Una olla hirviendo de emociones. De ésta manera
describió un crítico americano a Charles Mingus, este auténtico gigante del
jazz. Ahora, parece que la olla ha dejado de hervir o quizás lo haga a fuego
lento.
Sentado en un restaurante de St. Martin’s Lane, en
Londres, con la actitud cansina de un buda, contempla media langosta con una
especie de entusiasmo melancólico. Parece cansado, resignado, derrotado. ¿Es
éste el Mingus, el enfant terrible de los años 50, el hombre que estuvo
tan a menudo en el centro apasionado de controversias y rivalidades? Cuando este
gran hombre afirma suavemente, con enorme melancolía, que toda lucha para hacer
apreciar y reconocer la creatividad de los negros es "una perdida de
tiempo", la tristeza y la desesperanza que flotan a su alrededor se vuelven
más abrumadoras. Cuando hombres como Mingus dejan de luchar, el pueblo negro
tiene buenas razones para llorar. Y en todo el mundo, aquellas personas con
capacidad de reflexión tienen buenas razones para interrogarse sobre el
carácter odioso e insoportable de un racismo tan pesado como para romper un
corazón y una energía aparentemente tan indomables como los de Mingus.
Sí, Mingus es hoy un hombre marcado por el
cansancio, la tristeza, la soledad y, sin duda, por la desilusión. A lo largo
de su pintoresca carrera de músico, compositor y jefe de orquesta, luchó con
convicción y tenacidad para obtener una parte más justa para los artistas
negros y nunca dejó de condenar la ruin injusticia que permite a los blancos
enriquecerse con las innovaciones de la música negra, mientras que los
verdaderos creadores de ésta se mueren de hambre. Supo liderar este combate sin
ningún sectarismo, ya que incluyó en sus bandas a músicos blancos como Jimmy
Knepper, Bill Evans o Bobby Jones. Pero parece que ahora ha pactado con la
sórdida realidad y se ha dado cuenta de que su resistencia al cambio se mide,
no en años, sino en generaciones. En 30 años de carrera, Mingus, que tiene
ahora 48 años, ha aportado una contribución de primer orden a la evolución
del jazz. La masa espesa y colorista que conforma su música, en la que se
reconocen influencias tan dispares como las de Duke Ellington, Charlie Parker,
el góspel y las formas europeas modernas, atesora un gran poderío emocional
bajo la riqueza de sus matices. Si esta música parece hoy ortodoxa –a pesar
del uso dramático y espectacular que Mingus hace de los gritos, de las
disonancias, de los cambios de tempo y de estructura rítmica– lo es
evidentemente porque el oído del público de jazz se ha acostumbrado al
"free". "Hace 25 años", recuerda Mingus, "Barry Ulanov
me incluía entre la vanguardia".
Es evidente que Mingus exploró el campo de la
música con el mismo coraje y la misma energía de que hizo gala en su lucha por
la causa de los artistas negros, pero no resulta sorprendente que su música
haya conocido el éxito mientras que sus iniciativas políticas y sociológicas
chocaron siempre con la terrible resistencia de los prejuicios y de la
indiferencia.
Fracasó el sello discográfico que intentó lanzar
para que los artistas negros dejaran de ser explotados.
Fracasó también en 1960 cuando intentó crear un
festival de jazz anual que debía rivalizar con el de Newport.
Incluso llegó a abandonar la música para trabajar
en Correos, pero la aparición de Charlie Parker provocó su regreso entusiasta.
Ahora sabe a qué atenerse. Cuando se le pregunta si la profesión le ha
decepcionado, responde con amargura: "No es una profesión, es pura
extorsión".
Sin embargo, aunque sólo sea por esto, la
compañía fundada por Mingus permitió grabar uno de los discos más destacados
de la historia del jazz Jazz At Massey Hall, que legó para la eternidad
el célebre concierto ofrecido en Toronto, en mayo de 1953, por un prodigioso
quinteto que incluía a Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Bud Powell, Max Roach y
Mingus.
"Al contrario de lo que dijeron algunos",
precisa Mingus, "ese concierto no fue grabado en un magnetófono portátil.
El material utilizado era profesional. Fue el ingeniero de sonido el que no era
muy bueno. Yo tenía la intención de guardar las cintas durante unos 10 años
para luego venderlas por 25.000 dólares pero el disco salió en Debut. En
realidad era cosa mía. Un tipo de Toronto me escribió para llevar a una banda
y fui yo quien reuní a los músicos. Es la única vez que tocamos juntos. Cada
uno fijó su sueldo, según sus necesidades, y Bird fue el mejor pagado. Ya no
sé cuanto recibió Bud, de todos modos, imagino que jamás vio su dinero.
Recuerdo también haberme quejado a Dizzy porque ninguno de los temas tocados
dejaba espacio para un solo de bajo. Dizzy reaccionó con violencia y se
enfureció".
Mingus hace una pausa. Parece contemplar recuerdos
dolorosos. Bebe un buen trago de cerveza con lima y continúa su comida.
Entrevistarle no es fácil: sólo a regañadientes alarga sus respuestas y
cuando lo hace murmura de un modo inaudible.
Aunque reconoce la contribución magistral de
Charlie Parker a la música, Mingus niega haber sido influido por Bird.
"Tal vez escuchó a Tatum, como yo", dice. "Nunca he intentado
imitar a Bird. Y tampoco diría que su música sigue viva. Cuando uno está
muerto, está muerto. Claro que tuvo una contribución importante, pero otros
también: Harry Carney, Jay Jay Johnson, Fats Navarro, Freddie Webster, Thad
Jones..."
