Ornette
©Diego Ortega Alonso, 2005
Ornette Coleman,
el genial saxofonista norteamericano, acaba de cumplir 75 años.
Para celebrarlo ofreció un concierto el pasado 2 de mayo
en el Barbican de Londres con su actual cuarteto: Greg Cohen
y Tony Falanga a los contrabajos, su hijo Denardo
Coleman a la batería y percusión y él
mismo al saxo alto, trompeta y violín.
Casualmente yo me encontraba en Londres
ese dia, pero no pude asistir al concierto por motivos profesionales
(estaba en el Gateway Studio grabando con una formación liderada
por Evan Parker).
Pero al dia siguiente vi su foto
en los periódicos y tuve la sensación, que ya había
tenido con anterioridad, de que Ornette se había
convertido en un artista imprescindible e intemporal (Old King Coleman
le llamaba The Times). Un artista para el que el tiempo no corre
en contra sino a favor, como pueda ser el caso de Pina Bausch,
Francis Ford Coppola o Robert Rauschenberg,
por citar otros artistas contemporáneos indiscutibles.
Su llamativo traje de seda de color
ciruela de corte impecable, su clásico sombrero (el pork-pie
hat), el saxo alto: todo estaba como siempre. Estoy seguro, y así
lo señalaba la crónica, que la música estuvo
donde ha estado siempre: en el lugar que se inventó hace
ya casi cincuenta años y que vino a revolucionar uno de los
mundos musicales más cerrados de la época.
He tenido el privilegio de coincidir
con Ornette en un par de ocasiones en Nueva York
y tengo muy clara la impresión que me causó. Ornette
es un hombre no demasiado alto, delgado, bien conservado, muy atento
y educado, que habla en voz baja (cuando habla, ya que no es persona
de muchas palabras), sin arrogancia, que anda sin hacer ruido, con
una calidez de trato natural, una presencia física magnètica
que aporta paz y calma a cualquier situación.
Es difícil imaginar hoy en
dia que una persona tal armara el follón que armó
cuando se presentó en el Five Spot a finales de los años
cincuenta. Que despertara tanto animadversión apasionada
entre tantos buenos músicos (especialmente los hardboppers),
aficionados y gente del jazz. Como botón de muestra basta
citar el puñetazo que le propinó Max Roach
al acabar el último set uno de los días de dicha presentación
(la noche siguiente, Max Roach fue hasta su casa
y desde la calle le desafiaba a bajar para resolver las diferencias
musicales a puñetazo limpio).
Y lo que irritaba a estos músicos
era su enfoque nuevo, fresco, intuitivamente improvisatorio que
él denominaba “la forma del jazz que vendrá”.
También en el escenario, al
frente de sus grupos, Ornette siempre ha sido un
jazzman muy particular. Tanto si toca el saxo alto, la trompeta
o el violín, sólo mueve ligeramente dedos y se puede
ver la intensidad de su concentración, su marcada personalidad
musical y su deseo de “hacer el bien” (eso es lo que
declara que desea hacer con su música). Ornette
es una buena persona que sólo desea hacer el bien a través
de su música. Como un buen doctor que recetara medicinas
musicales para ayudar, para paliar, para curar o aliviar a la gente.
Ornette Coleman,
multiinstrumentista, director de grupos, compositor de música
sinfónica, pensador original, se describe a sí mismo
como “un compositor que interpreta”. Tómese esto
en el sentido de un personaje del folklore musical norteamericano,
alguien básicamente autodidacta que vive el hecho de componer
inseparablemente del hecho de interpretar lo que compone, (llamémosle
Bob Dylan o Johnny B. Goode).
Alguien para quien crear e interpretar es una sola y la misma cosa.
Y en este mismo sentido, Ornette
es un artista con una visión personal entregado a cuestionar
continuamente los conceptos a priori establecidos, a desafiar las
convenciones instaladas desde hace tiempo y a reordenar las jerarquías
existentes en el mundo del sonido.
Como es sabido, el instrumento principal
de Ornette es el saxo alto, uno de los instrumentos-icono
del jazz. Con él, Ornette obtiene un sonido
brillante y penetrante, familiar y reconocible al primer instante.
(¿Y no es esta la cualidad que buscan los jazzmen por encima
de todo: tener un sonido personal identificable entre los demás?)
Un sonido libre, si se puede llamar así. Un sonido juguetón
pero no siempre inocente, de una generosa calidez, como un fraseo
de blues.
El sonido de Ornette
es la actualización de un sonido que viene viviendo a través
de la historia del jazz. Un sonido que se basa en el de los que
le precedieron tocando el saxo alto, especialmente Johnny
Hodges, Charlie Parker y los saxofonistas
de rhythm 'n' blues con quienes aprendió en su juventud.
