Hay
expresiones que estarían confinadas a los diccionarios especializados
y no se acercarían al primer plano de la vida diaria de no
estar relacionadas con noticias de actualidad. ¿Quién
no conoce términos como "OPA", "chapapote"
o "calentamiento global"? En nuestra pequeña parcela
del jazz una de las expresiones más repetidas en los últimos
meses ha sido "síndrome mielodisplástico"
(MDS, en sus siglas anglosajonas), por ser la enfermedad que llevaba
año y medio torturando a uno de esos músicos que trascendió
los límites de la corrección técnica y estética
para hacerse con un pedestal en el reino de la expresión,
la emotividad y la empatía con el público: Michael
Brecker.
Brecker fue un miembro destacado del colectivo
White Elephant (Elefante Blanco), ese grupo de jóvenes
jazzmen que exploraron las posibilidades del crossover
entre jazz y rock en la Nueva York de principios de los setenta.
De ahí saldrían proyectos como The Brecker Brothers
Band, donde Michael compartiría protagonismo con su hermano
Randy, o Steps Ahead, con el vibrafonista Mike Mainieri como compañero
de andanzas. Por esos tiempos Brecker ya era habitual en estudios
de grabación, colaborando con algunas de las más importantes
estrellas de pop y rock del momento. Aún recuerdo con estupor
el momento en que descubrí el nombre del maestro del saxo
tenor en la contraportada de un disco de Aerosmith, poco después
de conocerle por medio de 80/81, doble vinilo a nombre
de Pat Metheny en el que Michael Brecker nos dejó joyas como
su emotiva interpretación en “Every Day (I Thank You)”.
Poco después, a través de Steps Ahead (¡qué
difícil era encontrar discos de ese grupo en Madrid en los
años ochenta!) descubrí que el jazz fusion podía
llegar a altísimas cotas de calidad si quien lo interpretaba
realmente sabía lo que estaba haciendo y respetaba el valor
artístico de su obra por encima de su éxito comercial.
Siempre honesto con su trabajo, Michael sabía
acoplarse a cualquier entorno, adaptando su lenguaje y su fraseo
a cualquier estilo, sin extralimitarse a pesar de la excelente consideración
que tenía por parte de casi todos los saxofonistas jóvenes.
Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia
de Ben Sidran sobre la producción en el jazz, donde el pianista
explicó lo difícil que podía llegar a ser trabajar
con Michael Brecker debido a lo alto que ponía siempre el
listón. Parece ser que el saxofonista de Filadelfia jamás
salía contento de una grabación, a pesar de que el
resultado de la misma inmediatamente se convirtiera en objeto de
estudio por parte de músicos de todo el mundo. Honestidad
y autoexigencia, cualidades de gran valía en un artista,
sin duda. Tanto es así, que el primer disco de Brecker en
solitario apareció en 1987, más de veinte años
después de sus primeros trabajos como músico profesional.
No era fácil que Michael se sintiera preparado.
Michael Brecker ha sido uno de esos músicos
que ha mejorado mi vida, que ha dibujado una sonrisa en mi rostro
cuando más la he necesitado. Tuve la oportunidad de deleitarme
con su directo en dos ocasiones: la primera en Vitoria (julio de
2000) presentando Time is of the Essence junto a Pat Metheny,
Larry Goldings y Bill Stewart; la segunda hace tres años
en Galapagar (Madrid), junto a su Quindectet, el grupo de 15 miembros
con que grabó Wide Angles. Ambos espectáculos
fueron soberbios. Hace dos veranos (2005) volví a desplazarme
a Vitoria para ver un sueño hecho realidad: el retorno de
Steps Ahead en su versión eléctrica de mediados de
los ochenta. Con la gira ya programada sufrimos el preocupante anuncio:
Michael estaba enfermo y sería sustituído por otro
adalid de la fusión: Bill Evans. Tras el concierto alavés
tuve la oportunidad de charlar con Mike Mainieri, líder de
la banda, y la cara que puso cuando le pregunté por la salud
de Michael me desconsoló por completo. La situación
parecía aún más compleja de lo que se pudiera
pensar a priori. Desde entonces todo han sido infinitos comentarios
en foros de internet, un falso anuncio del óbito, la imposibilidad
de encontrar donantes totalmente compatibles y ese trasplante experimental
que pareció surtir efecto. Gracias a él Brecker pudo
prolongar su existencia lo suficiente como para realizar una aparición
pública en un concierto de Herbie Hancock y ser objeto de
un esperanzador artículo en JazzTimes por parte de Bill Milkowski
(junio de 2006). Las esperanzas comenzaron a perder altura a medida
de que el estado físico del saxofonista seguía menguando,
y apenas le quedaron fuerzas para finalizar la grabación
de su último disco, hace un par de semanas.
El pasado sábado, anteayer, el 13 de enero
de 2007, Michael Brecker abandonaba este mundo. Su obra permanecerá
(algo tan tópico como lógico), pero su voz inconfundible
se ha apagado para siempre. La muerte de un jazzman es
mucho más que una simple muerte, es la mutilación
de un canal vivo de arte y sabiduría, la transición
de lo dinámico a lo inerte en todos los sentidos. Cada vez
que un jazzman muere, el mundo es algo peor, si cabe. Sin
Brecker el aire, ese por que surcaban las ondas sonoras provenientes
de su saxofón tenor, es menos puro. Y nosotros menos felices.
White Elephant ha visto partir a uno de sus grandes pilares,
el elefante ahora está cojo.
Hasta siempre, Michael.