-Fecha: 3 de noviembre de 2002
-Lugar: Sala Clamores (Madrid)
-Asistencia: lleno
-Hora: 19:30
-Componentes:
-Comentario: David Murray es uno de esos jazzmen pertenecientes a la segunda oleada del free, aquella que en los años setenta abrazó las conquistas de la vanguardia de la década anterior pero también apeló al conjunto de la tradición de la música negra americana (la "Great Black Music"). Es uno de los principales saxofonistas tenores de los últimos 30 años (aunque también utiliza el soprano, el clarinete en si bemol, el clarinete bajo y la flauta) y su discografía, tanto a su nombre como al de otros, es inabarcable por su extensión y de una calidad media muy alta.
Los primeros momentos del concierto que ofreció en Madrid resultaron bastante impresionantes, incluso apabullantes: Murray sopló como si se fuera a acabar el mundo, golpeó desde el primer momento con ese gran vibrato y demostró su conocido dominio de los armónicos así como una amplitud de registro que va del grave terroso al sobreagudo. Sin embargo, a medida que desfilaban los temas, los solos de Murray se volvieron cada vez más reiterativos: cada uno de ellos se parecía más al anterior y un poco menos al siguiente. Y eso que la temática elegida fue bastante variada, que si una composición modal por aquí dentro de la tradición coltraneana, que si un blues por allá que ésas son mis raíces, que si una balada para reducir la tensión, que si un tema latino, que si otro tema latino más porque me gusta esta onda y de paso está de moda...
Aunque el grupo que Murray presentó en Madrid lleva el nombre de Power Quartet, como el que ha grabado uno de sus últimos discos -Like a Kiss That Never Ends (Justin Time, 2001)- ninguno de los tres acompañantes está presente en esta grabación. El joven pianista sonó prometedor, el bajista estuvo en su sitio y regaló algunos detalles hermosos pero el batería resultó demasiado machacón, escaso de sutileza y con algunos problemas para acompañar en los ritmos latinos.
Que Murray es un grande nadie lo duda y que todavía es capaz de ofrecer grandes cosas, tampoco. Sin embargo, ha dejado un tanto olvidados los riesgos del pasado y se refugia en estructuras ya muy trilladas y escasamente estimulantes. Un concierto en solitario, como esa fantástica coda que realizó en uno de los temas, sin red y sin artificios, hubiese resultado más interesante. Con todo, fue una velada agradable en la que tal vez sobró contundencia y faltó algo de poesía.