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..: EL ELEFANTE COJO (en memoria de MICHAEL BRECKER)

   
 


Por Arturo Mora Rioja

   

Hay expresiones que estarían confinadas a los diccionarios especializados y no se acercarían al primer plano de la vida diaria de no estar relacionadas con noticias de actualidad. ¿Quién no conoce términos como "OPA", "chapapote" o "calentamiento global"? En nuestra pequeña parcela del jazz una de las expresiones más repetidas en los últimos meses ha sido "síndrome mielodisplástico" (MDS, en sus siglas anglosajonas), por ser la enfermedad que llevaba año y medio torturando a uno de esos músicos que trascendió los límites de la corrección técnica y estética para hacerse con un pedestal en el reino de la expresión, la emotividad y la empatía con el público: Michael Brecker.

Brecker fue un miembro destacado del colectivo White Elephant (Elefante Blanco), ese grupo de jóvenes jazzmen que exploraron las posibilidades del crossover entre jazz y rock en la Nueva York de principios de los setenta. De ahí saldrían proyectos como The Brecker Brothers Band, donde Michael compartiría protagonismo con su hermano Randy, o Steps Ahead, con el vibrafonista Mike Mainieri como compañero de andanzas. Por esos tiempos Brecker ya era habitual en estudios de grabación, colaborando con algunas de las más importantes estrellas de pop y rock del momento. Aún recuerdo con estupor el momento en que descubrí el nombre del maestro del saxo tenor en la contraportada de un disco de Aerosmith, poco después de conocerle por medio de 80/81, doble vinilo a nombre de Pat Metheny en el que Michael Brecker nos dejó joyas como su emotiva interpretación en “Every Day (I Thank You)”. Poco después, a través de Steps Ahead (¡qué difícil era encontrar discos de ese grupo en Madrid en los años ochenta!) descubrí que el jazz fusion podía llegar a altísimas cotas de calidad si quien lo interpretaba realmente sabía lo que estaba haciendo y respetaba el valor artístico de su obra por encima de su éxito comercial.

Siempre honesto con su trabajo, Michael sabía acoplarse a cualquier entorno, adaptando su lenguaje y su fraseo a cualquier estilo, sin extralimitarse a pesar de la excelente consideración que tenía por parte de casi todos los saxofonistas jóvenes. Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia de Ben Sidran sobre la producción en el jazz, donde el pianista explicó lo difícil que podía llegar a ser trabajar con Michael Brecker debido a lo alto que ponía siempre el listón. Parece ser que el saxofonista de Filadelfia jamás salía contento de una grabación, a pesar de que el resultado de la misma inmediatamente se convirtiera en objeto de estudio por parte de músicos de todo el mundo. Honestidad y autoexigencia, cualidades de gran valía en un artista, sin duda. Tanto es así, que el primer disco de Brecker en solitario apareció en 1987, más de veinte años después de sus primeros trabajos como músico profesional. No era fácil que Michael se sintiera preparado.

Michael Brecker ha sido uno de esos músicos que ha mejorado mi vida, que ha dibujado una sonrisa en mi rostro cuando más la he necesitado. Tuve la oportunidad de deleitarme con su directo en dos ocasiones: la primera en Vitoria (julio de 2000) presentando Time is of the Essence junto a Pat Metheny, Larry Goldings y Bill Stewart; la segunda hace tres años en Galapagar (Madrid), junto a su Quindectet, el grupo de 15 miembros con que grabó Wide Angles. Ambos espectáculos fueron soberbios. Hace dos veranos (2005) volví a desplazarme a Vitoria para ver un sueño hecho realidad: el retorno de Steps Ahead en su versión eléctrica de mediados de los ochenta. Con la gira ya programada sufrimos el preocupante anuncio: Michael estaba enfermo y sería sustituído por otro adalid de la fusión: Bill Evans. Tras el concierto alavés tuve la oportunidad de charlar con Mike Mainieri, líder de la banda, y la cara que puso cuando le pregunté por la salud de Michael me desconsoló por completo. La situación parecía aún más compleja de lo que se pudiera pensar a priori. Desde entonces todo han sido infinitos comentarios en foros de internet, un falso anuncio del óbito, la imposibilidad de encontrar donantes totalmente compatibles y ese trasplante experimental que pareció surtir efecto. Gracias a él Brecker pudo prolongar su existencia lo suficiente como para realizar una aparición pública en un concierto de Herbie Hancock y ser objeto de un esperanzador artículo en JazzTimes por parte de Bill Milkowski (junio de 2006). Las esperanzas comenzaron a perder altura a medida de que el estado físico del saxofonista seguía menguando, y apenas le quedaron fuerzas para finalizar la grabación de su último disco, hace un par de semanas.

El pasado sábado, anteayer, el 13 de enero de 2007, Michael Brecker abandonaba este mundo. Su obra permanecerá (algo tan tópico como lógico), pero su voz inconfundible se ha apagado para siempre. La muerte de un jazzman es mucho más que una simple muerte, es la mutilación de un canal vivo de arte y sabiduría, la transición de lo dinámico a lo inerte en todos los sentidos. Cada vez que un jazzman muere, el mundo es algo peor, si cabe. Sin Brecker el aire, ese por que surcaban las ondas sonoras provenientes de su saxofón tenor, es menos puro. Y nosotros menos felices. White Elephant ha visto partir a uno de sus grandes pilares, el elefante ahora está cojo.

Hasta siempre, Michael.

   
   
© 2007