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JAN GARBAREK GROUP

III Muestra Internacional de jazz de Madrid "emociona !!! JAZZ" 2003
  • Fecha: 1 Noviembre 2003, 21:00 h
  • Lugar: Teatro Casa de Campo
  • Asistencia: Casi lleno
  • Componentes:
    Jan Garbarek (saxos )
    Rainer Bruninghaus (teclados )
    Eberhard Weber (bajo)  
    Marilyn Mazur (batería y percusión)

  • Comentario: Llanuras infinitas de Laponia o Mongolia, paisajes planos de horizontes ilimitados... Es ya un tópico, pero es lo que evoca la música de Jan Garbarek, al menos la que hace desde hace una quincena de años. Y eso es precisamente lo que ofreció su cuarteto en Madrid, ninguna sorpresa, una música que sugiere territorios lejanos, propia de un documental, pero plana, sin médula.

    Así, se sucedieron las melodías folclóricas (nórdicas, eslavas, indias, árabes...) a modo de collage, sin que ninguna se desarrollase, sin dar pie a algo nuevo, sin improvisación. Pero es que además los arreglos incluso edulcoraban aún más la música y la llevaban al terreno de la anécdota.

    Una pena, ¡cuánto talento desperdiciado! Porque sobre el escenario había cuatro grandes músicos, tal y como lo han demostrado a lo largo de su carrera. Pero desde hace más de 10 años (baste el ejemplo de “Tvelwe Moons” 1992), la música de Garbarek está cuesta abajo, enfangada en un esteticismo cercano al new age más insípido. Lejos quedan los tiempos de discos como “Belonging” con Keith Jarrett, “Afric Pepperbird” o “Witchi-Tai-To”, todos ellos de los años setenta. En Madrid, no tocó ningún solo que tuviera cierta relevancia, bueno en realidad apenas hizo solos, encorsetado en sus propios arreglos de las melodías. El tema más interesante vino precisamente de una composición que no es suya, “Malinye” de Don Cherry que, tras un soberbio solo de Weber, dio paso a un bonito dúo entre Weber y Garbarek a la flauta.

    Y los momentos más destacados de la noche fueron los solos –pero los “solos” de quedarse “solo” sobre el escenario- de sus acompañantes. Mazur ofreció un muestrario de cómo utilizar con gusto todos los recursos de sus múltiples instrumentos percusivos. Brüninghaus por fin dejó el teclado y se puso a tocar un magnífico piano Bossendorfer e incluso se aventuró por terrenos de riesgo. Y, por encima de todos, Weber, sampleándose a sí mismo en directo, doblándose y acompañándose como hace en discos como “Orchestra” o “Pendulum”. Fue el punto álgido del espectáculo.

    Por desgracia, lo demás fue una música previsible, sin ninguna sorpresa, sin riesgo. Como ver desfilar las llanuras de Siberia desde las ventanas del transiberiano sin bajarse en ninguna estación.

    Diego Sánchez Cascado