Resenha
: Anthony Braxton é uma espécie de renegado
do jazz no sentido mais comum do termo. Este "atrevimento"
tem-lhe custado alguma incompreensão por parte do público
em geral e mesmo dos braxtonianos conectados com o lado mais
jazzy do grande criador. Porque é efectivamente de
um grande criador que se trata, tanto da música clássica
contemporânea, da chamada new music, ou do jazz, modalidade
esta última com a qual Braxton joga, desde Chicago,
um interessante jogo de escondidas.
À partida para um encontro a este nível importaria
enquadrar previamente memórias e expectativas pessoais
na história recente, que conta ter Anthony Braxton
surgido na cena musical no final dos anos 60, e que se interessou
pelo estudo dos compositores europeus do Séc. XX,
a par do desenvolvimento das suas próprias investigações
sonoras. Estas viriam a desembocar na gravação
dos seminais For Alto e Three Compositions of New Jazz,
e prosseguiriam com a participação no quarteto
Circle de Chick Corea – todos importantes marcos na
formação estética e musical do saxofonista
e compositor.
Braxton já tocou música com todo o tipo de
formações, desde sax solo à grande
orquestra sinfónica, interpretando composições
suas ou de terceiros. Neste último caso, com especial
preferência pelas obras de grandes nomes do jazz ou
do song book americano, que têm em comum o facto de
se terem tornado populares ou de apropriação
colectiva – os vulgarmente chamados standards.
A partir da posição relativa que assumiu
ao logo dos anos, a qual lhe permitiu estar dentro e fora
do jazz, Braxton, motivado por prováveis assomos
de saudade do convívio com os materiais que lhe circulam
no sangue, parece sentir ciclicamente necessidade de descer
ao povoado e fazer das suas. E faz bem.
O quarteto que se apresentou no auditório da Culturgest,
em Lisboa, no âmbito da colaboração
estabelecida com o Festival de Jazz de Guimarães,
constituído por músicos com quem o compositor
convive há alguns anos, é reincidente na abordagem
de standards. Daí a naturalidade e a segurança
com que progrediram na exploração musical.
Kevin Norton, Kevin O´Neil e Andy Eulau, músicos
dignos de pertencer à vasta trupe de Braxton, estiveram
sempre à altura, com abundância de ideias e
soluções harmónicas por vezes arrevesadas,
tão bem construídas que mal se dava por elas.
Por outro lado, a estratégia escolhida contribuiu
para sublinhar a simplicidade dos propósitos: tocar
apenas jazz, e jazz do melhor. O processo escolhido também
se conjugou com qualidade da matéria-prima a trabalhar:
Braxton desenhou os temas, recortou as melodias com nitidez,
acompanhamento leve e estrutura mínima, quais pilares
de um edifício em restauro, e, a partir desse ponto,
tratou de encher as fundações à vez
com o som substância dos seus três saxofones
de eleição, soprano, alto e sopranino.
E que som! Braxton veio a Lisboa mostrar que está
em boa forma criativa. Conseguiu impressionar pela espantosa
capacidade de articulação das complexas frases
musicais, das melodias e contra-melodias organizadas em
cachos de notas, e exibir as suas características
velocidades de execução e de raciocínio.
Avançou determinado sobre territórios que,
tendo embora nome na placa, são de todos, como as
cantigas da rua. Da balada de extrema doçura, ao
mais insinuante hard bop, a todos o mestre revolveu com
a "electricidade" do seu saxofone, aspecto que
se revelou fundamental na transformação dos
clássicos (nada se perde, nada se cria...). Alguns
ficaram mesmo com melhor aspecto do que quando nasceram,
pareceu-me.
Se alguma coisa de consensual restou no final do concerto
– nas conversas de átrio houve quem dissesse
estar "à espera de mais", ou de "outro
Braxton" (?!) –, talvez tenha sido o provável
ponto mais alto do concerto, o monumental solo de sax no
tema Mr. PC, que ficou na memória da noite como paradigma
da arte maior do saxofonista, veiculada na proposta arrojada
de tocar Coltrane à Braxton.
No final, ficou a sensação agradável
de ter testemunhado que Anthony Braxton continua a ser essencialmente
um esteta da forma e um explorador que redesenha espontaneamente
o seu próprio mapa após cada nova incursão,
mesmo quando esse trabalho consiste "apenas" em
reelaborar sobre formas alheias.
