CHUCHO Y BEBO VALDÉS
- Localidad: Villava (Navarra)
- Fecha: 18-3-2002
- Local: Pabellón Hermanos Induráin
- Hora: 22:00
- Componentes:
Chucho Valdés (piano y teclado)
Bebo Valdés (piano)
Mayra Caridad Valdés (voz)
Yaroldi Abreu (congas)
Ranse Rodríguez (batería)
Lázaro Ribero (bajo)
- Comentario: Más de mil personas en un recinto
deportivo para ver un concierto de jazz llevan a un servidor a plantearse
cuestiones sobre el éxito de público que, por otro lado, no suponen
ninguna novedad en la realidad diaria de esta música de creatividad.
Podríamos pensar en la teoría "Calle 54": el efecto película
de éxito lleva a un músico al reconocimiento más popular. Pero la teoría
parece desvanecerse cuando la hemeroteca nos recuerda que el largo tuvo un
corto paso por estas tierras. Pamplona acogió durante cinco días en
horario de cinco de la tarde el estreno "made in Trueba". Poco
rodaje en pantalla para pensar en tal efecto popular.
Pasemos pues a la teoría mediática: La visita de dos artistas
consagrados lleva a los medios a realizar una cobertura sin precedentes de
un acontecimiento musical. Dicha teoría cae por su propio peso. Bastante
tienen los medios con fomentar miserias como para fomentar riquezas.
Quizá encontremos la clave en la teoría promocional: una buena
promoción es la clave en la operación "éxito de público". La
hemeroteca nos muestra dos únicos anuncios en prensa en apróximadamente
15 días de preconcierto. Anuncios que, por otro lado, dudo agotasen en
demasía la tinta de la imprenta.
Y nos queda la más descabellada de todas las teorías. La teoría de "aficionados
al jazz". No quisiera caer en el error de pensar que estos existen,
así que dejaré de teorizar y hablaremos de lo que pasó en aquella noche
de marzo.
Con puntualidad cubana (15 minutos sobre el horario acordado en el
pago de las entradas) la noche se hizo en el repleto pabellón villavés.
Una tenue luz perfiló la silueta de padre e hijo en su largo
caminar hacia el escenario. El hijo, titular de la gira, subía mientras el octogenario
maestro tomaba asiento en un lateral. Quería escuchar al que él mismo definía
como "el mejor pianista que había escuchado nunca". Dicho
como padre y dicho como músico.
El jazz con acento cubano nos mostraba un piano que caminaba entre la lírica
más sensible y el torrente desatado. Primeros aplausos de
entrega que se hicieron clamor cuando uno de los temas llevaba firma
paterna.
Estupor entre neófitos de lo Valdés ante unos dedos cuya velocidad
mostraba ser diréctamente proporcional al grosor de los mismos.
Muchas eran las ganas de Chucho de mostrarnos las capacidades de una hermana
cantante. Su voz respondía al nombre de Caridad, que en
sustantivo va unido a buenas intenciones. Y repleta de buenas intenciones de
divertir al personal ejerció de animadora de masas, lo que logró
desde su primera intervención. Tal logro complicó la tarea de distinguir
las cualidades vocales de Caridad, tan difundidas por Chucho, que perdidas
entre la algarabía se adivinaban de potencia y moderado registro.
"Drume Negrita", nana que no lo fué, o la música con aires soul
y espiritual fueron el repertorio vocal de la noche.
Una batería con mucho de orquesta latina pero poco de jazz, un mini-contrabajo
con trípode (equipaje de mano para viajes) desapercibido por malas acústicas,
y una percusión con brillantes momentos de improvisación de rítmica
precisión eran el complemento al rey de los instrumentos (definición escolástica).
La emoción aguardaba a la figura del maestro. El padre, que definía
desde la admiración y escuchaba desde la devoción, subía al escenario
para rememorar encuentros familiares de película. El hijo cedió el piano
al maestro y lo cambió por un teclado. Metáfora del respeto paterno.
Realismo de escasez de medios.
"La Comparsa" de Lecuona, al igual que en el filme de
Trueba, fue el inicio del idilio padre-hijo sobre el escenario y el inicio a
su vez de la explosión de jubilosa veneración del público a los dos
maestros. El titular de la maestría mostraba un piano que en los
ochenta siente sensible y pausado. El heredero del título,
que ofreció bis a los bises, dejó la impronta de genial improvisador,
y la curiosidad de un servidor de verle en recintos "íntimos" más
propicios para la lírica.
Carlos Pérez Cruz
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