Deja a un lado los restos de su langosta, ataca con
vigor un pastel de manzana con crema y pide otro vaso grande de cerveza con
lima. Le dejo comer antes de preguntarle acerca de lo que piensa de la música
pop. Como me lo esperaba, la respuesta es una condena sin matices: "No
presto la más mínima atención al pop y al rock. Ni siquiera pienso en ellos.
Me dejan totalmente frío".
En la actualidad, lo que más escucha es Duke
Ellington y los cuartetos de Beethoven. Si se le pregunta cuáles son sus
músicos de jazz preferidos, adopta un aire sombrío para precisar: "No
llamo a mi música ‘jazz’. Jazz es ahora sinónimo de música hecha por
ciudadanos de secunda clase. Quiere decir ‘música de niggers’. Es
una palabra que aleja a los músicos negros del dinero que les corresponde. Toco
música y me gusta la música. La buena".
¿Miles? "Lo que hace ahora, es una
mierda".
¿John Lewis? "Tal vez cuando compone, pero
estoy harto del Modern Jazz Quartet".
¿Bill Evans? "Lo tuve en mi grupo hace 15
años con Knepper y Shafi Hadi. Grabamos para Bethlehem, entre otras cosas ‘Celia’".
(No lo juzga).
¿Thelonious Monk? "Jamás pienso en Monk. O a
lo mejor se me pasa por la cabeza de vez en cuando. Me gusta su forma de tocar.
Trabajé con él a principios de los 50 en el Open Door, con Bird y Roy
Haynes".
¿Ornette Coleman? "No trabaja mucho. Pero si
quiere hablar de música ‘free’, grabé para Candid un disco de música
completamente ‘free’, Charles Mingus Presents Charles Mingus, con
Eric Dolphy, Ted Curson y Dannie Richmond".
¿Freddie Hubbard? "Nunca he oído hablar de
él".
Mingus se calla de nuevo, termina su postre y pide
otra cerveza con lima. Me arriesgo a preguntarle sobre su fama de borde
en los escenarios. ¿Por qué Jaki Byard juró un día no volver a tocar con
él?
"¡No soy un tipo imposible de soportar! Si
Jaki se mosqueó, es por que en la gira europea que hicimos con Eric, en Lieja
grabamos una actuación para una televisión que estaba prevista en el contrato.
Pero Jaki quiso más dinero y yo le expliqué que el dinero de esta televisión
había servido para pagar el viaje. Por eso se enfadó".
Mingus suspira, vacía su vaso y aparta el plato. Y,
por primera vez desde que estoy con él, hace una declaración espontánea en un
tono que deja claramente entender que la entrevista se ha terminado. "El
libro que empecé a escribir hace 20 años cuenta todo lo que tengo que decir.
Saldrá a la venta en abril".
Mientras esperamos que el camarero traiga la cuenta,
le digo que parece estar más relajado de lo que se comenta habitualmente.
"No estoy relajado, estoy cansado. Todo el
mundo debe saber retirarse algún día. Lo hice después de Monterrey en 1969.
Pero no tengo lo suficiente para vivir. Si tuviera suficiente dinero ya no
estaría tocando. He regresado para ganarme la vida. Me gustaría componer para
una orquesta sinfónica. La mayoría de las cosas que he compuesto no
corresponden a lo que realmente quiero hacer. Cuando compongo lo que realmente
quiero, nadie puede tocarlo".
Cuesta creer a Mingus cuando repite que disfruta
poco tocando y nada cuando aplauden su música. Sin embargo, nos comenta que se
sería igual feliz si tocase sin público ("Podría poner a punto nuevos
temas") y que, a veces, se siente tentado de volver a trabajar en Correos.
"Me gustaba llevar esas sacas, era un buen ejercicio".
Sus labios dibujan un atisbo de sonrisa.
Considera que la profesión se ha mostrado ingrata
con él y que la discriminación comercial contra los músicos negros jamás
mejorará. "No abrirán nunca las puertas de los estudios a los
negros".
Atribuye el declive de los clubes de jazz al hecho
de que los propietarios y los empresarios han querido forrarse explotando a los
músicos negros. Cuando le comento que los propio músicos tienen su parte de
responsabilidad cuando llegan tarde o suben borrachos al escenario, Mingus
responde con un "¡No!" que no admite discusión. "Es lo que le
gusta al publico, ¡eso es el jazz! Recuerdo un club al que Monk llegó con hora
y media de retraso y la gente se levantó para aplaudirle, olvidándolo todo. El
público sabe que esas cosas ocurren de vez en cuando".
Hablando de la plaga de la droga que afectó a
tantos de sus contemporáneos, reconoce que no sabe cómo pudieron engancharse.
"Bird no tocaba tan bien cuando estaba colgado". Pero enseguida
añade: "De cada 10 médicos, nueve son drogadictos. Los músicos sólo
ocupan la novena posición en la lista, pero son siempre los chivos
expiatorios".
Mientras caminamos en medio del crepúsculo
londinense, le pregunto a quien elegiría para formar la banda de sus sueños.
Su elección es sorprendente: "Escogería a Ernie Royal, Jerome Richardson,
Jaki Byard y ... sí, tendría que estar Dannie Richmond. Elvin o Max no
podrían o no querrían tocar mi música"
Hasta la fecha, considera que el disco del que se
siente más satisfecho es The Black Saint and the Sinner Lady, en
Impulse!.
Llegamos a su hotel. Me estrecha la mano de forma
distraída y se aleja por el pasillo, grande, robusto, intimidante hasta de
espaldas. Perdónenme este tópico, pero tras este aspecto huraño y brutal se
esconde un hombre sensible y bueno, un hombre que ha dado más a la música de
lo que ha recibido de ella. Mike Hennessey.
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