba tocando la
siguiente sección, y eso determinaba su forma de tocar.
Lo mismo sucede con las estéticas que hemos estado
comentando. No importa lo que pienses que está ocurriendo ahora, lo que importa
es decidir, si volvieras a nacer dentro de cinco años y pusieras tus discos y
cintas, fueras a tus bolos, hablases con tus amigos, etc., ¿qué sería relevante
en ese momento? Necesitas ver el presente a través del patrón del futuro. Eso
no lo da la escuela, ni las partituras. Esos recursos ofrecen un punto de vista
histórico de la expresión artística, y son muy válidos y útiles, porque hay un
montón de cosas que se quedan diluidas en los detalles. A veces coexisten
distintas obras: Coltrane y Ornette son ejemplos claros. Ahí tienes a Ornette,
llegando a Nueva York en 1959 con su visión radical y completa de la
improvisación, mientras que, al mismo tiempo, Trane está dejando la banda de
Miles y aborda la interpretación modal, que no son más que notas blancas. Eso
era fácil de hacer, era más fácil que tocar sobre acordes. La música no se
estaba volviendo más complicada, sino menos. Tuvo tanto éxito que arrasó por
todo el universo de la improvisación y produjo virtuosos instrumentales y un
montón de música excelente. No obstante, en lo que respecta al avance artístico,
fue retrógrado. Así que uno siempre ha de buscar lo siguiente que vaya a
ocurrir para poder ver de verdad si algo va a ser útil o no en el futuro. Para
ello has de mirar desde una perspectiva de futuro: mirando retrospectivamente
al presente. Ese es un punto de vista de la obra de arte muy desalentador,
porque el futuro exigirá combinar las diversas artes, lo que condena a muchos
artistas a un final prematuro. Si vas a ser un gran instrumentista, y esa es tu
principal inquietud, esta perspectiva “futurista” implica que el éxito sonoro
de tu empeño sólo sea una cuarta parte de lo que atañe a tu responsabilidad.
Esta idea “futurista” incrementa tu carga de trabajo en tal medida que te vas a
quedar sin años para llevarlo a cabo. En el mundo del cine, lo normal es
colaborar, pero en nuestros mundos de la pintura, la literatura, la poesía y la
música, el esfuerzo individual es lo normal, y se valora más ser responsable de
una obra entera. Si miramos las cosas desde nuestra perspectiva de futuro, la
idea de la labor individual sale por la borda y eso eleva el listón para los
pianistas.
NORMAN MEEHAN: Cuando has buscado nuevas vías para tu
música, ¿te ha servido el análisis para revelar qué ha sido o será significativo?
PAUL BLEY: El análisis siempre me ha servido, porque
no puedo actuar sin entendimiento. Ese es mi carácter, pero el entendimiento no
me ha hecho dilucidar qué resultará útil para empujar la música hacia el
futuro.
" No hay forma de saber por dónde pisas si no trabajas cinco años por delante de ti mismo y miras hacia atrás adonde estás ahora. La verdadera cuestión no es 'aprendamos más sobre el ahora', sino 'aprendamos más sobre el futuro a cinco años', y veamos el 'ahora' desde ese patrón." |
NORMAN MEEHAN: ¿Qué medios utilizas para analizar tu
música?
PAUL BLEY: Medios históricos. En la década de los
cincuenta, Jimmy Giuffre, George Russell y Gil Evans (a quienes llaman
arreglistas, un término humillante que hace que su labor suene a logro menor,
orquestadores sería más adecuado) eran los únicos que estaban forzando los
límites de la música libre antes de que llegase Ornette. En las piezas de
Russell, que lograban con éxito ser atonales y jazzísticas, algún saxo alto se
levantaba y tocaba exactamente igual que Charlie Parker, y uno se preguntaba: “¿no
ha oído la pieza en la que está tocando? ¿No podría partir de la composición de
Russell para conformar su improvisación?” Pues no. Prefiere volver ciegamente a
Charlie Parker, y nos dimos cuenta de que este arte estaba sufriendo y de que
existía cierta necesidad de ser tan bueno como la música escrita.
NORMAN MEEHAN: Con frecuencia tu música suena tan
lógica como la música “compuesta”, aun cuando está totalmente improvisada. Se
puede apreciar el desarrollo de motivos, temas que reaparecen durante las
actuaciones, ciertos efectos tonales que hacen que las improvisaciones sean “de
una pieza”. ¿Se puede atribuir esto a procesos intuitivos o a tu formación de
compositor, o acaso estás tratando de crear una unidad temática en cada
actuación?
PAUL BLEY: Has planteado otra cuestión, que es similar
a esa: la idea de lo intencionado y lo no intencionado. Puede acusarse a los
músicos de jazz de tocar con mucha intención, de ser muy intelectuales y de
considerar todo desde todos los puntos de vista, de ser muy específicos y peculiares
con respecto a los diversos elementos de la actividad que llevamos a cabo y de
analizarlos sobre la marcha y de considerar su duración, etc. Al mismo tiempo
tenemos la idea de querer ser creativos de forma abstracta, de provocar la
inspiración. Existe un debate entre el estilo de improvisación a base de
inspiración o de intelecto. Es un proceso en el que dos cosas ocurren al mismo
tiempo. Si de verdad sabes qué estás haciendo, puedes dejar de pensar en lo que
estás haciendo y el proceso pasa a basarse en la inspiración. Así que prefiero
no pensar en lo que estoy haciendo, prefiero no estudiar, prefiero no buscar
alternativas o hacer un montón de trabajo intelectual. Prefiero apoyarme en la
inspiración. Si ya estás haciendo todas esas cosas intelectuales, éstas se
pueden sumergir en la propia interpretación en la que solamente operas desde un
nivel de inspiración. Dispones de toda la información, los datos y la historia
que te precede como parte de lo que haces. Por lo tanto, basarse completamente
en la inspiración es excusar una falta de contenido. Aquí se da una dualidad:
cómo puedes perderte en la interpretación y al mismo tiempo sopesar todos los
ingredientes. Paul Hindemith dijo que has de ser capaz todo instantáneamente,
antes de empezar a tocar. No es algo que surja de la nada, surge de una idea,
que ya tienes antes de empezar a tocar, sobre qué te gustaría hacer, y además
tienes toda la pieza antes de que la toques. “¿Qué vas a tratar de realizar con
esta pieza? ¿Qué poso quieres que quede al final de la pieza?” Quizás sea una
habilidad que no teníamos cuando empezamos a tocar la pieza. En parte se trata
de lo que me gustaría realizar, egoístamente, como individuo, de forma que
mañana yo goce de habilidades de las que hoy no disponía.