Ornette ha declarado
en más de una ocasión, que lo que persigue, y ha conseguido,
es un sonido “humano”. Y no se refiere solamente a un
sonido que imite la vocalización humana (que también),
sino al equivalente sonoro del monólogo interno que tenemos
las personas, capaz de expresar tanto un grito de placer como de
dolor, un susurro de ternura o una pregunta inquisidora al universo
que nos rodea.
Pero lo que define históricamente
a Ornette Coleman, juntamente con su inconfundible
sonido, es la visión que tiene acerca de la música,
llámese jazz o como quiera llamarse. De hecho, Ornette
siempre ha querido derribar las divisiones que existen entre música
clásica, jazz y música popular. Para él estas
barreras no existen, son artificiales, culturales, en el sentido
de no-naturales.
Esta visión se identifica
con un enfoque desinhibido, altamente interactivo y muy a menudo
intuitivo de la música. O sea, la definición clásica
de free jazz, que técnicamente podríamos definir como:
a. Utilización
de lineas melódicas cantables que se desarrollan libremente,
sin ataduras a ruedas de acordes inamovibles o a duraciones de coros
regulares. Es decir, melodías que se abren y se cierran en
sí mismas, sin atender a otras razones. Estas melodías
que se pueden cantar tienen su origen en la música popular,
el folklore, por eso se ha dicho tantas veces que Ornette
Coleman es un músico popular ilustrado.
b. Educado rechazo
del sistema harmónico occidental, y establecimiento de una
lógica harmónica no convencional. La harmonia colemaniana
es más contrapuntística que harmónica, de ahí
el problema que ha habido siempre al querer “traducir”
una música monofónica a un instrumento harmónico.
(Únicamente Paul Bley y James Blood
Ulmer han salido airosos del envite)
c. La unión
de un pulso rítmico interno con estructuras ligeramente organizadas
(cuando no totalmente abiertas). Esta aparente contradicción
es uno de los pilares del free jazz. Existe un pulso (o varios simultáneos)
que proyecta la música hacia delante, pero este pulso está
abierto en sí mismo, no tiene un fin al que converger o una
meta por la que ir pasando. Eso ayuda también a crear la
sensación de libertad, de que el futuro está todo
por escribir, origen de tanta ansiedad en tantos otros artistas.
Todos estos conceptos utilizados
libremente en una improvisación colectiva con un alto contenido
emocional son los que han definido el estilo de Ornette
Coleman. Una música que quiere y consigue sonar
nueva, refrescante, directa en cada interpretación, aunque
no siga la lógica convencional. Una música que se
sitúa en el terreno de la misteriosa y vaga “harmolodía”
(harmolodics), el sistema musical que definiría los principios
fundamentales del quehacer de Coleman.
Para Coleman, la
harmolodía sería algo así como una gran teoría
unificada de la música que uniría en su seno la harmonía,
la melodía, el ritmo, la estructura, la improvisación,
etc., así como su interacción con las otras artes,
y que presentaría una alternativa a los esquemas y prácticas
artísticas occidentales (y también de otras culturas).
Se supone que Ornette
lleva treinta años trabajando en poner estos principios en
un libro donde plasma las ideas teóricas que explican sus
decisiones estéticas en profundidad. Pero su edición
se ha ido postergando y a estas alturas dudo seriamente que nunca
se llegue a publicar. Todo lo más que nos llega son algunas
frases aquí y allí que Ornette dice
que pertenecen al libro y que son difícilmente comprensibles
fuera del círculo de iniciados.
Lo que sí nos llega claramente
y sin posibles malentendidos es el mensaje que nos transmite a través
de su música. Una música que sigue siendo tan fresca,
atractiva, apasionada, intensa, lírica, libre y sugerente
como cuando empezó a sonar a finales de los años cincuenta.
Ya sea con su cuarteto, con Prime
Time (su banda eclécticamente electro-acústica
desde hace 30 años con quien ha grabado 9 discos), con la
música sinfónica o de cámara, la música
para películas, sus colaboraciones con virtuosos de cualquier
tradición musical (desde Pat Metheny a los
Master Musicians of Joujouka, pasando por Joachim
Kühn o Jack DeJohnette), el iconoclasta
Ornette Coleman nos seguirá deleitando con
su música, manteniendo una curiosidad infantil junto a una
madura fuerza de expresión y una sabiduría intemporal
profunda e intemporal.
Una de mis frases favoritas de Ornette
es aquella que pone de manifiesto lo más profundo de su manera
de ser y pensar: “Hay tantos unísonos como estrellas
en el cielo”.
Por muchos años, maestro.
© Agustí Fernández 2005
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