Eduardo Jorge
Chagas
Comentario:
Anthony Braxton es una especie de renegado del jazz
en el sentido más habitual del término. Esta
“osadía” le ha originado cierta incomprensión
por parte del público en general y por parte de los
propios braxtonianos conectados al lado más jazzy
de este gran creador. Porque, en efecto, se trata de un
gran creador tanto de música clásica contemporánea,
la llamada “new music”, como de jazz, modalidad
esta última con la que Braxton juega, desde Chicago
a un interesante juego del escondite.
El inicio para un encuentro de este nivel habría
que encuadrarlo previamente en la memoria y en las expectativas
personales dentro de la historia reciente: Anthony Braxton
surge en la escena musical de final de los años 60
y se interesa por el estudio de los compositores europeos
del siglo XX, a la vez que realiza sus propias investigaciones
sonoras. Esto desembocaría en la grabación
de los seminales “For Alto” y “Three Commpositions
of New Jazz” y seguiría con la participación
en el cuarteto Circle de Chick Corea, importantes marcos
todos ellos en la formación estética y musical
del saxofonista y compositor.
Braxton ha tocado música con todo tipo de formaciones,
desde saxo solo a gran orquesta sinfónica, interpretando
sus composiciones o las de terceros. En este último
caso tiene especial predilección por las obras de
grandes nombres del jazz o del “song book” americano,
que tienen en común el haberse hecho populares por
medio de la apropiación colectiva –los comúnmente
llamados standards.
A partir de la posición que ha asumido a lo largo
de los años, la que le permite estar dentro y fuera
del jazz, Braxton, motivado por los probables signos de
melancolía derivados de la convivencia con los materiales
que corren por su sangre, parece sentir cíclicamente
la necesidad de bajar al pueblo y hacer de las suyas. Y
hace bien.
El cuarteto que se presentó en el auditorio de la
Culturgest en Lisboa, en el marco de la colaboración
establecida con el Festival de Jazz de Guimarães,
está constituido por músicos con quien el
compositor convive desde hace algunos años, es reincidente
a la hora de abordar los standards. De ahí la naturalidad
y seguridad con la que procedieron a la exploración
musical. Kevin Norton, Kevin O´Neil y Andy Eulau,
músicos dignos de pertenecer a la numerosa troupe
de Braxton, estuvieron siempre a la altura, con abundancia
de ideas y de soluciones armónicas, a veces intrincadas,
pero tan bien construidas por el empeño que les dedicaban.
Por otro lado la estrategia contribuyó a resaltar
la simplicidad de sus propósitos: tocar solo jazz
y jazz del mejor. El proceso escogido se conjugó
con la calidad de la materia prima escogida para trabajar.
Braxton diseño los temas, recortó las melodías
con nitidez, acompañamiento leve y estructura mínima,
como los pilares de un edificio en restauración,
y a partir de ese punto trató de ampliar su estructura
a la vez con el sonido-sustancia de sus tres saxofones elegidos
(soprano, alto y sopranino).
¡Y qué sonido! Braxton vino a Lisboa a mostrar
que está en buena forma creativa. Consiguió
impresionar por la magnífica capacidad de articulación
de complejas frases musicales, de las melodías y
contra-melodías organizadas en racimos de notas y
exhibir sus características velocidades de ejecución
y raciocinio. Avanzó con determinación sobre
territorios que, al tener ahora su nombre en una placa,
son de todos, como las canciones de la calle. De una balada
de extrema dulzura al más insinuante hard-bop, el
maestro los descompuso todos ellos con la “electricidad”
de su saxofón, aspecto que se reveló fundamental
en la transformación de los clásicos (nada
se pierde, nada se crea...). Algunos incluso quedaron con
mejor aspecto del que tenían cuando nacieron, a mi
modo de ver.
Si hubo algún consenso al final del concierto –en
las conversaciones entre el público escuché
a alguien decir que “¡esperaba más!”
o a “otro Braxton” (?!)- es que el punto álgido
de la actuación fue tal vez el monumental solo de
saxo en el tema “Mr. PC”, que quedó en
la memoria de la noche como paradigma del arte mayor del
saxofonista, vehiculada en la valiente propuesta de Braxton
de interpretar a Coltrane.
Al final, quedó la agradable sensación de
haber comprobado que Anthony Braxton continúa siendo
esencialmente un esteta de la forma y un explorador que
vuelve a dibujar espontáneamente su propio mapa antes
de cada nueva incursión, incluso cuando ese trabajo
consista “solamente” en reelaborar a partir
de formas ajenas.
Eduardo
Jorge Chagas Traducido por Diego
Sánchez Cascado y José Francisco Tapiz